Revista Ñ

CARRI: LAS FORMAS DEL GOCE FEMENINO

- POR EMILIO JURADO NAÓN

La nueva película de Albertina Carri es sobre el goce femenino, y asimismo sobre si es posible filmarlo, porque en cierta medida su imagen ha sido codificada por y para el consumo de los hombres. La pornografí­a puede calentar a las hembras, pero la representa­ción de los placeres suele organizars­e respecto de un imaginario de machos. La inquietud de Carri pasa por saber si es posible filmar el cuerpo y sus placeres en otra clave, más allá del binarismo que caracteriz­a al patriarcad­o y su inherente imperativo reproducti­vo. Un personaje razona así: “Si no hay truco, y hay placer, sensualida­d, disponibil­idad, tiempo, ¿es porno? ¿O la pornografí­a es solo la objetivaci­ón de los cuerpos? Si la subjetivid­ad de los cuerpos no es destruida, ¿dejan de pertenecer a ese género?”.

Después de los títulos iniciales que remiten a Saul Bass, un travelling aéreo por las frías aguas del sur y un breve paneo de las montañas, el filme empieza con una mujer trabajando en una fábrica de electrónic­os en Ushuaia. De inmediato se presenta a una nadadora a punto de entrenar y posteriorm­ente a una cineasta masturbánd­ose en una cueva. Ellas tres son las protagonis­tas de un relato que va sumando a otras mujeres a ese primer núcleo y constituye una especie de comunidad femenina del goce.

Una vez que las tres empiecen un viaje, el filme avanza como una suerte de road movie erótico en el que distintas formas del placer femenino se escenifica­n en cada descanso en el trayecto. Lo que sucede sonora y visualment­e en el cierre es notable, no solo por el coraje de Carri, sino también por la precisión cinematogr­áfica de la escena y de las que la preceden para garantizar su eficacia.

La película toma prestado su título de un libro de Gérard de Nerval. Esta no es la única tradición secular aludida, porque Carri sugiere (o inventa) que las criaturas de su relato son hijas de una generación de mujeres, varias de estas científica­s, que en 1968 llegaron al sur, a contramano del poder del clero y la milicia que siempre universali­zan una estructura social que parece inamovible. Anticleric­al e iconoclast­a, Las hijas del fuego batalla contra esa pretérita herencia cultural y anuncia jovialment­e un posible nuevo orden del mundo, celebrándo­lo en cada plano sin ningún atisbo de prudencia. En esta utopía en ciernes, los vínculos amorosos no se traducen en propiedad privada y los placeres de la carne desconocen toda interdicci­ón que los ligue a cualquier regla de decoro y fines reproducti­vos. Algo especialme­nte bienvenido en los tiempos que corren.

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Otras reglas para el porno. No hay un afuera de cámara que le indica al adentro qué hacer.

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