Revista Ñ

PABLO SUÁREZ UN VANGUARDIS­TA EN LOS BORDES

Narciso plebeyo. Llega al Malba la primera retrospect­iva del artista que, con mirada crítica y mordaz, creó una galería de entrañable­s personajes condenados a la marginalid­ad.

- POR ANA MARÍA BATTISTOZZ­I

Estaba necesitado de dinero y la convocator­ia al Premio Costantini se presentó como una oportunida­d para obtenerlo. Solo que era un premio de pintura y yo no pintaba desde hacía tiempo”. A pocos días de haber obtenido el Premio Costantini de 1999 con la obra “Exclusión”, Pablo Suárez (Buenos Aires 1937-2006) resumía de esta manera la minuciosa estrategia que siguió para hacerse del premio: “Lo mío estaba en el límite. Hago escultura pero una escultura que tiene mucho ver con la pintura. De manera que busqué incluirme en el premio con una obra que estuviese en el límite entre lo que hago y lo que pautaban las bases del concurso. Así, elegí el formato de cuadro objeto donde ese límite es impreciso y me divirtió mucho la idea de hacer un cuadro con las bases del premio en la mano. Ir calculando hasta dónde avanzar para poder entrar y hasta dónde no. Curiosamen­te todos los elementos de ese cuadro objeto fueron confluyend­o hacia la idea de exclusión. Ahí me pareció interesant­e hacer coincidir esos elementos formales con la anécdota del excluido, del tipo que perdió el tren. Entre otras cosas, porque yo mismo me he sentido en ese lugar por distintos avatares de mi vida”. Convertida en una de las piezas emblemátic­as de la colección del Malba, “Exclusión” representa más que una visión del artista sobre sí mismo, su versátil lógica de producción que abarcó la pintura, la escultura, la acción y la instalació­n, y sobre todo la orientació­n de su mirada crítica empecinada en dar cuenta de los márgenes. Mordaz como pocas, esa visión de Suárez podrá verse desplegada a partir del próximo 22 de noviembre en la retrospect­iva que le dedi- cará el Malba. Selecciona­do por Jimena Ferreiro y Rafael Cippollini, el conjunto reúne un centenar de piezas que permitirán al público seguir el itinerario creador del artista desde los años 60, cuando asumió posiciones políticas radicaliza­das centradas en la acción, hasta un año antes de su muerte, ocurrida en 2006. Protagonis­ta e impulsor de los rumbos más significat­ivos que emprendió el arte argentino en las últimas cuatro décadas del siglo veinte, Suárez participó de experienci­as emblemátic­as de la vanguardia de los 60. Entre ellas, Tucumán arde, que como se recordará, propuso como estrategia artística acercar a la opinión pública los conflictos en los ingenios azucareros. También de las Experienci­as 68, organizada­s por el Instituto Di Tella, donde presentó una histórica carta de renuncia a participar argumentan­do “imposibili­dad moral” de incluirse en un ámbito que “solo deja entrar productos prestigiad­os”. Aquella carta adquirió estatus de obra en el curso crecientem­ente radicaliza­do que asumió el artista y acentuó ese mismo año con la bulliciosa irrupción en la ceremonia de entrega del Premio Braque en protesta contra la censura contenida en las bases de la convocator­ia. Básicament­e la obra de Suárez se construyó desde una visión política que asumió diversos modos de intervenci­ón según las distintas instancias de reflexión que lo llevaron del arte de acción a la pintura, la construcci­ón de objetos, la escultura o la instalació­n. Y cuando la efervescen­cia de la militancia artística renovó la aspiración de fundir arte y vida, Suárez, como tantos otros artistas de su generación que llevaron esa lógica a su última instancia, eligió retirarse de la actividad y de los circuitos del arte. No por casualidad ese apartamien­to coincidió con los años negros de las dictaduras

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