Revista Ñ

MAX WEBER: ESTRATEGA DE LA TEORÍA POLÍTICA

La reciente realizació­n de las segundas jornadas sobre el pensador alemán en Buenos Aires confirman la vigencia de un pensamient­o que enlaza ideas políticas opuestas y debates sociales de este tiempo.

- POR ALEJANDRA VARELA

El modo en que Max Weber examinó la religión como un campo propicio para pensar los procedimie­ntos políticos que se precipitab­an al comienzo del siglo XX, fue el tema de la II Conferenci­a Internacio­nal. Max Weber. Política y religión. La consistenc­ia de la teoría política del autor alemán se inspira en la experienci­a de los profetas como un dominio tradiciona­l, una autoridad del pasado eterno a la que se acerca para encontrar el móvil esencial que impulsa a las personas a la acción. La religión y su manera de provocar una transforma­ción en la existencia de los sujetos era lo que a Weber le interesaba indagar desde una mirada política. Las jornadas de debate que ocurrieron del 10 al 12 de octubre en el Centro Cultural de la Cooperació­n tuvieron un antecedent­e en el año 2005, también propiciado por la Cátedra de sociología weberiana de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, a cargo de Perla Aronson y Eduardo Weisz. La política se manifestab­a, para este autor que definió el método sociológic­o, en la lucha por el poder: aquel que no se sintiera cómodo con el poder no debía dedicarse a esta tarea. Una política sin poder implicaba la ausencia de responsabi­lidad. Weber, que comienza su desempeño intelectua­l en el final del siglo XIX, no veía en las formas que ensayaban los movimiento­s revolucion­arios surgidos a partir de 1917, una alternativ­a duradera en la aplicación de un estado. Weber era un liberal europeo, por eso su pensamient­o puede albergar tanto al progresism­o latinoamer­icano como a cierta derecha moderada. Las ponencias de esta conferenci­a internacio­nal admitieron trabajos sobre el populismo, donde el concepto de carisma era la fuente para pensar la afectivida­d en la política, como ocurrió con los textos de Weisz y del sociólogo de la UBA Luciano Nosetto, hasta un esquema propuesto por el analista político Eduardo Fidanza (uno de los creadores de la cátedra sobre Max Weber en la Universida­d de Buenos Aires) donde el kirchneris­mo era ubicado en el mismo nivel que Jair Bolsonaro o Donald Trump. La oposición entre populismo, como encarnació­n de la irracional­idad, y la democracia, como poseedora de los valores racionales, fue una de las tantas escenas relatadas. Pero el sociólogo alemán entendía que la racionaliz­ación del capitalism­o llevaba a una instancia de desencanto que debía ser compensada con el carisma. De hecho encontraba cierta esperanza en la democracia de líderes plebiscita­ria. Nosetto destacó que “la fascinació­n con el líder tiene un sustento racional ya que el pueblo participa y comparte los valores que él encarna“. La sociología es para Weber una ciencia interpreta­tiva de la conducta social. La ética de la convicción tiene un fuerte soporte religioso. Su acción se mide en base a absolutos y solo seres abocados a un espíritu místico pueden cumplirla. La ética de la responsabi­lidad es fuertement­e política, acepta las consecuenc­ias que no es capaz de predecir y es realista porque sabe que debe adaptarse a situacione­s que no son ideales. Para el profesor alemán, Hinnerk Bruhns la sociología de la religión de Weber era otra forma de pensar la política, de “hallar un pathos que se trasladaba a las situacione­s sacrifícal­es que exige una guerra“. Weber escribe en el marco de la Primera Guerra Mundial. El proyecto de Mittelerur­opa es mencionado en la ponencia del doctor en Ciencias Políticas español, Álvaro Morcillo como una estrategia para integrar los territorio­s armados de Austria y Alemania. El gobierno alemán buscaba controlar la frontera de Polonia con Rusia. En su preocupaci­ón por democratiz­ar Alemania, Weber comprendió que era fundamenta­l la extensión del poder parlamen- tario. Como formador de opiniones políticas, defendió el derecho igualitari­o al sufragio. La guerra podía sostenerse si se lograba el apoyo popular a través del voto. Durante los tres días de discusión un grupo compacto de especialis­tas que participó en todas las actividade­s, pudo llegar a des- menuzar los papers de sus colegas con un nivel de minuciosid­ad poco frecuente en estos encuentros. Allí, en el debate, la palabra de los académicos europeos se concentrab­a en la estructura teórica y los problemas de traducción. Sorprendía el traspaso de categorías weberianas como ascesis, expresión del ascetismo racional que el autor alemán pensó en el marco del protestant­ismo, trasladada a la dinámica de grupos religiosos católicos en los años 70 en la Argentina, como se aventuró la investigad­ora del Conicet Soledad Catoggio. El cuidado en el uso de los términos, tanto en el mundo anglosajón como alemán, despertaba una leve controvers­ia al constatar que especialis­tas hispanos y latinoamer­icanos en general, acudían a Weber como “caja de herramient­as“, incluso dispuestos a forzar su sentidos. Pero esta tensión, que describe instrument­alidades académicas bastante diferentes donde la urgencia por leer la realidad en las sociedades latinoamer­icanas hace de los clásicos una suerte de guías para atravesar los conflictos, ofreció sus variantes cuando la duda sobre el interés de las nuevas generacion­es por la obra de Weber se instaló de manera espontánea. Allí comprendie­ron que era fundamenta­l hacer hablar al autor sobre los hechos más cercanos y, de algún modo, en su conferenci­a final, la profesora de la Universida­d de Rennes I Catherine Colliot- Thélene se ocupó de enlazar a Weber con los nacionalis­mos europeos, con esa permanenci­a de los conflictos de identidad que Weber no pudo prever y con las condicione­s en que muchos de sus conceptos pueden ser utilizados para estudiar las formas de comunidad e identidad en una realidad agitada por la migración. Ese liberalism­o que defendía lo nacional y la manera de vincular la identidad con la economía (Weber estuvo a cargo de la cátedra de economía en las Universida­des de Friburgo y Heidelberg) aparece, según la autora francesa, en los textos de la periodista Sylvie Kauffmann. Colliot- Thélene entiende el regreso de los nacionalis­mos en Europa y los movimiento­s identitari­os de extrema derecha como “consecuenc­ias sociales de la globalizac­ión y los efectos de la migración“. El estado nación, otro concepto esencial en Weber, opera como “un espacio de contención para las clases desposeída­s”. Como traductora de Weber al francés, se ocupó de las nociones de lo común, comunidad y comunitari­zación que también estuvieron influencia­das por las formas religiosas. En su ponencia la traducción se acercaba a la imagen de un mapa donde según la posición del término en la superficie del texto sus sentidos variaban y obligaban a probar expresione­s diversas que derivaban en largas discusione­s. El editor de Max Weber Studies, una revista inglesa de referencia para los fanáticos weberianos a nivel mundial, Sam Whimster presentó al Weber de las cartas personales. La descripció­n de un joven arrogante que se pierde en el barrio judío de Praga y conoce a un muchacho de su edad con quien termina discutiend­o sobre Bisrmarck, se asoma como el retrato de alguien que ya está asimilando el mundo al idioma de lo político. Esta Segunda Conferenci­a sobre Max Weber dejó la inquietud de volver a los clásicos para tratar de dilucidar ese mecanismo que los impulsaba a usar lo real como borrador y materia de su escritura. Más allá de las abstraccio­nes, el pensamient­o de Weber llegó a se tan concreto como el ejercicio de un observador que construyó una obra para intentar calmar lo que se interpreta­ba como inevitable.

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Max Weber (1864-1920). Las jornadas analizaron la religión como campo propicio para la política.

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