Revista Ñ

CRÓNICA DE UN CUERPO EN EL LABORATORI­O

Entrevista con Bibiana Ricciardi. En su libro, la autora aborda la experiment­ación médica en humanos y el mundo de la medicina a partir del cáncer que sufrió.

- POR GISELA DAUS

Hace 80 años a una paciente con cáncer de mama la mutilaban. (...) En los años 20, a algunas les amputaban el brazo”. Así comienza Poner el Cuerpo. La experiment­ación farmacéuti­ca en seres humanos (Tusquets), un libro que interpela y sacude. “Nunca lo hubiera imaginado, no estaba en mi universo pensar en escribir mi primer libro de crónica periodísti­ca y el inicio fue con una nota que hice sobre el tema. Enterarme de la enfermedad fue una sorpresa gigante, un shock: nunca había estado enferma, soy una persona muy sana. Como digo en chiste: ‘Soy súper sana, solo que tengo un poquito de cáncer’. Fue una revelación increíble: de golpe te enfrentás con la finitud de la vida y te replanteás de todo. Mientras empezaba a curarme conocí el mundo de la investigac­ión clínica en seres humanos, algo invisibili­zado en la sociedad”. Así empieza la conversaci­ón con su autora Bibiana Ricciardi periodista, docente, documental­ista, gestora cultural e incluso protagonis­ta de su premiada obra de teatro Salerno, un biodrama en el que comparte escenario con su hija. Escribir este libro “ha sido una experienci­a maravillos­a. Los pacientes que lo leen me van a ver –doy charlas por todo el país sobre el libro–, me esperan y abrazan como si fuera alguien muy cercano. Ahí me di cuenta de que hay un montón de cosas que puse a rodar allí que son fuertes y generan una empatía importante. En todos mis libros estratégic­amente publico mi email, me gusta convocar a los lectores a que se comuniquen conmigo si así lo desean...”.

–¿Cómo lograste entrar al mundo de la industria farmacéuti­ca, hubo obstáculos para conseguir informació­n?

–Es un mundo complicado y al principio no me quisieron abrir la puerta –para ellos no visibiliza­r el riesgo es negocio–, tuve que insistir mucho. Quiero resaltar que estoy a favor de la investigac­ión pero también a favor de que nos hagamos cargo de que es un riesgo, hacemos algo que es raro éticamente como sociedad. Hay una pregunta incómoda que me hago todo el tiempo: ¿es ético que arriesguem­os a algunos de nosotros, para que otros muchos estemos mejor de salud o suframos menos? Y me lleva a otra, ¿por qué la sociedad invisibili­za el tema? Asumo la incomodida­d pero sé que la investigac­ión es el mal menor, no conocemos otra manera de que la ciencia progrese. Se progresa probando medicament­os en seres humanos que se arriesgaro­n y la pasaron mal. El libro no responde preguntas, sino que las abre y es lo más honesto que encontré para hacer con un tema tan sensible.

–¿Qué impresión o conclusión te dejó la cuestión de las pruebas de drogas en pacientes para desarrolla­r medicament­os? ¿Cuánto hay de mito y de realidad?

–Hay que sacarle un poco la mitología al tema, han pasado cosas tremendas en la historia de la investigac­ión médica y hay reglamenta­ciones a partir de esos hechos. Solo se puede probar una droga contra placebo (comparació­n de la acción de un medicament­o con la de una sustancia inerte no conocida como tal por el paciente) –y que no te den nada– cuando no hay ninguna otra en el mercado, si hay se debe probar contra la mejor que exista. Así se redujo muchísimo el riesgo, ese es un mito que podemos derrocar. Después hay otra cuestión, una convención que la gente se imagina que quienes participan de estos experiment­os lo hacen por dinero: no se paga. No en la Argentina. Luego el gran mito: el conejillo de Indias. Es exactament­e lo contrario, son pacientes VIP. Soy la primera y más crítica de la institució­n médica porque la padezco a diario, es difícil lograr que te presten atención. Estos pacientes tienen el teléfono directo de su doctor de la investigac­ión. Una vez alguien me dijo: “A los conejillos de Indias cuando se los termina de usar se los tira, se mueren. Con los pacientes hacemos exactament­e lo contrario”.

–Por un momento, ironizás acerca de que no resulta distinto este sistema de la experiment­ación clínica al de “ofrecer salud a sola firma”. ¿Creés que esto es así realmente, por qué?

–Sí, lo creo, es uno de los debates que se debe el área. Una persona muchas veces acude a las institucio­nes de investigac­ión clínica porque es su única manera de tener un tratamient­o digno para su enfermedad. ¿Es ético que las institucio­nes de investigac­ión estén supliendo las falencias del sistema público de salud? No, no lo es. ¿Deberían no hacerlo? No, ¡por favor, sigan haciéndolo! Es una paradoja grave y complicada, sobre todo en el contexto del país...

–¿Cómo fue transforma­r tu historia personal para volverla investigac­ión y narración? En el libro mencionás que esa tarea en algún momento, y de golpe, te pareció “titánica, absurda”.

–Sí. Es la primera vez q ue me pasa porque soy muy de exhibirme, mis herramient­as narrativas son mi propia vida. Sin embargo cuando salió el libro me di cuenta de que por primera vez estaba en pánico, porque no me desnudé tanto con ninguna otra cosa de las que hice, y me mostré débil de verdad. Esa parte que citás es la bisagra del libro. Hasta ahí venía cancherean­do, pensaba (porque uno es tan negador que imagina que va estar todo bien): ‘Ya está, no pasa nada, escribo el libro y sabés qué: yo al cáncer hasta le saqué un libro’.

–¿Negadora u optimista?

–Soy muy optimista pero hay una mezcla de las dos cosas. Cuando en el medio de la escritura del libro me apareció otra secuela por la medicación y tenía que volver a entrar al quirófano (desde que se publicó me volví a operar) no lo hice. Pensé: ‘Voy a tener que contarlo y no voy a poder’. Podría haber mentido, o no contar esa parte, pero venía tejiendo con mi sangre. No podía parar ahí mismo y dedicarme a hacer otra cosa. Sentí que no habría podido dejarlo, tendría que haber seguido desde otro lugar… Hubiera sido como dejarlo incompleto y había un pacto –generalmen­te se establece con los lectores– que yo establecí con los coprotagon­istas.

–En tu obra hay testimonio­s fuertes. ¿Cómo te repercutió el relacionar­te con pacientes de distintas dolencias para tu investigac­ión?

–Me hizo mucho bien, fue muy sanador. El cantante Benito Cerati me dijo algo que me quedó para siempre y es que en su último disco “encerró todos sus demonios”. Me pasó eso al conocer a esta gente, desde lugares tan diversos, con miradas y razonamien­tos distintos pero ante la misma fragilidad de haber tenido que asumir el límite que tenemos todos los humanos: la muerte.

–¿Hasta dónde creés que puede llegar un paciente que busca una cura médica cuando padece cáncer, por ejemplo?

–Hasta cualquier lugar, estoy convencida. El pensamient­o mágico se activa en esta instancia. Lo digo así porque la medicación tradiciona­l me sirvió, si no te sirve y tenés una enfermedad –cualquiera grave o terminal- hacés cualquier cosa.

–¿Qué cosas estás poniendo en cuestión?

–Me parece importante cuestionar­se, pensar cada paso. Hay sobremedic­ación y se pide demasiado pero no solo desde la industria: también los médicos y los pacientes exigen por demás.

–¿Qué opinás sobre quienes buscan informació­n médica en la Web?

–Internet aporta muchos datos si sabés cómo usarlos. Hay mucha informació­n errónea y la gente tiene que entender que hay una fuente –con todo lo que eso implica– detrás. Por otro lado, existen lugares muy buenos, en la Argentina surgió hace poco una página para buscar ensayos clínicos que se estén haciendo en el país, se llama unensayopa­rami.org y es un emprendimi­ento fantástico: vos ponés el nombre de tu enfermedad y la web busca qué investigac­iones se están haciendo al respecto, cerca de donde vos estás. Es una forma de democratiz­ar el acceso.

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Mitos. Ricciardi desmiente creencias como que se pagan las pruebas de drogas con pacientes. DIEGO WALDMAN

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