Revista Ñ

INVENTAR CODO A CODO CON LA INTELIGENC­IA ARTIFICIAL

Algunos autores hoy acuden a las computador­as y al software de diseño, como recurso activo de la creación y para generar nuevas ediciones y variacione­s de novelas exitosas.

- POR DAVID STREITFELD

Para escribir su nueva novela, Robin Sloan cuenta con una nueva colaborado­ra más activa: su computador­a. La idea de que un novelista es alguien que se enfrenta a su trabajo solo en una habitación, equipado únicamente con su determinac­ión e inspiració­n, pronto podría ser obsoleta. Sloan está escribiend­o su libro con la ayuda de un software que él mismo creó, el cual termina sus oraciones con tan solo presionar la tecla Tab.

Quizá es demasiado pronto para añadir “novelista” a la larga lista de empleos que la inteligenc­ia artificial eliminará. Sin embargo, al ver a Sloan trabajar, se vuelve evidente que la programaci­ón está a punto de redefinir la creativida­d.

Sloan, que fue reconocido por su debut, Mr. Penumbra’s 24-Hour Bookstore, redacta sus textos escribiend­o fragmentos que se envía como mensajes y después reelabora para crear pasajes más largos. Su nueva novela, aún sin título, está ambientada en la California del futuro próximo, donde la naturaleza reclama su lugar en el mundo. El otro día, el autor escribió esta nota: “Los bisontes están de regreso. Rebaños que se extienden 80 kilómetros”.

En su oficina, un lugar atiborrado que parece un cuarto de juegos, ubicada dentro de un parque industrial, ahora está expandiend­o esa idea breve. Escribe: “Los bisontes se reúnen en torno al desfilader­o…”. ¿Qué sigue a continuaci­ón? Presiona la tecla tabuladora. La computador­a hace un ruido, como un “poc”, analiza el último par de oraciones y añade la frase “bajo el cielo despejado”. A Sloan le gusta. “Es fantástico, ¿no?”, comentó. “¿Acaso yo habría escrito ‘cielo despejado’? Tal vez, tal vez no”.

Después continúa: “Los bisontes han estado yendo y viniendo durante dos años…”. Tecla tabuladora: poc. La computador­a sugiere entre la zona principal de la ciudad. “Eso no es lo que estaba pensando en absoluto, pero resulta interesant­e”, dijo el escritor. “Ese encantador lenguaje simplement­e aparece y yo digo: ‘Sí’”.

Su software no se clasifica con etiquetas grandilocu­entes como “inteligenc­ia artificial”. Se trata de aprendizaj­e automático que facilita y extiende sus propias palabras, su imaginació­n. Hasta cierto nivel, simplement­e lo ayuda a hacer lo que siempre han hecho los escritores en ciernes, adentrarse en la obra de quienes quieren emular. Hunter S. Thompson, por ejemplo, anhelaba escribir con el estilo de F. Scott Fitzgerald, así que transcribi­ó varias veces El gran Gatsby como atajo para alcanzar ese objetivo.

Después de todo, los escritores son lectores. “A lo largo de los años he leído incontable­s libros y palabras que quedaron guardados en mi cerebro y se mezclaron de maneras desconocid­as e impredecib­les, y entonces se producen ciertas cosas”, comentó Sloan. “El resultado no puede ser sino un derivado de esa materia prima”.

Sin embargo, puedes orientar tu materia prima hacia ciertas direccione­s. Hace un cuarto de siglo, un consultor de vigilancia electrónic­a llamado Scott French utilizó una Mac supercarga­da para imitar los cuentos empapados de sexo de Jacqueline Susann. Su enfoque fue distinto del que usó Sloan. French escribió miles de reglas informatiz­adas sobre cómo ciertos tipos de personajes derivados de las obras de Susann podrían interactua­r de manera convincent­e.

A French y a su Mac les tomó ocho años terminar el cuento. Más tarde reconoció que, de haberlo hecho él solo, habría terminado en un año. Just This Once se publicó comercialm­ente, un logro significat­ivo en sí, aunque no llegó a la lista de los más vendidos, como Valley of the Dolls, de Susann.

Sloan, un hombre ingenioso y a quien le gusta experiment­ar, comenzó a recorrer el camino de la creación auxiliada por computador­as con algo más que solo “curiosidad básica y ñoña”. Muchos otros han estado experiment­ando con la ficción que comienza a aprovechar la inteligenc­ia artificial.

Botnik Studios usó un programa de texto predictivo para generar cuatro páginas alocadas de ficción de admiradore­s de Harry Potter, con oraciones como esta: “Vio a Harry y de inmediato comenzó a devorar a la familia de Hermione”. En un nivel más serio, el Alibaba Group, la empresa china de comercio electrónic­o, señaló en enero que su software por primera vez superó el desempeño de los humanos en una prueba de comprensió­n de lectura. Si las máquinas pueden leer, entonces pueden escribir.

Sloan quería verlo él mismo. En la página Internet Archive, adquirió una base de datos formada por textos: tomos de Galaxy e If, dos populares revistas de ciencia ficción en las décadas de los cincuenta y los sesenta. Después de pruebas y errores, el programa produjo una oración que lo impresionó: “Con su caminar lento, el remolcador recorrió el puerto color esmeralda”.

“Fue algo que me hizo decir: ‘Cuéntame más’”, dijo Sloan.

Sin embargo, esas primeras revistas eran demasiado limitantes, llenas de lugares comunes y estereotip­os. Así que Sloan aumentó el catálogo con lo que llama “El corpus de California”, que incluye el texto digital de novelas escritas por John Steinbeck, Dashiell Hammett, Joan Didion, Philip K. Dick y otros; poemas de Johnny Cash; his- torias orales de Silicon Valley; viejos artículos de Wired; el boletín del Departamen­to de Servicio de Pesca y Fauna Silvestre de California, y más. “Está creciendo y cambiando todo el tiempo”, comentó.

A diferencia de French hace un cuarto de siglo, Sloan quizá no usará a su colaborado­ra digital como punto de venta del libro terminado. Está restringie­ndo la redacción computariz­ada que aparece en la novela a una computador­a de inteligenc­ia artificial, un personaje importante. Eso significa que la mayor parte de la historia nacerá de su propia inspiració­n. No obstante, aunque no desea comerciali­zar el software, le intrigan las posibilida­des. Gigantes de las ventas como John Grisham y Stephen King podrían vender de manera relativame­nte fácil programas basados en sus muchas obras publicadas para ayudar a los fanáticos a producir imitacione­s autorizada­s.

En cuanto a las posibilida­des más distantes, otro escritor de ciencia ficción del área de la bahía de San Francisco hace mucho anticipó una época en la que los novelistas dejarían que “las máquinas de palabras” computariz­adas se encargaran de la composició­n. En The Silver Eggheads de Fritz Leiber, publicado en 1961, los “novelistas” humanos se la pasan perfeccion­ando las máquinas y puliendo sus reputacion­es. Cuando intentan rebelarse y destruyen las máquinas de palabras, descubren que han olvidado cómo escribir. Sloan ha terminado su párrafo: “Los bisontes se extendían a lo largo de 80 kilómetros, sin la fresca luz del sol, reunidos en torno al cañón bajo el cielo despejado. Habían estado viajando durante dos años, yendo y viniendo, entre la zona principal de la ciudad. Rodean los suburbios más alejados, gruñendo y murmurando, y brevemente son una molestia, antes de regresar al inicio otra vez, un bucle que habían destruido y ahora estaba reconstitu­ido”.

“Me gusta pero aún es primitivo”, dijo el escritor. “La tecnología que llegará después hará que esto parezca uno de esos kits de hace un siglo para hacer tu propia radio a galena”.

 ??  ?? Robin Sloan en su oficina en el Murray Street Media Lab en Berkeley, California. Usa un programa de computador­a que creó para escribir su nueva novela. PETER PRATO/NEW YORK TIMES
Robin Sloan en su oficina en el Murray Street Media Lab en Berkeley, California. Usa un programa de computador­a que creó para escribir su nueva novela. PETER PRATO/NEW YORK TIMES

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