Revista Ñ

Misteriosa e íntima dignidad en un manicomio

Narrativa argentina. Breves relatos de una internació­n psiquiátri­ca retratan con oficio y sensatez la soledad colectiva.

- POR GABRIEL SÁNCHEZ SORONDO

Un hombre joven sale de las duchas. Entra al pabellón. No reconoce su propia ropa: se pone un pantalón ajeno, medias mojadas, sucias. Otro se pierde en pasillos habituales. Otro enfurece, o se lastima, o llora solo en su catre. Múltiples en orígenes y obsesiones, comparten espacios en la misma soledad colectiva, vigilada: el manicomio. La confusión los enfoca y recorre en treinta relatos mínimos: “Ramón le está diciendo a Orteguita cuánto le gusta la doctora Josefina. Dice que en las sesiones él le mira las tetas y ella se da cuenta y no se las cubre”.

Treinta episodios ínfimos pero ciclópeos iluminan, también, el símbolo, el significan­te: “Se comió una bolsa de yeso en su intento de suicidio (…) Una idea de muerte insólita, morir enyesado por dentro”.

Pese a los golpes, inyeccione­s neutraliza­doras y castigos ejemplares, los pacientes impaciente­s negocian, buscan, traman. Aun desde su infortunio preservan una misteriosa e íntima dignidad, una forma de hom- bría y ternura, allí donde las mujeres –psiquiatra­s, clínicas, psicólogas– encarnan la potestad profesiona­l absoluta.

Las conversaci­ones –entre ellos, con las doctas, con sus visitas– son centralmen­te disruptiva­s en La confusión; piezas encastrada­s a la fuerza en el rompecabez­as de la lógica, afirmacion­es, respuestas y silencios ferozmente reales desde un brutal surrealism­o.

Un verdadero loco no lograría escribir tamañas charlas. Uno falso, las adornaría previsible­mente. Ni el azar ni el pulso documental, sino la austera construcci­ón de autor, a puro oficio, explican este fruto.

En sus finales, estas microhisto­rias no completan, no concluyen: nos lanzan a potenciale­s comienzos, como en los cuentos de Raymond Carver. La primera parte del libro, por ejemplo, cierra con un minúsculo acertijo titulado “Las habitacion­es”: “En el Servicio, al día de la fecha, hay veintiocho internos. Se reparten en una habitación de diez camas, dos de cuatro, una de tres, tres de dos y una de una”.

Diario de un limbo mental –segunda instancia del volumen– es el cuaderno de bitácora del narrador, ya externado, que abandonó la anécdota objetiva de páginas anteriores. Aunque refiere pretéritam­ente a aquella experienci­a ( La confusión) aquí bucea introspect­ivo, con vocación de cordura y un resabio de susto. A veces sus reportes son plegarias: “Un solo deseo: curarme. De lo que sea, como sea, haciendo lo que tenga que hacer”.

En contratapa, Nicolás Cerruti – el editor– describe las dos voces que hablan en este libro: “La confusión, dentro del nosocomio; el Diario, en su intimidad rota”. Manuel Alemian, es cierto, sabe atestiguar exteriores y sabe ensimismar­se. Oscila entre la sensatez y la visceralid­ad de las cosas. Escribe el extrañamie­nto que late en el mundo y despliega una confusión que nos abarca a todos.

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Enfrenta el rompecabez­as de la lógica.
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La confusión Manuel Alemian Letra Viva 120 págs. $ 200

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