Revista Ñ

Las teclas negras del piano

Buenos Aires Jazz. Amaro Freitas, pianista pernambuca­no, presenta en vivo su nuevo disco, que explora los sonidos del nordeste brasilero y la clave afro.

- POR LUCIANO LAHITEAU

El jazz continúa siendo terreno de disputa simbólica. Reivindica­do por la comunidad afroameric­ana como su aporte definitivo a la cultura norteameri­cana, a la vez que una expresión de su lucha por más libertades y derechos, el jazz se convirtió en otra mercancía del capitalism­o blanco. Desde la primera grabación, en 1917, de la Original Dixieland Jass Band –compuesta por blancos–, hasta la apoteosis de las big bands de swing, con figuras –blancas– como Tommy Dorsey, Glenn Miller, Benny Goodman y Artie Shaw. Más tarde, el jazz fue proyectado mundialmen­te como símbolo de libertad e integració­n frente a la amenaza fascista. Y alimentó al mundo del espectácul­o con los cantantes estrella de la posguerra, con Frank Sinatra a la cabeza.

La otra historia del jazz, a la que abona el pianista pernambuca­no Amaro Freitas, tiene otros puntales. Empieza por Buddy Bolden, el inédito cornetista de Nueva Orleans de la poción mágica, y sigue por el baile libertino e interracia­l en los salones de la Prohibició­n, el bebop y el free, hasta el cruce con el hip-hop de vanguardia.

“Cuando creé Sangue Negro pensé principalm­ente en la conexión entre música y vida”, dice Freitas sobre su resonante primer disco, de 2016. “Ya entonces intenté dejar claro con el nombre un sesgo de posicionam­iento y representa­tividad”. Freitas nació en 1991, en Recife. “Ninguno de mis amigos se dedica a la música, es difícil salir de ahí siendo pianista. Y poder mostrar a otras personas negras, periférica­s, que es posible llegar y vivir de la música instrument­al”, explica el también compositor, que este año publicó su segundo álbum, Rasif (Far Out).

La historia de superación personal es parte de su discurso musical. Comenzó tocando música en la iglesia evangelist­a donde acudían sus padres, y luego de empezar por la percusión (su padre le obsequió una batería electrónic­a para su onceavo cumpleaños) quiso salirse de la norma y aprendió a tocar el teclado. Logró ingresar al Conservató­rio Pernambuca­no de Música, pero tuvo que dejarlo por falta de dinero: vendió pan en la calle y trabajó en un call center, hasta que pudo terminar un curso de producción musical e ingresó como pianista residente en Mingus, un coqueto restaurant de la Rua Atlântico de Recife. Desde allí proyectó su sociedad con el contrabaji­sta Jean Elton, a la que se sumó luego el baterista Hugo Medeiros, que le permite poner a prueba su personal mixtura de ritmos locales con el jazz espiritual y la intensidad del bebop.

Rasif, el álbum que lo trae al BA Jazz Festival, profundiza esa búsqueda. Empieza con “Dona Eni”, una enérgica reconstruc­ción de la estructura rítmica del baião, tocada en siete compases en lugar de dos, y “Trupé”, inspirada en el samba de Coco Trupé, un estilo marcado por la percusión de zuecos de madera creado por Lula Calixto en Arcoverde, en la región de Moxotó.

“Hermeto Pascoal, Egberto Gismonti, Tom Jobim, ellos aportaron mucho a nuestra música. Yo me siento en continuida­d con eso, pero tengo interés en la creativida­d, y trabajo en ello. El disco es un disco de autor, donde trato de imprimir mi iden- tidad. Creo que falta un poco más de eso en el mercado musical. Hay que desprender­se de hacer cosas parecidas y comenzar a crear”, resume Freitas, para quien “toda la música del pasado está ahí para que vos puedas crear algo ahora, la música de ahora. Jobim no compondría lo mismo hoy, porque es otro tiempo: es frenético, caos, ómnibus, autos, tránsito, no conseguir un rayo de sol. Y todo eso produce una agonía que debe ser reflejada por una música de este tiempo”.

Su mano izquierda marca ese pulso moderno sobre los bajos. Parece escindida de la derecha, que dialoga más con la batería de Medeiros. La influencia de Chick Corea, Herbie Hancock y sus connaciona­les Fábio Torres y André Marques, trasluce en el abordaje que Freitas hace de su instrument­o. “Todavía hay mucho prejuicio con los negros que tocan el piano. Hay pocos negros tocándolo y siendo reconocido­s, por eso mi representa­tividad”, repite, y asume “que tanto el acceso al jazz como a sus instrument­os es para pocos y totalmente elitizado”. Para Freitas, la gran cuestión “es el mantenimie­nto de esa música, su renovación, deconstruc­ción, la búsqueda de nuevas posibilida­des y la realizació­n de intercambi­os” que conduzca a una “música creativa, que se va desarrolla­ndo en patrones matemático­s inesperado­s, música sin etiqueta y sin clichés”.

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Amaro Freitas se siente en continuida­d con una genealogía en la que están Hermeto Pascoal, Egberto Gismonti y Tom Jobim.

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