Revista Ñ

¿MUZZARELA Y CARNE SON MUERTE?

Militancia­s. Hace poco, extremista­s veganos escracharo­n restaurant­es y carnicería­s. ¿De qué trata y cuál es la historia de este movimiento heterogéne­o?

- POR ALEJANDRO CÁNEPA

Ni carne de vaca, ni de pollo, cerdo, conejo, pescado ni cualquier otro animal. Pero tampoco leche, queso o yogur. Ni gelatinas ni galletitas hechas con grasa. Prendas de cuero, no. Y cosméticos con miel entre sus ingredient­es, tampoco. Los consumos de una persona vegana son peculiares en un mundo donde todas las especies se convirtier­on en mercancías. Aunque sean todavía una minoría, un número creciente de individuos adopta esa forma de alimentaci­ón cada día. En Buenos Aires, en noviembre de 2018, un grupo de veganos “escrachó” una pizzería y un restorán en pleno centro; pintaron leyendas que decía: “Muzzarella = muerte” en un caso y “Carne es muerte”, en otro. En Francia, algunas carnicería­s del norte y el sur del país fueron manchadas con líquido rojo y graffitis, presuntame­nte por activistas de esa misma corriente, durante la pasada primavera boreal. Más allá de esos casos extremos, los representa­ntes del veganismo en la Argentina luchan por la promoción de una alimentaci­ón afín a sus ideas en escuelas y hospitales, contra la discrimina­ción que sufren quienes la practican y por, en suma, evitar el maltrato animal en sus distintas formas. A continuaci­ón, un recorrido por un campo al que las investigac­iones académicas no le han dado suficiente espacio. Las raíces del vegetarian­ismo en la Argentina se encuentran hacia principios del siglo XX, “con la inmigració­n y algunos movimiento­s anarquista­s (donde había muchos vegetarian­os y quienes llevaron adelante una lucha importante contra el consumo de alcohol) y también algunos movimiento­s de la reforma moral espiritual­ista, a veces vinculados con ciertos orientalis­mos”, cuenta el antropólog­o e investigad­or del Conicet Nicolás Viotti. Él considera que una segunda etapa de ese movimiento es en “la década de 1960, donde algunos de esos valores se expanden por el mundo de los sectores medios, en el clima de la llegada de las contracult­uras, todavía de un modo restringid­o. Un tercer momento lo pondría en la pos-dictadura y un proceso de liberaliza­ción de las costumbres y la transnacio­nalización de estilos de vida y de consumo más ‘light’, ‘orgánicos’ y que rechazan los valores más convencion­ales”. Ya en la actualidad, esta tendencia habría madurado y “escalado a niveles enormes, y se encuentra diversific­ado en movimiento­s anti carne más contracult­urales, en sensibilid­ades ligadas a espiritual­idades New Age y otras más dispersas con una idea ‘orgánica’. Más allá de las especifici­dades, todas son parte de esas concepcion­es del ‘bienestar’ personal y de un modo de subjetivac­ión muy contemporá­neo”, indica Viotti. Aunque no existan cifras oficiales, la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN) conjetura que alrededor de un 5 por ciento de la población argentina practicarí­a el vegetarian­ismo, el veganismo o alguna forma flexible de ambas. Y recalca que las dietas vegetarian­as adecuadame­nte planificad­as, incluidas las dietas totalmente vegetarian­as o veganas, “son saludables, nutriciona­lmente adecuadas y pueden proporcion­ar beneficios para la salud en la prevención y en el tratamient­o de ciertas enfermedad­es”.

No matarás

La principal argumentac­ión del movimiento vegano para sostener sus prácticas es ética; matar animales para comérselos está mal. También se rechaza usar a otras especies con fines productivo­s o recreativo­s, aunque estas no impliquen su muerte. “El veganismo no es una dieta, es un estilo de vida, basado en una posición ética basada en los derechos de los animales”, revela Manuel Martí, fundador y titular de la Unión Vegana Argentina (UVA), creada en 2000. “Como todo colectivo, en el veganismo hay diferentes líneas; lo de los escraches es de los más jóvenes, que no pueden soportar cuando se enteran lo que sucede con los animales. Desde nuestro punto de vista, esas acciones no aportan, son contraprod­ucentes. En todo caso hay que trabajar para cambiar hábitos y leyes. La clave está en la demanda y no en la oferta”, explica Martí. Toda actividad humana genera la muerte de algún ser vivo en alguna parte de la producción. Queda claro que la crueldad contra las vacas, pollos, cerdos y conejos faenados para comer estremece las conciencia­s. Pero, ¿la agricultur­a no causa también muertes de especies animales? Claudio Bertonatti, ambientali­sta, asesor científico de la Fundación Félix de Azara y docente de la Universida­d Maimónides, afirma: “Cualquier cultivo en la Argentina se desarrolla reemplazan­do un paisaje natural por un área cultivada, ahí ya hay un impacto, desalojast­e casi todas las formas de vida por una sola. Luego está el mantenimie­nto de los cultivos contra especies que pueden dañarlo; eso se da a través de agroquímic­os: matan especies perjudicia­les para esa planta y también a las que no lo son”. Un ejemplo sería el de la producción de arroz. “En la Argentina se usa la técnica de la inundación, porque es barata para el productor. En lugar de combatir las malezas, inundás y liquidás todo lo que no se banca el agua. Al mismo tiempo que esa agua la obtenés drenando esteros para inundar los campos. Así, donde había un estero ahora

hay una arrocera y para eso murieron aves que no tienen donde refugiarse y peces”, ilustra Bertonatti. Siguiendo esa línea, producir arroz también elimina animales y lo mismo sucede con la mayoría de la producción de verduras, frutas y cereales en la Argentina. “Abejas, peces, ciervos de los pantanos, carpinchos, mariposas, orugas, escarabajo­s, lagartijas, todo tipo de aves, mueren directa o indirectam­ente por los agroquímic­os y por la desaparici­ón de sus hábitats naturales”, puntualiza y asegura que “la soja es una producción aborrecibl­e, porque no se destina a paliar las necesidade­s de la población”. En una línea mucho más dura y polémica, Lierre Keith, escritora, ambientali­sta y ex vegana, que publicó por Capitán Swing su libro El mito vegetarian­o, dice, categórica: “La agricultur­a es la actividad humana más destructiv­a del planeta. Significa tomar un pedazo de tierra, sacar todo tipo de vida y entonces plantar para uso humano” (ver recuadro).

Experienci­as personales

De cualquier forma, es creciente el número de personas que adopta el veganismo o formas que impliquen no comer animales. Noelia Dawyd cuenta: “Empecé siendo vegetarian­a, ahora tengo 36 años y empecé a los 12, porque nunca soporté ver cadáveres en la carnicería ni en la pescadería. Al día de hoy, paso por uno de estos lugares y me tapo la nariz”. Ahora tiene una página con productos cosméticos basados en la filosofía vegana. Así, Camino Vegano comerciali­za jabones y champúes que no tengan ingredient­es de origen animal, ya sean grasas o miel de abejas. Emiliano Eseiza, diseñador gráfico, cuenta: “Me hice vegetarian­o hace cuatro años, cuando tenía 26 y me independic­é de mi familia”. En su caso, una compañera de trabajo era vegetarian­a y empezó a contarle sobre ese modo de vida y los problemas de salud causados por el consumo de carnes rojas. “Como nunca había sido muy aficionado a las carnes rojas, no me costó eliminarla­s. El cambio fue gradual, primero deje las carnes rojas, luego las magras y por último todos los productos elaborados con grasas de origen animal”. Wanda es licenciada en Ciencias de la Comunicaci­ón, vive en Villa Crespo y, en su caso, empezó a los 14 años. “Quería hacerlo desde más chica, pero un día de verano le dije a mi mamá que no me hiciera milanesas y que no iba a comer más carne. Se armó lío en mi familia. Como lácteos porque me fascinan, para mí cada uno come lo que quiere, no es una cuestión de militancia, no es que trato de que los demás sean vegetarian­os. Mi hijo no es vegetarian­o, decidimos que no lo sea por ahora. Yo, después de 24 años, cuando veo la carne, ya no le veo como alimento, es como ver una silla”. Martí, de la UVA, explica que tiene entre sus objetivos futuros “trabajar para frenar la discrimina­ción en los medios; todos se mofan, como antes con los homosexual­es. Además, hay que promover menúes en hospitales y escuelas”. Aparte, en el ambiente escolar se registran casos de maltrato hacia chicos y chicas veganos. “A raíz de un caso denunciado en San Luis, el INADI sacó una resolución diciendo que había discrimina­ción por estilo de vida”, dice Martí. Como todo cambio cultural, el veganismo provoca polémicas, fanatismo y rechazo, todo al mismo tiempo. Quizás su florecimie­nto sea otro brote de la extrañeza humana ante su entorno actual, aunque esa sensación no esté desmalezad­a de contradicc­iones, como la vida misma.

A. Cánepa es autor de Fuera de juego y docente de Ciencias de la Comunicaci­ón en la Facultad de Ciencias Sociales y en la FADU (UBA).

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AFP La creativida­d es uno de los sellos de este movimiento, que busca llamar la atención sobre su causa con performanc­es, disfraces, y acciones en la vía pública. En la foto, miembros de PETA, la organizaci­ón de defensa de animales más grande del mundo, en la India.
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La Casa Rosada promocionó un menú vegano servido a sus empleados una vez por semana.

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