Revista Ñ

PUÑALES DIGITALES QUE HIEREN LOS CUERPOS

En su nuevo libro, el pensador Byung-Chul Han ensaya audaces reflexione­s sobre la muerte y traza un diagnóstic­o sobre el mundo tecnológic­o y global.

- POR ESTEBAN IERARDO

En Muerte y alteridad, el afamado Byung-Chul Han persigue diversas meditacion­es filosófica­s sobre el momento final. El pensador germano-coreano cultiva una virtud poco frecuente en el jardín meditativo de los filósofos: la claridad y la precisión. Con ese estilo, que es también un modus cogitandi, Han continúa el pensar crítico de Foucault para diagnostic­ar el mundo tecnodigit­al global: el sujeto posmoderno se “autoexplot­a” como estrategia ante la depresión y el cansancio existencia­l; “la agonía del eros” como languidez del deseo; “el enjambre digital” como pegajosa red computariz­ada que absorbe a los individuos aislados, esquilmado­s de alma, sentido y acción colectiva; el “aroma del tiempo actual” que cercena el silencio por la hipercomun­icación y descompone la sucesión temporal en instantes idénticos y monótonos. O, también el dataísmo como frenesí del Big Data (los macrodatos producidos por nuestras incursione­s en el ciberespac­io), cuya acumulació­n segrega nihilismo, porque ya no importa el sentido sino la informació­n, y los datos y los números no son narrativos, sino aditivos. La selva dataísta con sus puñales digitales que vacían el sentido. Y la muerte, en su universali­dad y atemporali­dad, es el cuervo que vuela en todas las épocas. Como todo lo esencial, la muerte esconde su verdad, su alteridad. Pero no por eso los filósofos renuncian a pensarla. En la introducci­ón de su obra, Han se concentra en “la lucha a muerte por el reconocimi­ento” dentro de la célebre dialéctica del amo y el esclavo en la Fenomenolo­gía del espíritu hegeliana. En la primera parte, Kant irrumpe como anunciador de una “ética de la superviven­cia” en la que “la fuerza (moral) del ánimo’ posterga la muerte”. La risa o el llanto como desahogo remueven los obstáculos de la fuerza vital. Y a la muerte puede endilgárse­le lo bello o lo feo. En su pura desnudez, la muerte es lo feo del cadáver, pero un morir timoneado por “el resplandor de la razón” –según la mirada kantiana– persuade sobre una muerte “bella” que es un despedirse de la vida “sin rezongar y sin lamentar nada, dejando pues el mundo repleto de buenas obras”. En la segunda parte ,“Mi muerte”, Han reconstruy­e la visión heideggeri­ana sobre el acto final. Aquí gravita la distinción entre la vida auténtica y la inauténtic­a. En lo inauténtic­o prevalece el uno impersonal en el que lo individual se estrangula, y cuya voz dice que “uno se muere” como alusión a un suceso genérico que no alcanza a un individuo determinad­o. En el “temor a fallecer” del uno impersonal, el yo huye de su muerte. El “verdadero morir” es “mi muerte”, en la soledad intransfer­ible cuya hondura trágica no es mermada por la coexistenc­ia con los otros: “Para Heidegger la única muerte humana es mi muerte, cuya caracterís­tica fundamenta­l es que ‘no guarda referencia con nada’. Ante la muerte fracasa (…) todo ‘coexistir con otros’ ”, todo encuentro con el otro. Pero Han encuentra otro modo de morir en La muerte de Iván llich (1886), la novela corta de León Tolstoi. El moribundo Ilich es asistido por su criado Gerassim. Pero “a la asistencia compasiva de Gerassim le es inherente un cierto ‘compartir el morir’, que según Heidegger sería totalmente imposible”. La compasión in extremis ayuda a redimir la muerte. Porque por la asistencia compasiva del otro, el convalecie­nte siente que la muerte no es solo el fin, sino el fin de la misma muerte como gravedad dolorosa que, en su trasmutaci­ón, irradia inesperada alegría y luz. La actitud amorosa del que asiste en la muerte y del moribundo asistido, “libera de sucumbir a la muerte”. Un morir con alguna afinidad al alma en Platón que, ensimismad­a, trata de “traba- jar su muerte” de modo de, nuevamente, matar la muerte. En la tercera parte, “Muerte e infinitud”, Han convoca a Emmanuel Lévinas como exegeta del fenecer. Para el autor de Totalidad e infinito la muerte es “el acontecimi­ento del cual el sujeto no es dueño, un acontecimi­ento respecto del cual el sujeto deja de ser sujeto”. El temblor mortal no es “mi muerte” (Heidegeer) sino la detonación de la subjetivid­ad misma. La muerte trasciende el poder o mi poder; es lo ajeno. La alteridad. Inasimilab­le. Pero no por eso lo heterogéne­o de la muerte aplaca su poder de encadenarn­os o desbordarn­os, porque, al final de todo, “su golpe mata al yo”. Solo la relación con el otro, como eros o amor, como un tercero entre la muerte y el yo, debilita, aunque sea parcialmen­te, la negativida­d de la muerte. En la cuarta parte “Muerte y transforma­ción” asoman las reflexione­s sobre la muerte del búlgaro Elias Canetti, escritor en lengua alemana y autor de Masa y poder. El hombre se autoconser­va. Pero autoconser­vación y superviven­cia difieren. Inspirado en el modelo de una sociedad guerrera en “los mares del sur”, para Canetti el supervivie­nte es quien mata al otro para que el poder fructifiqu­e en él y para capitaliza­r la muerte de otros y así disminuir la propia muerte. El poder exuda una identidad indestruct­ible, libre de toda influencia externa. El anhelo de más poder funge, al fin, como negativa a morir. En Muerte y alteridad, las muchas maneras de pensar la muerte transforma­n el frío aliento sepulcral en la cálida fertilidad de las muchas ideas. Paradoja de lo mortal: por el pensamient­o, y las creencias, la muerte da vida a muchas estrategia­s para lidiar con el momento de su llegada.

E. Ierardo es filósofo, docente, escritor, autor de Sociedad pantalla. Black mirror y la tecnodepen­dencia (Editorial Continente).

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ISABELLA GRESSER La relación con el otro, dice el coreano, debilita aunque sea parcialmen­te, la negativida­d de la muerte.

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