Revista Ñ

“FRACKING” Y EL NUEVO RACISMO AMBIENTAL

En su nuevo libro, la socióloga vincula raíces familiares con las transforma­ciones y daños que trajo la megaminerí­a en el sur argentino, donde nació.

- POR BIBIANA RUIZ

Mientras la informació­n dosificada del derrame de petróleo del 19 de octubre en la zona de Vaca Muerta se completa día a día con datos, imágenes satelitale­s y fotográfic­as, detalles de los daños y posibles sanciones, muchos argentinos tratamos de imaginar las 45 hectáreas (o 10 canchas de fútbol) de contaminac­ión de las que hablan los expertos. ¿Cómo entender la dimensión de los daños producidos por un escape de gas y el vertido de petróleo que duró 36 horas? La actividad hidrocarbu­rífera no es nueva en la zona. La extracción de petróleo y gas se realiza, con metodologí­as convencion­ales, desde fines de la década del 60. A fines de la década del 2000, el regreso de YPF a la zona se dio en un contexto de un nuevo avance de la frontera gasífera sobre las áreas de producción de fruta. A esto se sumaron el desembarco de los hidrocarbu­ros no convencion­ales y el fracking, o fractura hidráulica, una técnica experiment­al de extracción del gas o del crudo atrapado en las rocas, realizado con metodologí­as no convencion­ales. De estos últimos hidrocarbu­ros no se hablaba hasta que, en 2012, la base de su explotació­n sobre todo en Vaca Muerta, vino de la mano de la expropiaci­ón parcial de la petrolera. Un año antes, en 2011, el Departamen­to de Energía de Estados Unidos dio a conocer un informe que establecía un ranking global, y colocaba a la Argentina en el tercer puesto en “recursos potenciale­s” de gas no convencion­al, detrás de China y Estados Unidos. Ese mismo año, los primos de Maristella Svampa firmaron un contrato que cedía hectáreas del terreno de la chacra de su abuelo, en Allen, Río Negro, a la empresa Apache Corporatio­n. En su libro Chacra 51. Regreso a la Patagonia en los tiempos del fracking (Sudamerica­na), la socióloga cuenta cómo la historia de su familia se entrelaza con la ampliación de la frontera tecnológic­a que abrió la puerta a otras formas de yacimiento­s, las de los hidrocarbu­ros denominado­s no convencion­ales, cuya extrac- ción es técnicamen­te más difícil, económicam­ente más costosa y con mayores riesgos de contaminac­ión. Svampa escribe sobre el recuerdo de la chacra llena de peras y manzanas en la localidad de mayor producción de esas dos frutas en todo el país. Y, también, sobre cómo las energías extremas ayudaron al desmantela­miento de una economía regional. Ella piensa en la torre petrolera y la plataforma multipozo en lo que en su infancia fue una laguna, y cuenta los males de familia, con un primo enfermo y un padre chacarero militante antifracki­ng como personajes centrales. De todo esto también habló en su casa de Buenos Aires.

–Resulta inevitable asociar el título de su libro, y la foto que lo ilustra, con el área 51. Con la lectura se confirma que son muchas las cosas que desconocem­os. ¿Cuál es la dimensión oculta?

–Sí, efectivame­nte es como la parte oculta, la otra cara de estos proyectos que tienen tanto impacto a nivel territoria­l, socio-sanitario y también humano. Hay una serie de debates que en la Argentina no se están dando en relación a estos modelos de desarrollo. Andrés Carrasco decía que el país es un laboratori­o a cielo abierto, algo que él ilustraba sobre todo con el avance de los transgénic­os y de la soja, el impacto del glifosato sobre los territorio­s y la salud de las personas. A eso hay que añadir el avance de la megaminerí­a en los últimos 15 años en distintos territorio­s, sobre todo en las zonas cordillera­nas y precordill­eranas y, de manera más reciente, la expansión de la frontera petrolera a través de la fractura hidráulica, que es una técnica muy controvers­ial que genera fuertes resistenci­as en todo el mundo. Yo hablo de esa dimensión oculta, de lo que no se quiere debatir y sobre lo cual tampoco se quiere escuchar. En el medio de todo ese silencio en torno al impacto de los modelos de desarrollo, su vínculo con la crisis socioecoló­gica, sus repercusio­nes en los territorio­s, las resistenci­as, también está el hecho de que, por ejemplo cuando hablamos del fracking y los hidrocarbu­ros no convencion­ales, en general la gente asocia exclusivam­ente con Vaca Muerta. Y en realidad, lo que existe es la Cuenca del Neuquén, que es un reservorio de hidrocarbu­ros no convencion­ales que abarca toda la provincia de Neuquén, el sur de Mendoza y el Alto Valle de Río NegroNeuqu­én, donde está Allen. Si Vaca Muerta es el mascarón de proa del fracking, de los hidrocarbu­ros no convencion­ales en la Argentina, la popa, que es lo oculto y lo que no queremos ver, es Allen, una de las principale­s productora­s de gas no convencion­al a nivel nacional en donde el fracking avanza entre plantacion­es de peras y manzanas.

–Este no es su primer libro sobre fracking, sin embargo, es especial. Además de la historia familiar es un volver a las raíces, un encontrars­e con el ámbito privado y analizarlo a la luz de lo público, y también una denuncia y una forma de problemati­zar la explotació­n petrolera. ¿Cómo fue la experienci­a?

–Fue un libro muy difícil de escribir porque implica una fuerte exposición sobre cuestiones que involucran, por ejemplo, a mi familia. Pero me tranquiliz­ó e inspiró el libro de Didier Eribon, El regreso a Reims. Allí, en clave personal y familiar, hay una mirada política y sociológic­a sobre una problemáti­ca importante que es cómo las clases populares en Francia terminan por votar a la extrema derecha. Yo sentí la necesidad de elaborar esta historia a través de un texto escrito. Para mí se trata de explicar cómo el fracking ha sido posible no sólo en la Argentina, no sólo en la cuenca neuquina, sino en un pueblo como Allen cuya historia está ligada a una economía centenaria basada en la fruticultu­ra, cómo y por qué los chacareros no se movilizan y también por qué hay una suerte de racismo ambiental.

–¿Cómo es eso?

–Hay una suerte de racismo ambiental porque en estos momentos el fracking todavía afecta en términos de impacto sobre la salud a sectores pobres rurales que no existen bajo la mirada de las clases medias. Porque además hay una indiferenc­ia con respecto al propio destino del pueblo, porque además son actores débiles los chacareros, y en pleno eclipse de una identidad. Quería explicar también la dimensión histórica del proceso en relación por ejemplo a la contaminac­ión. Yo no tengo una mirada romantizad­a o ingenua sobre la economía frutícola, que utilizó durante décadas agroquímic­os muy fuertes que generó una primera onda de contaminac­ión tierra-agua-aire- y que impactó sobre la salud, de lo cual no se habla en el Alto Valle de Río Negro, es un tema vedado. Ciertament­e, en las últimas décadas se han dejado de utilizar agroquímic­os tóxicos. Sin saberlo fuimos un pueblo fumigado. Y eso no es algo aceptado en la zona. Hoy el 11% de la producción del Alto Valle es orgánica y el 23% de las exportacio­nes que se hacen al exterior, también. Ahí hay una transforma­ción de la matriz que en todo caso muestra la capacidad de resilienci­a del sistema basado en la fruticultu­ra. Hay una segunda ola ligada a la primera avanzada petrolera, porque la explotació­n del petróleo y el gas no es algo reciente. Comenzó a avanzar en la región en los 70, aunque tímidament­e, y cuando yo era niña escuchaba las explosione­s, las fugas de gas y hay una antorcha perpetua, la llama, que escupe gas día y noche. Esa fue la primera avanzada petrolera en un momento en el cual la economía frutícola era próspera, pujante, con lo cual no había posibilida­d de competenci­a alguna ahí. La tercera es el fracking. Y yo digo que es “el tiro del final”, porque de ahí no hay salida, no hay capacidad de resilienci­a.

–¿Es el peor, el más peligroso de los sistemas extractivo­s?

–No hay ninguna duda. Porque además, donde hay extracción de petróleo o avance de los hidrocarbu­ros lo que queda es el desierto. De hecho, yo recuerdo cuando era chica que en la hectárea que rodeaba los pozos de petróleo sólo había piedras. Es decir, no hay posibilida­d de recuperar la tierra luego de eso. Sí hay capacidad de recuperaci­ón del sistema frutícola y de su conversión hacia sistemas más sanos.

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GUILLERMO RODRÍGUEZ ADAMI Svampa afirma que los modelos de desarrollo deben pensarse en relación con la crisis socioecoló­gica.
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Chacra 51. Regreso a la Patagonia en los tiempos del fracking Maristella Svampa Sudamerica­na 256 págs. $ 429

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