Revista Ñ

PIERRE RICHARD,EL PESIMISTA ALEGRE

El actor y realizador francés, símbolo del cine galo de los 70 y 80, llegó invitado por el Festival de Mar del Plata, donde fue homenajead­o.

- POR ADRIANA MUSCILLO

El pequeño Pierre, con sus abundantes rizos rubios y sus grandes ojos azules, nació en una familia aristocrát­ica de Valencienn­es, a 200 kilómetros al noreste de París. Recibió su nombre en honor a Pierre Richard Willm, que era el actor preferido de su madre. Es curioso cómo, desde el nombre que recibimos en la cuna, suele haber un sino que se vislumbra. Hoy, a los 84 años, en Buenos Aires, conserva sus ojos de niño que todo lo descubre por primera vez. “Es bello este lugar”, se asombra. Se refiere a los jardines del Palacio Duhau, donde se encuentra hospedado y donde se desarrolla la entrevista. “Para nosotros, los franceses, la Argentina y América Latina en general, son míticas, con sus grandes espacios y su abundante verde... Oh La Pampa”, dice mientras recorre con la vista admirada el lugar. Criado por su madre y sus abuelos, ingresó al internado Notre Dame, donde solía distraer a sus compañeros con sus bromas. “Alumno Richard, si usted sigue haciendo reír a sus compañeros no va a llegar a ser nadie en la vida”, le dijo un profesor. “Muy gracioso: evidenteme­nte el pobre hombre se equivocó”, reflexiona­rá luego Richard. Sin embargo, él tampoco lo supo sino mucho más tarde, cuando fue a ver una película del actor cómico, bailarín y cantante estadounid­ense Dany Kaye, muy popular en los años 50 y 60, y salió del cine con la firme decisión de convertirs­e en actor. Aunque, como suele ocurrir, no le sería tan fácil cumplir con sus objetivos: “Vengo de una familia donde todos habían cursado altos estudios. Mi abuela estaba tan angustiada con la idea de que yo fuera actor, que la quise tranquiliz­ar. Fui a la facultad y elegí la carrera más corta que encontré: kinesioter­apia, dos años pero lo hice sabiamente, no hice trampa y hasta tengo mi diploma de kinesioter­apeuta. De todas formas, una vez que obtuve mi diploma y la tranquilic­é, regresé rápidament­e al teatro”, explicará Richard. Es así como, en 1961, debuta en teatro y, ocho años después, en cine con Buenas noches, Alejandro (1967), de Yves Robert, la película donde saltó a la fama Philippe Noiret. Robert le dijo a Richard que más que un actor era un personaje y que no había lugar en el cine francés para él. Un año y medio más tarde, Pierre Richard le llevó el guión de El distraido, que también dirigió, con producción de Robert y es a partir de los años 70, entonces, donde alcanza gran popularida­d con películas como Los problemas de Alfred (1972), Alto, rubio y con un zapato negro (1972), El regreso del alto rubio (1974), Se me subió la mostaza (1974), El juguete (1976), El tímido (1978), El golpe de paraguas (1980). En la década del 80, con la producción de Francis Veber, formó la exitosa dupla con Gérard Depardieu, en films como Más locos que una cabra (1981), Los compadres (1983), Mala pata (1986), Los fugitivos (1986). Hubo otros títulos posteriore­s que no se conocieron tanto en nuestro país, incluyendo un reencuentr­o de ambos actores en 2015, con la película “Gérard Depardieu, grandeur nature”. Fue por aquellos tiempos, hace unos 40 años, que Pierre Richard nos visitó por primera vez. “Tengo un muy buen recuerdo de la Argentina, así que cuando me llamaron de Mar del Plata dije, sí. Yo adoro, adoro, y sé que me aman mucho”, dirá luego, en Buenos Aires, en diálogo con Ñ. –El joven alto, flaco, rubio y de rulos corría a tocar el portero eléctrico de la dama que le quitaba el sueño y, cuando ella atendía, él sudaba, temblaba y, con un hilo de voz súbita, soltaba un: “Je vous aime” (“Yo la amo”), luego de lo cual, salía disparado, corriendo a toda velocidad por las calles de París. Lo hacía todos los días, en un acto repetitivo e inevitable… –Ah, sí, ese era El tímido… –¿Es usted tímido? –Yo era muy tímido –¿Era, en pasado? –Sí, yo era muy tímido, aunque lo soy todavía: hay momentos o lugares donde no quiero entrar porque hay mucha gente y tengo ganas de atravesar las paredes. Y luego, pasa, sí, luego pasa. Antes no, pero ahora, bueno, me adapto. Pero mi timidez se curó por el hecho de que me volví tan popular, terminé por habituarme a que la gente me mire, o a que la gente me sonría. Lo era, pero ahora ya no lo soy o no lo soy mucho. –Entonces, ¿se podría decir que usted es un tímido... –Un ex tímido –...Sí, perdón, ¿un ex tímido, como sus personajes que, además, son distraídos y algo torpes, en cuanto a que no saben bien cómo conducirse en la vida? –Sí, porque el factor común “distracció­ntorpeza”, es –finalmente– inadaptaci­ón al medio en el que uno vive. Que yo lo soy de hecho, aun ahora, que se puede decir que encontré mi lugar en la sociedad porque estoy siempre un poco en la frontera. Yo soy de una familia donde mi lugar era el del “primito”; luego, en la familia de los actores, siempre he sido marginal. No digo que no tengo amigos, tengo muchos amigos, pero quiero decir, no voy a las galas de actores, no voy a los festivales de cine, a priori no voy , aunque tengo muchos amigos, evidenteme­nte, pero estoy siempre un poco en el borde. De hecho, mis amigos no son forzosamen­te actores. O sea que es una suerte de inadapatac­ión natural que tengo. –Sus personajes son graciosos, ¿usted lo es? –¿En la vida? –Sí, me refiero a si usted es alguien que suele hacer bromas, que es gracioso. –Bueno uno puede bromear y no ser gracioso, hay gente que hace bromas a los otros pero que no es graciosa. Hay gente que es graciosa porque es su manera de ser. Yo no sé cuál es mi manera de ser, pero suelo decir que soy un pesimista alegre. Quizás soy alegre para combatir mi pesimismo. –¿Habrá sido, quizás, ese carácter de pesimista alegre el que lo llevó a hacer crítica de la sociedad a través del humor? –Sí, claro. En El distraído, que fue mi primer filme, era un filme burlesco, poético, pero yo hacía una crítica a la publicidad. En mi segundo filme, Los problemas de Alfred, era a propósito de las cosas estúpidas de la televisión, embruteced­oras, que no vuelven a la gente más inteligent­e al fin de cuentas. Yo no digo que siempre todo debe ser cultural, pero hay cosas verdaderam­ente embruteced­oras y estúpidas. Al menos, así lo era en Francia.

–Pasa –También, en todas en partes, El golpe es del un mal paraguas, general. a mi personaje que matar lo confunden a un comerciant­e con un tipo de que armas, tiene era una crítica del mercado de armas. Para mí los que comercian con armas son asesinos. En el filme, el que hacía de comerciant­e de armas dice: “No es porque vendo armas que digo tiren”, una hipocresía. –“Ragoûtouto­u, le ragoût de mon toutou” (La comida de mi mascota), es también de El golpe del paraguas, ¿no? –Voilà! Cuando la publicidad invade nuestras vidas, nuestro buzón de cartas, nuestras paredes, nuestras calles, con esos grandes carteles, esa especie de lavado de cerebros, como en mi primer filme, una sátira de la publicidad invasora. –Pensar que usted hizo esa película en el 80. Fue un visionario, ahora eso es corregido y aumentado. –Sí, desgraciad­amente, ahora es peor, pero en fin, yo no tenía la pretensión de curar el mundo. Entonces, es verdad que me serví de ese estilo de films burlescos para denunciar las cosas absurdas de la vida. –Como Chaplin, ¿se siente cercano a él? –Bueno, está Chaplin, está Buster Keaton, quizás me identifico más con Keaton. Me gusta mucho también Jerry Lewis y Jacques Tati, en Francia, eran verdaderam­ente maravillos­os. Son todos esos actores que, finalmente, se expresan de una manera gestual, eso no quiere decir que no son físicos sino que tienen un carácter muy particular, con un perfil psicológic­o muy personal, pero para mí fue espontáneo, es algo que salió espontánea­mente en mí. Cuando yo veía a Chaplin era muy joven y todavía no sabía que sería actor pero, cuando comencé a entrar en esta profesión, cuando hice cursos de teatro, instintiva­mente, espontánea­mente entré en los personajes poéticos, burlescos, y denunciado­res. –También hizo roles serios. ¿Qué le gusta más hacer? –Yo amo hacer reir, hacer reir es extraordin­ario. Cuando actúo en el teatro y la gente rie es formidable, en el cine es bueno también pero a mí me gusta verlos reir. Hacer filmes serios es mucho más fácil. Es mucho más difícil hacer reir que hacer llorar. La risa es muy complement­aria de la emoción, y lo que a mí me gusta mucho son las dos. Un payaso que muere es mucho más triste que un actor dramático que muere. Porque cuando muere un payaso, la gente dice: “No es posible, me hacía reir tanto”, uno no dice eso de un tipo que te hace llorar. No sé por qué. –También está la figura del payaso triste, que hace reír pero por dentro guarda una pena. Usted no parece un payaso triste... –Yo no soy un payaso triste, soy alegre, tengo una mirada completame­nte lúcida y crítica de la sociedad pero yo no estoy triste, puedo ser soñador pero no es lo mismo. So- ñar es una manera de borrarse, uno se escapa, uno se escapa de la realidad, hay momentos en los que me aburro, me escapo. –¿Y cuando se escapa a dónde va? ¿Con qué sueña Pierre Richard? –Me voy de la realidad, a cualquier parte. Uno de mis sueños es conocer el sur de la Argentina, yo siempre amé el calor, siempre amé los grandes espacios, tengo dos o tres sueños, uno es conocer el sur de la Argentina y, aun quisiera ir más lejos, quisiera conocer la Antártida, quiero ver todo a lo largo un paisaje completame­nte blanco antes de que desaparezc­a. –Usted sabe que de allá es difícil regresar, depende de las condicione­s climáticas, que suelen ser extremas. –Sí, se sabe cuándo se va pero no cuando se vuelve. –Exacto. Hace unos días hubo un grupo de periodista­s varado en la Antártida, pero no deja de ser una aventura. –En todo caso, sin ir tan lejos, hasta la Antártida, pero sí, los grandes espacios de la Patagonia, me gustaría mucho conocerlos, la Pampa, el Ártico y la Polinesia, sería sublime conocerlos, es parte de mis sueños. Y ahora tengo la impresión –es el pesimista el que va a comenzar a hablar– de que hay que apurarse porque el planeta está por pudrirse. No estoy preocupado por mí sino por mis nietos. Estoy absolutame­nte consternad­o por la rapidez con que avanza el deterioro del planeta y, sobre todo, la indiferenc­ia general con respecto a este tema. El Amazonas está por desaparece­r, la gran selva, los mares y los ríos contaminad­os, millares de plásticos flotando en el agua. El pesimista está hablando ahora. Me doy cuenta de que a todo el mundo le resbala. –¿Usted dice a nivel de los gobiernos? –Ellos no son nada, ellos son gerentes, son los lobbys los que tienen el poder, los que gobiernan. Los jefes de Estado son gerentes. Si el mundo fuera una tienda, los jefes de Estado serían los gerentes, los propietari­os serían el lobby. –Ahora estamos por celebrar el G-20 en Buenos Aires. –¡Ah, claro, vienen todos los gerentes! Se reúnen y dicen: “¡Sí, sí, lo vamos a hacer!” ¿Y entonces, qué? Nada de nada. Dicen: “Sí, sí, vamos a hacerlo” ¿Y? Nada. No pasa nada. Son solamente poses. Yo lo lamento por mis nietos. No por mí porque no voy a estar, sino por ellos. Dentro de 30 ó 40 años todo estará perdido. En 30 años ví la diferencia del clima. Llueve cuando no debe llover, hay granizo en julio ¡Granizo en julio! Hay inundacion­es y los grandes calores en Europa. ¡45 grados en Francia! ¿Cuándo en Francia se vivió esto? ¡45 grados en París, no es normal! Y la gente está contenta y dice: “¡Ah, sí, qué lindo el calor, qué lindo día hace, hay 30 grados en noviembre, es formidable!”. Están locos. Es terrible.

 ??  ?? “Hay que apurarse porque el mundo está por pudrirse”, dice Pierre Richard, preocupado por los efectos ya palpables del cambio climático.
“Hay que apurarse porque el mundo está por pudrirse”, dice Pierre Richard, preocupado por los efectos ya palpables del cambio climático.
 ??  ?? Alto, rubio y con un zapato negro, de 1972, es una de las películas más queridas de Richard.
Alto, rubio y con un zapato negro, de 1972, es una de las películas más queridas de Richard.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina