Revista Ñ

IDA VITALE: EL TENTADOR JUEGO DE EVOCAR LO QUE SE FUGA

Premio Cervantes. La poeta uruguaya Ida Vitale recibió el máximo galardón de la lengua castellana. Una conversaci­ón sobre las verdaderas recompensa­s de la poesía, su relación con plantas y pájaros, la voz propia y los peligros de lo fácil.

- POR IVANA ROMERO

Ida Vitale heredó su nombre de pila: es el mismo de una tía que no conoció. Su abuela le contaba historias sobre aquella mujer de carácter independie­nte que tenía conocimien­tos asombrosos sobre botánica y una cantidad de libros en aumento constante. Falleció joven pero sus plantas quedaron en el patio y sus libros, diseminado­s por la casa. Así, Vitale leyó Guerra y paz de Tolstoi a los once años. Poco después se asomó a la poesía a través de Delmira Agustini y María Vaz Ferreira. “No sabía por qué usaban el lenguaje de un modo que me resultaba tan raro. Pero había algo atractivo ahí. Creo que empecé a escribir siguiendo esa melodía, de pura curiosidad”, dice. Al otro lado del teléfono, Ida cuenta que desde la ventana ya no puede ver el mar porque parece que las dunas se han movido de lugar. Está en la casa de Flores de su hija, tras participar en la Feria del Libro de Maldonado. Hace pocas horas, cuando aún no había iniciado el viaje desde Montevideo, recibió la noticia: es la flamante ganadora del Premio Cervantes, el más prestigios­o de las letras en español. Se sorprendió mucho, sí. “Es un reconocimi­ento importante”, concede. A sus 95 años, tiene la voz templada, el sentido del humor intacto y va hilvanando oraciones con la claridad de la docente que alguna vez fue. “Justo hasta recién estuve arreglando las plantas del jardín trasero”, responde y ríe. Se exilió en México en 1974, durante la dictadura uruguaya, y en 1989 se radicó en Austin, Texas, donde vivió hasta hace unos meses. Mientras tanto, durante casi siete décadas publicó unos veinte libros de poemas muy reconocido­s en el extranjero. El último es su obra reunida, que Tusquets editó en 2017 en España y que en febrero próximo llegará a las librerías de nuestro país. Además, recibió una gran cantidad premios, entre los que se destacan el Reina Sofía de Poesía Iberoameri­cana. De hecho, en pocos días viajará a México, donde la Feria del Libro de Guadalajar­a le entregará el Premio de Literatura en Lenguas Romances.

–Me decía que el Cervantes se juntó con su retorno a Montevideo.

–Estoy en plena mudanza. Es que decidí volver a instalarme en mi ciudad natal, pero no en el apartament­o donde viví siempre, en Pocitos, con Enrique [Enrique Fierro, su segundo marido, fallecido en 2016]. Mi hija resolvió el asunto y consiguió otro apartament­o. Todavía estoy trayendo mi biblioteca de Austin. También, cajones que una no siempre sabe qué contienen. Suelo estar enterada de ciertos premios pero esta vez estaba pensando en otras cosas. Así que el premio me agarró de sorpresa. Claro que me alegra muchísimo.

–El dictamen del jurado menciona, entre otras cosas, que su poesía es “transparen­te”. ¿Qué opina usted?

–No creo que ninguna poesía sea demasiado transparen­te si da un poco de trabajo. Y está bien que le dé un poco de trabajo al lector, para que participe más. Me gusta esa idea del lector activo. Es verdad que no siempre está dispuesto a prestarse a ese juego, a sacrificar un poco de tiempo, de gusto por analizar. Es muy difícil para un autor saber cómo lo verá el lector. El autor espera que el acercamien­to se produzca por un lado y a veces, se produce por otro. O no se produce. Por eso es una suerte cuando coincidimo­s autor, lector y libro.

–En muchos casos, la poesía sigue siendo considerad­a como un género lateral, que no va por la ruta de cierto prestigio que pueden tener la narrativa o el ensayo.

–Es preferible que tampoco vaya por la ruta de los premios. Los premios caen de manera sorprenden­te pero son una contingenc­ia. De alguna manera la poesía es una compensaci­ón que viene por otro lado: una apertura para volver a mirar el mundo que nos rodea, una pacificaci­ón si estamos mal. Y no es necesario que influya mucho. O puede influir cuando menos lo esperamos, como es mi caso.

–En su poesía, las plantas y pájaros de los lugares donde vivió tienen una gran presencia, como si trazaran los puntos esenciales de una geografía personal.

–Así como pierdo amigos que quedan en otra ciudad, pierdo plantas y animalitos. Escribo con la intención de evocar algo de todo eso que se fuga. A veces, volver a ciertos poemas me causa un poco de melancolía. En náhutal, sinsonte significa “pájaro de las mil voces”. Es un poco exagerado pero es un pájaro muy curioso y escribí sobre él. Incluso en Austin, que es un poco territorio mexicano, todavía me ha tocado oír algún sinsonte. Acá en el mar recuperé el sonido del zorzal, que sin embargo es distinto del que oigo en Montevideo. Es el mismo timbre pero quizás varía la melodía. Cada pájaro tiene su voz propia. –¿No pasa lo mismo con la voz de los poetas? –Sí, claro.

–¿Cómo ha ido construyen­do su voz lírica?

–No sé. Eso es como la manera de hablar de una persona, tantas cosas influyen: lecturas, épocas... Siempre pienso que hay que leer mucho y leer distintas cosas. En una época sentía mucha admiración por Neruda y sin embargo, trataba de no leerlo porque sentía que a mi alrededor pululaban los “hijos” de Neruda. Eso es lo peor que le puede pasar a uno, que la admiración, si bien muy legítima, se te haga voz. Porque es una voz prestada. Me hablan de la generación del 45, me dicen que pertenezco a ella. Si bien es posible construir filiacione­s, estamos juntando cosas que en el fondo son distintas.

–¿En qué sentido?

–En el hecho de que cada uno de nosotros fue construyen­do una voz propia. Pienso por ejemplo en Idea Vilariño o Amanda Beren-

guer, que me ayudó a editar mi primer libro, La luz de esta memoria, en 1949. Incluso Armonía Somers, que no era poeta pero sí gran narradora. A Armonía la conocí personalme­nte cuando ya era muy prestigios­a dentro de la prosa uruguaya. Pero sin saberlo, nos habíamos cruzado mucho antes. Yo iba a la escuela República Argentina. En los pisos de arriba funcionaba el instituto normal, para quienes iban a ser maestros. Armonía pasó por ahí.

–¿En esa época también se encontró con Delmira Agustini y María Eugenia Vaz Ferreira?

–Quizás fue un poco antes, cuando leía lo que encontraba en casa. Delmira, indiscutib­lemente, tiene mayor perfección formal. A María Eugenia le interesaba menos la forma, iba a una cosa más reflexiva o filosófica.

–¿Y usted cómo se siente en el vínculo entre forma y contenido?

–Trato de que la forma no falle.

–En su obra reunida, decidió poner adelante los poemas llamados “Antepenúlt­imos” y Mínimas de aguanieve de 2015. Y va en orden decrecient­e hasta llegar a su primer libro.

–Decidí hacerlo así para no espantar al lector. Si empieza por mis últimos poemas, es más probable que piense que hubo un poco de progreso.

–Sin embargo, en poemas como los incluidos en De léxico y afinidades, de 1994, usted recupera su fascinació­n inicial por los sonetos.

–Esa forma me atrae desde que empecé a escribir pero siempre me ha venido el temor de hacer mal una cosa que tantos hicieron bien. Uno piensa en Quevedo, en Lope de Vega y dice “no se puede llegar más lejos”. En la generación del 27 hubo un sonetista estupendo, Gerardo Diego, quizás un poco olvidado por el hecho de que aceptó vivir en España durante el franquismo. La explicació­n suya es que no quería moverse porque ¿qué iba a hacer con su piano? Por eso lo quiero, no solo por los sonetos sino por el hecho de que la música le importaba por arriba de la poesía.

–¿Y cómo fue su tránsito hacia el verso libre?

–Traté de que no fuera nunca demasiado libre, de tenerlo controlado. Al abandonar una forma como el soneto o la décima, se corre el riesgo del derrame total. Por eso creo que está bien que haya cierto límite porque eso lleva a que uno intente ceñir más la expresión. Prefiero lo que se puede decir bien en pocas palabras. Reconozco que es una manera más complicada de abordar la poesía pero las dificultad­es siempre me han atraído un poco. O será que desconfío de los peligros de las muchas facilidade­s.

–El año pasado se editó por primera vez en Uruguay El ABC de Byoubu, un libro de prosa que publicó en México, en 2004. Según tengo entendido, ahora volvió a la prosa.

–El ABC... es un libro distinto al resto de mi obra desde el punto de vista formal. Prosa sin muchas ataduras, un divertimen­to. Lo que estoy escribiend­o ahora es distinto. Si hasta tiene un nombre pomposo que parece un chiste: Shakespear­e Palace. La explicació­n es la siguiente: yo llegué sola a México porque Enrique, mi marido, estaba haciendo un curso en Berlín. Me alojó una amiga pero cuando él llegase, íbamos a tener que mudarnos. Yo no sabía de cuánto dinero íbamos a disponer ni tenía idea de cuánto costaban las cosas, así que decidí buscar algo muy modesto. Empezaron a decirme que no eligiera el barrio de la calle Shakespear­e porque nadie me iba a visitar. ¿Quién me iba a visitar si yo me había exiliado? Serán crónicas que quieren evocar a la gente que me ayudó en México, mi segundo país.

–Uruguay parece haberla recibido bastante bien.

–Sí, ahora vengo de la Feria del Libro de Maldonado. Nos detuvimos acá en Flores para que vos y yo pudiésemos hablar con calma. El paisaje es más calmo que en Montevideo. Desde aquí solo veo arena y horizonte. Antes podía ver el mar aún sentada. Ahora debo pararme. Tengo la sensación de que las dunas se han movido un poco.

 ?? EFE ?? Además de poeta, Vitale es una dedicada traductora. Ha vertido al castellano a Pirandello, D’Annunzio, Molière, Boris Vian y Simone de Beauvoir.
EFE Además de poeta, Vitale es una dedicada traductora. Ha vertido al castellano a Pirandello, D’Annunzio, Molière, Boris Vian y Simone de Beauvoir.

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