Revista Ñ

NOY, UN MILITANTE DE TODOS LOS PLACERES

Fernando Noy. “Soy como un vitral que explota”, dice el poeta argentino sobre los recuerdos reunidos en Peregrinac­iones profanas: cartografí­a del deseo gay y, a la vez, “memoria plural” de la cultura sudamerica­na de los 60 a hoy.

- POR LUCIANO LAHITEAU

Un safari del tiempo. ¿De qué otro modo podría ser? Las vidas de Fernando Noy (Río Negro, 1951) no responden a ningún esquema preestable­cido, o a la mesura analítica de la autobiogra­fía. Por eso Peregrinac­iones profanas (Sudamerica­na) es un recorrido a los saltos por una memoria indisolubl­e y vasta, que abarca cuatro décadas de cultura argentina y sudamerica­na, en un registro que se mece entre la fluidez narrativa y la elucubraci­ón poética. “A veces me asusto de tanta puntillosi­dad –dirá Noy sobre el proceso de redescubri­miento que precedió a la escritura–. Pequeños objetos de mi casa me traen recuerdos, yo soy como el médium”. Ellos van apareciend­o con la fuerza de un astro que ilumina el vacío circundant­e; así, mediante personajes claves y escenarios encantados entre Castelar y París, Noy recupera su vida a través del reflejo de las amistades que lo acompañaro­n. “La de este libro es una memoria plural, no una memoria egótica. No digo: ‘Mirá lo que me pasó’. Digo: ‘Mirá lo que pasó’”, distingue desde la mesa de un café del Abasto, donde siempre vuelve. “Hay como un vitreaux que explota y cada trocito de color es un tiempo que voy viviendo, restaurand­o, y aunque hoy está casi completo, la historia sigue”.

–¿Por qué hablás más de los otros que de vos en estas memorias?

–Porque plagio mi vida en el espejo de la memoria ajena. Y para mí los protagonis­tas son ellos, en este transcurri­r zigzaguean­te de diversidad. Hay placer, aullidos, momentos increíbles y trágicos. Fue surgiendo así porque mi vida es a partir de las personas y a través de ellas. El ego solo no significa nada. Soy poeta: al ego lo elimino, lo destruyo.

–Hay momentos de tu vida que nadie conoce, como el incendio de tu departamen­to. ¿Por qué decidís no detenerte en esos momentos angustiant­es?

–Y hay cosas que ni siquiera nombro, como algunas enfermedad­es. Me refugio de las desgracias. Yo trato de ser un mago de la alegría y la danza celebrator­ia. A lo trágico lo escondo porque no me parece digno de expresar si no hay solución. Yo quiero encontrarl­e una solución a la vida. Gracias a Evangelina Salazar pude encontrar una solución a la desgracia de quedar en la calle, nunca había hablado de eso antes. Si lo trágico no tiene una salida, yo trato de no agregarme al coro del lamento. Ese es mi estilo.

–Uno de los personajes que va apareciend­o, como un fantasma, es Tanguito. ¿Cómo lo conociste?

–Él y su novia, porque las mujeres siempre han sido muy soslayadas en el memorial de los tiempos. De Marcela Pascual, la poeta top chic que estaba con Tango, no se habla. Es una de las personas que más quiero rescatar porque está viva y es una mujer que sigue escribiend­o ¡la dorada princesa del verano está en Buenos Aires! A él lo conocí por Corrientes, en aquel mar de noches. De La Perla te ibas a El Querandí, de ahí al Callao 11, después al Ramos y así. Lo gracioso es que había un límite, Carlos Pellegrini. Del Obelisco no pasábamos; yo era una de las pocas hippies trolas que sí pasaba porque me encantaba toda esa movida de La Manzana Loca. Ahí estaban mis amigos. Dalila Puzzovio, que me mostró lo que era el Di Tella. Vi puestas alucinante­s, ejercicios que llevaban al teatro al punto donde debe estar, el del ritual más sagrado.

–Lo interesant­e es que en La Manzana Loca convivían las vanguardia­s con los canónicos, como Borges y Silvina Ocampo.

cuestión de cerrar los ojos e irse por Maipú y enseguida, a veinte metros, vivía Borges, que salía con amigos e incluso atendía el teléfono: yo lo he llamado más de una vez. Él cruzaba la Galería del Este, que era un carnaval de los que armaban la movida mezclados con estrellas como Violeta Parra, y salía por el otro lado. Fue una época que no se repitió nunca. Espero que vuelva.

–¿Pensaste el libro como un aporte al memorial de la diversidad sexual?

–No, yo solo quise dejar testimonio de una etapa que fue primordial: el tiempo de las locas de los 60. Le tengo que agradecer a Susy Shock, porque ella me dijo: ‘Noy, vos tenés que dar testimonio del Oeste’. Y ahí aparece toda una cartografí­a del deseo. Hoy, afortunada­mente, este país es gay-friendly pero antes era el país de los mataputos. Es una oscilación tan increíble que no puedo creerlo. No cuento aquello desde el martirio, pero sí desde una especie de militancia insólita de todos los placeres y destinos, como si el mundo que yo conocí y frecuenté no tuviera límite, y tuviera una bandera invisible no de una patria, sino de una matria paria. Y había personajes increíbles, incandesce­ntes pero no de montaje, sino de actitud, de osadía en los baños y las noches. Hoy ya no correríamo­s tanto peligro, pero en ese tiempo fuimos muy audaces para ser lo que fuimos. Como la Estreya, a quien le dedico un capítulo: era un personaje de Lamborghin­i pasado por Roberto Arlt. Me hace llorar, porque está contado al pie de la letra, a excepción del final que no lo puse: terminó fusilada en la base aérea de Morón, donde había ido con otras trolas a verse con unos soldados; le dieron la voz de alto pero ella no se detuvo y le dispararon.

–En Brasil conociste a Caetano Veloso y Milton Nascimento, entre otros.

–Sí, eso fue en el ´72. Yo me voy después de la muerte de Tango y de pronto descubro el paraíso. Mientras acá se prohibía el carnaval, yo termino siendo reina del carnaval en Bahía. Es una chanza del destino, o un aviso. Fueron tres años de figurar en el carna–Era

val, de la mano del Fernando Coelho, un gran artista plástico. Incluso me invitaron a bailar con la escola Beija Flor de Río de Janeiro, pero yo no quería dejar Salvador. Al final, me ocupé como productor de Mercedes Sosa y no viajé. Ahí terminó mi estadía en Brasil por la deportació­n producto del Plan Cóndor.

–¿Cómo fueron los dos años de amistad con Alejandra Pizarnik al final de su vida?

–John Kennedy Toole había anticipado algo que es real: la conjura de los necios. Los necios habían conjurado contra ella. Hay una cosa terrible y es cuando los artistas, sean ella, Van Gogh o Artaud, son expulsados de la tribu. Y quedan solos. Pizarnik era una de ellas porque semejante poder de nombrar y de decir espantaba a sus pares.

–En lugar de describirl­a, elegís contar su relación con los vecinos.

–Es un pase de comedia que cuento porque lo viví. No hago un ensayo sobre el personaje. Y hay partes que no están: cuando Alejandra termina inmolándos­e, yo estaba en Brasil; a mi regreso, la portera del lugar donde vivía me dice: ‘Hace dos noches vino una mujer que no podía creer que no estuvieras’. Y era Alejandra, que había ido en su noche terrible, necesitand­o de mí porque estaba sola. No pude despedirla ni siquiera en el cementerio porque cada vez que lo intenté se desató una tormenta; me di cuenta que Alejandra no quiere que la pensemos muerta.

–En La hermana menor, el libro de Mariana Enríquez sobre Silvina Ocampo, se te cuenta entre quienes creen que el amor entre ellas pudo haber motivado el suicidio de Alejandra.

–Claro. Esa conjura incluye la necesidad de no abordar el escándalo que suponía algo que es lo más simple y fabuloso: una amaba a la otra.

–¿Cómo reconstrui­ste la leyenda de El Noy, el abuelo a quien no se nombraba en tu casa?

–Enrique Cadícamo y Evaristo Carriego tenían mucha data. En sus poemas hablan de las trifulcas y cuentan ese tiempo. A Cadícamo lo conocí en SADAIC, cuando iba del brazo de Egle Martin. Y cuando le dije quién era mi abuelo, como todos los que escuchaban el nombre de El Noy, tuvo ese destello en los ojos entre el pánico y la admiración. Me dijo que cuando había peleas acá, en el Abasto, y la policía no podía controlarl­as, había que llamar al Noy. En mi familia siempre fue un tabú, porque mi abuela era una niña bien que se enamoró del undergroun­d de ese momento.

–De todos los capítulos, el menos alegre es el dedicado al actor y escritor Alejandro Urdapillet­a. ¿Por qué?

–Porque me da más bronca que a nadie su desaparici­ón. Quizás se cuela mi furia de perderlo. Si hay alguien que fue mi gran amigo fue él, y Pedro Lemebel. Lo que pasa es que eran hermafrodi­tas de alto poder creativo y que yo tuve la dicha de tenerlos como amigos del alma. Y en ese capítulo esbozo una teoría. En los 60 el maoísmo decía ‘viva la muerte’ y yo quise darlo vuelta y matar a la muerte porque no puedo tolerar que se me mueran: tratemos de que la muerte no sea tal, que no nos quite lo que dejaron. Y porque los intérprete­s son más efímeros; por eso escribí el libro de Batato Barea, Te lo juro por Batato, para que quede una memoria fehaciente de lo que fue.

 ?? DIEGO WALDMANN ?? Protagonis­ta insoslayab­le de la poesía del deseo, Noy sostiene que se siente como “un médium” a través del cual las evocacione­s se expresan.
DIEGO WALDMANN Protagonis­ta insoslayab­le de la poesía del deseo, Noy sostiene que se siente como “un médium” a través del cual las evocacione­s se expresan.
 ?? ALEJANDRO KUROPATWA ?? Monaguillo inquisidor en el filme Yo, la peor de todas, de María Luisa Bemberg.
ALEJANDRO KUROPATWA Monaguillo inquisidor en el filme Yo, la peor de todas, de María Luisa Bemberg.
 ??  ?? Una imagen del álbum familiar: Noy junto a su madre.
Una imagen del álbum familiar: Noy junto a su madre.
 ??  ?? En Salvador de Bahía, dona do carnaval, a comienzos de los años 70.
En Salvador de Bahía, dona do carnaval, a comienzos de los años 70.
 ??  ?? Junto a Olga Orozco, quien en 1998 ganaría el Premio Juan Rulfo.
Junto a Olga Orozco, quien en 1998 ganaría el Premio Juan Rulfo.
 ??  ?? Con la poeta y traductora Juana Bignozzi.
Con la poeta y traductora Juana Bignozzi.
 ??  ?? Néstor Perlongher, Juan José Sebreli, Fernando Noy y Juan José Hernández.
Néstor Perlongher, Juan José Sebreli, Fernando Noy y Juan José Hernández.
 ??  ?? Peregrinac­iones profanas Fernando Noy Sudamerica­na 240 págs. $ 429
Peregrinac­iones profanas Fernando Noy Sudamerica­na 240 págs. $ 429

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