Revista Ñ

Cómo afilar el cuchillo del texto

- Mauro Libertella

“Estamos en la redacción de Anfibia, que como toda redacción del futuro, es un aula”, dice Cristian Alarcón cuando le toca su turno con el micrófono. Estamos, en efecto, en un aula: tercer piso de un edificio sobre la avenida Belgrano, en diagonal a donde durante muchos años estuvo la redacción de Página/12; sentados en sillas que no son pupitres pero podrían serlo, los que escuchan toman notas, apuntan nombres, garabatean los cuadernos tratando de seguir el ritmo acelerado de los oradores. Aquiles y la tortuga: alguien habla y otro apunta en un cuaderno. Estamos en una redacción y estamos en un aula, entonces. Los que aquí nos congregamo­s vinimos a escuchar la presentaci­ón en público de la nueva Maestría en Periodismo Narrativo de la revista Anfibia y la UNSAM; una suerte de bautismo, se diría, si la imagen no fuera demasiado sacra. Un festejo, eso sí: en un contexto como el nuestro, que surja un nuevo proyecto, al mismo tiempo periodísti­co y universita­rio, es algo así como un doble milagro. La primera en tomar la palabra es Alejandra Laera, codirector­a de la Maestría, que lee un texto de Clarice Lispector sobre la crónica, un texto donde, en vez de afirmar, Lispector duda, vacila, tantea: ¿qué es la crónica? ¿Es ser leve? Laera arriesga: quizás la crónica es una hospitalid­ad, un texto híbrido (anfibio) en cuyo multiplici­dad está lo hospitalar­io. Y, antes de cerrar, dibuja sobre el aire un recorrido de nombres, que funcionan como contraseña­s o llaves para abrir las puertas de ese palacio plebeyo que es la crónica latinoamer­icana, ese misterio que hemos acordado en llamar periodismo narrativo: José Martí, Rubén Darío, Lucio Mansilla, Alfonsina Storni, Roberto Arlt, Sara Gallardo, Rodolfo Walsh. La lista, por supuesto, llega a nuestros días. En su caracter de Director de la Maestría, habló luego Cristian Alarcón, que dijo que este es “el resultado de nuestra experienci­a y de nuestra ignorancia”. Anfibia está cumpliendo siete años. “Vivimos estos años con la conciencia permanente de las audiencias. Esta Maestría es también una exploració­n sobre cómo conectarse con esa galaxia que espera contenidos”, dice, metiendo el dedo en la llaga de uno de los conflictos centrales del periodismo de nuestra época; una época donde ya no hay “audiencias pasivas” y la generación de contenidos es a veces una guerra de la que muchos salen mutilados. El plantel docente estará formado por 22 periodista­s, entre los que están María Moreno, Martín Kohan, Alejandro Grimson, Sonia Budassi, Lola Arias, Laura Malosetti, Constanza Brunett, Sebastián Hacher y Ana Laura Pérez. De casi 200 postulacio­nes, van a elegir a 35 estudiante­s. “35 personas que puedan reinventar­se. Como periodista­s, como personas. 35 personas que puedan intervenir con narrativas donde eso sea necesario (no solo en un medio tradiciona­l)”, dice Alarcón y le pasa el micrófono a Mariana Enriquez, que va a estar al frente de la materia de retratos y perfiles. “Para mi el conflicto entre literatura y crónica no existe –dice Enriquez–. Todo esl literatura. La única diferencia es si estamos leyendo ficción o no. Pero cuando decimos literatura pensamos en ficción, así como cuando decimos cine no pensamos en documental­es. A cada vez más gente le pasa que está dejando de leer ficción y se pasa a la no ficción. Eso es un signo de los tiempos, pero también habla de la buena producción de la no ficción. Casi todos los grandes escritores fueron periodista­s, por otro lado. Pienso en Dickens, en Graham Green, en George Orwell”. Para Mariana Enriquez –de la que Anagrama acaba de reeditar su retrato de Silvina Ocampo, La hermana menor–, “la voz narrativa es clave. Poder leer un texto y decir: este es Rafael Gumucio”. Como cierre de la jornada, tomó la palabra Rossana Reguillo, investigad­ora mexicana, que hizo una valoración de la crónica y el texto periodísti­co narrativo omo un arma de intervenci­ón política directa, como una posibilida­d cierta y atendible de hacer cosas con palabras. Porque de eso se trata, al final: una Maestría así es un gesto político por donde se lo mire.

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De izquierda a derecha: A. Laera, C. Alarcón, M. Enriquez y R. Reguillo.
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