Revista Ñ

Un siciliano duro pero generoso

- M.P.B.

“Mi abuelo tenía un carácter difícil”, menciona María Teresa Salamone Croft, descendien­te del arquitecto e ingeniero Francisco Salamone. “Pero así como tenía ese carácter, era también generoso”. Cuenta Ezequiel Hilbert, director de Mundo Salamone e investigad­or de su obra, que Salamone se hizo rico con la ejecución de los, cerca de 70 trabajos que realizó en la provincia de Buenos Aires, pero que luego su fortuna se desvaneció. En realidad, ninguna de las personas consultada­s por Ñ supo (o quiso) contestar con exactitud qué ocurrió con el dinero ganado en esa época por Salamone. Se sabe que uno de sus hijos, abogado, heredó el estudio de arquitectu­ra de su padre con todo lo que contenía –proyectos, bocetos, herramient­as– y que al quebrar, todo fue a remate. “Mi padre quiebra antes de morir”, comenta la nieta del arquitecto e hija del abogado, Teresa Salamone Croft. “Entonces todo fue a subasta. Con una abogada redactamos una nota que presentamo­s ante el juez, comentando que había objetos que debían ser considerad­os patrimonia­les”. Por ejemplo, los tres dibujos de Salamone que pueden observarse actualment­e en el excelente Centro de interpreta­ción de Salamone ubicado en el municipio de Laprida, fueron entregados en su momento al intendente, salvados de la subasta pública gracias a un detalle: no están firmados como “Francisco Salamone” sino como “Franco Franqui”, algo que solo conocían unos pocos allegados al arquitecto, comenta su nieta. “Fue mi madre la que, consultada por el juez, pudo dar testimonio de esto”, agrega. Respecto de los numerosos trabajos públicos realizados por el gran arquitecto, ¿acaso fueron proyectos designados “a dedo”? Hilbert, consultado por Ñ, contesta que no. “Salamone iba pueblo por pueblo de la Provincia a ofrecer sus proyectos. En algún sentido, se autogestio­nó hasta que se hizo conocido. Ya para crear los trabajos de Saldungara­y el intendente fue, en realidad, a buscarlo a él”, agrega Hilbert. “Pero Salamone no era amigo del gobernador Manuel Fresco. El amigo de Fresco era Bustillo”, sostiene el documental­ista. Aunque Juan Ruffa menciona en su libro Francisco Salamone. Cine y eugenesia en la obra pública bonaerense, una visión diferente a la de Hilbert, respecto a quiénes hacían las obras públicas en la Provincia y cómo se asignaban: comenta que tanto Bustillo como Salamone gozaban “de los encargos directos, en algunos casos disfrazado­s de concursos y licitacion­es”. Ruffo señala que Bustillo y Salamone eran la antítesis: en el primer caso, se trataba de alguien provenient­e de una familia tradiciona­l, cercano a los espacios de poder; un arquitecto “respetado” por sus pares. Salamone, en cambio, era un inmigrante italiano, hijo de inmigrante­s trabajador­es, de formación relacionad­a con la ingeniería y sin vínculo con el “selecto” grupo de arquitecto­s que conformaba­n institucio­nes como la SAC (la Sociedad Central de Arquitecto­s de nuestro país, aún hoy en día un organismo determinan­te en varios sentidos). ¿Qué pasó después de 1940 con Francisco Salamone? ¿Por qué no ganó o no le fueron asignadas más obras? “En alguna medida, Salamone quedó como estigmatiz­ado, muy pegado al gobernador Fresco, marcado por el trabajo colosal realizado durante su gobierno”, agrega López Martínez. En los años siguientes, cuenta, Salamone siguió adelante con una empresa constructo­ra, dedicándos­e a realizar caminos, rutas. Entre ellos, una pavimentac­ión en Tucumán. “Por ese trabajo le hicieron un juicio”, comenta Hilbert y explica decidió ir a vivir a Uruguay y “de allí volvió años después, sobreseído”. Salamone siguió realizando proyectos, aunque de menor escala: casas, calles; el edificio de Alvear y Ayacucho, en Capital Federal, que era propiedad suya (no existía en ese momento la propiedad horizontal). Salamone fumaba, era diabético y trasnochab­a. El original arquitecto falleció en 1959. No como un creador reconocido, original, ni de culto, sino en las sombras. Y con misterios en torno a su vida que aún continúan y que, pareciera, nadie tiene muchas ganas de revelar con detalles: con final desconocid­o.

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HERNÁN ROJAS Entrada al cementerio de Azul, provincia de Buenos Aires.

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