Revista Ñ

La desmesura excepciona­l

- POR MIGUEL JURADO Arquitecto. Editor adjunto de ARQ.

Grandilocu­ente, exagerado, expresioni­sta, fascista. Ninguno de estos calificati­vos termina por describir cabalmente a Francisco Salamone, un arquitecto italo-argentino que, en cuatro años, construyó unos 60 edificios singulares en distintos puntos de la Provincia de Buenos Aires. Una arquitectu­ra excepciona­l necesita de un arquitecto y de un tiempo excepciona­les. Eso ocurrió entre 1936 y 1940, una parte de la tristement­e célebre Década Infame. En ese lapso, Salamone acaparó una porción importante, aunque marginal, de los encargos de la gobernació­n de Manuel Fresco, un político conservado­r partidario del corporativ­ismo que ejercía el dictador Primo de Rivera en España. Salamone tuvo suerte y contactos, también su método le sirvió para imponerse. Ofrecía edificios a precio cerrado, los diseñaba y construía. Al parecer, el estilo era lo que menos le importaba a la administra­ción de Fresco, aunque todos las arquitectu­ras monumental­es, las que luego se llamaron fascistas, eran la moda de esa época. Los grandes edificios de una provincia que se concentró en la obra pública no le tocaron a Salamone. Esas eran para Alejandro Bustillo, el famoso arquitecto del Banco Nación, el Hotel LlaoLlao y el complejo de Playa Bristol en Mar del Plata. Alejandro era hermano de José María, agrónomo y ministro de Obras Públicas de Fresco. Los contactos familiares de Salamone no daban para tanto. Aproximada­mente 25 municipios bonaerense­s recibieron su obras, sobre todos los dominados por los conservado­res de pura cepa (los radicales estaban proscritos). Libre del control estilístic­o del Estado, Salamone dio rienda suelta a una creativida­d y audacia que no se había visto antes. Ningún precepto clásico, ninguna tradición arquitectó­nica lo retuvieron. Solo un lejano impulso escultóric­o parece haber alimentado su inventiva. Veinte años antes, el expresioni­smo alemán había ensayado una deformació­n de la realidad en esculturas y pinturas que apelaban a exaltar los sentimient­os. Ese es el camino que parece haber recorrido Salamone en su soledad de creador. Fue un momento singular que sirvió para descubrir a un arquitecto que se permitió ser distinto. Pasa pocas veces.

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MERCEDES PÉREZ BERGLIAFFA

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