La desmesura excepcional
Grandilocuente, exagerado, expresionista, fascista. Ninguno de estos calificativos termina por describir cabalmente a Francisco Salamone, un arquitecto italo-argentino que, en cuatro años, construyó unos 60 edificios singulares en distintos puntos de la Provincia de Buenos Aires. Una arquitectura excepcional necesita de un arquitecto y de un tiempo excepcionales. Eso ocurrió entre 1936 y 1940, una parte de la tristemente célebre Década Infame. En ese lapso, Salamone acaparó una porción importante, aunque marginal, de los encargos de la gobernación de Manuel Fresco, un político conservador partidario del corporativismo que ejercía el dictador Primo de Rivera en España. Salamone tuvo suerte y contactos, también su método le sirvió para imponerse. Ofrecía edificios a precio cerrado, los diseñaba y construía. Al parecer, el estilo era lo que menos le importaba a la administración de Fresco, aunque todos las arquitecturas monumentales, las que luego se llamaron fascistas, eran la moda de esa época. Los grandes edificios de una provincia que se concentró en la obra pública no le tocaron a Salamone. Esas eran para Alejandro Bustillo, el famoso arquitecto del Banco Nación, el Hotel LlaoLlao y el complejo de Playa Bristol en Mar del Plata. Alejandro era hermano de José María, agrónomo y ministro de Obras Públicas de Fresco. Los contactos familiares de Salamone no daban para tanto. Aproximadamente 25 municipios bonaerenses recibieron su obras, sobre todos los dominados por los conservadores de pura cepa (los radicales estaban proscritos). Libre del control estilístico del Estado, Salamone dio rienda suelta a una creatividad y audacia que no se había visto antes. Ningún precepto clásico, ninguna tradición arquitectónica lo retuvieron. Solo un lejano impulso escultórico parece haber alimentado su inventiva. Veinte años antes, el expresionismo alemán había ensayado una deformación de la realidad en esculturas y pinturas que apelaban a exaltar los sentimientos. Ese es el camino que parece haber recorrido Salamone en su soledad de creador. Fue un momento singular que sirvió para descubrir a un arquitecto que se permitió ser distinto. Pasa pocas veces.