El tango como canción de protesta
El contrabajista Juan Pablo Navarro tiene nuevo disco, Tangos de la posverdad, y lo presenta en vivo con su septeto el 1 y el 7 de diciembre.
Anfibio como pocos, forma parte de los más diversos seleccionados del tango, es elegido como sección rítmica de muchas agrupaciones de jazz, pero también se presenta en el Ciclo de música contemporánea, que por estos días se realiza en el Teatro San Martín. Hace ya algunos años, Juan Pablo Navarro comenzó a buscar en la composición una vía de expresión personal dentro del lenguaje del tango. El resultado último es Tangos de la Posverdad, un disco que presenta, en formación de septeto, el 1 de diciembre en Virasoro bar y el 7 de diciembre en centro cultural Haroldo Conti.
–El disco es de una heterogeneidad técnica llamativa. Pasa del tango más tradicional a la escritura clásica, hasta hay un motete, a la manera renacentista. Contame cómo pensaste esa conexión entre lenguajes tan variados.
–Empecé a tocar bajo eléctrico, en la iglesia, en la misa. Con el bajo eléctrico hacía punk rock. Pero volviendo al motete, me apareció el tema rítmico con la palabra “cínico”. Quise hacer algo irónico, retomar la palabra con esa sonoridad latina. Armé el motete y luego, un poco de manera cubista lo inserté dentro de la pieza. Fue un poco aleatorio, pero funcionaba. Me gustó.
–El disco casi inaugura un género, el del tango de protesta. Pocos tangos clásicos hablaban de la situación social y, este, instrumental, desde la tapa, ya promueve la protesta.
–Es cierto. Creo que estamos en un momento muy difícil y que el arte puede expresarlo. Sentimos la opresión desde lo cultural. Yo no estoy censurado pero siento que el arte sí lo está. Mi música está vinculada a eso. Pero como no hay texto, cada uno puede interpretar lo que quiera.
–¿Por qué considerás que el arte está censurado si, como nunca, hay una oferta de arte que garantiza sueldo al artista y gratuidad al público? Te habrá tocado a vos o a tus colegas tocar en la Usina o en el CCK, ¿no?
–Sí, por eso digo que yo no lo siento, que yo trabajo. Pero el Estado debería estimular el arte a través de aportes. Es cierto que hay algunos subsidios dando vueltas, pero no alcanzan.
–¿No te parece que pedir subsidios te obliga a dejar lo tuyo para dedicarte a armar carpetas y meterte de lleno en la burocracia?
–Sí, pero tengo que hacerlo para tratar de que mi música llegue a más gente. No es que pretenda hacer música popular, pero sí quiero encontrar a mi público. En ese sentido, creo que el Estado tiene que ser un vehículo conductor del mensaje que uno quiere dar. Las universidades podrían ser una vía de proyección. Por supuesto que esto no es solo de este gobierno. Tocar una vez por el año en el CCK y en la Usina no cambia mi situación. Para que la música se mueva, uno debería encontrar sitios donde presentarse todos los meses. Nosotros hacemos una música artesanal, en el sentido de que no formamos parte de ninguna industria. Nos escuchan cincuenta personas cada tanto y no mucho más. Entonces creo que el Estado falla en eso porque falta el incentivo y la promoción. El año próximo yo tengo una gira, pero todas las herramientas que te da el Estado no alcanza. El Estado podría ponernos en contacto con las embajadas, por ejemplo. Porque cuando un músico escribe a una embajada no recibe respuesta, pero si un funcionario escribe, entonces la cosa se mueve. Sería una gran ayuda que la Secretaría de Cultura informara sobre las giras que hacen los músicos en las distintas embajadas.
–Es cierto. Los discos, junto con las programaciones, deberían llegar a la Secretaría de Cultura para que de allí se promocionen las giras. Pero vayamos a la música: el disco tiene homenajes a Gardel, a Debussy y a García. ¿Por qué?
–Es la otra cara de esta música, que no solo protesta, también se reconcilia. A Debussy lo descubrí cuando estudiaba en el conservatorio. Me apasionó su música. Con García tengo el vínculo del bajista, del rockero que fui. A Gardel lo descubrí ya haciendo tango porque, como muchos, entré al tango por Piazzolla.
–El septeto lleva clarón, un instrumento que usaba Salgán, muchas veces en reemplazo del contrabajo. ¿Por qué lo agregás?
–Soy fanático de Charles Mingus y de Eric Dolphy. Cuando sonaban juntos, Dolphy podía estar por arriba y por abajo, haciendo líneas en el registro de soprano pero también relevando el bajo. Me gusta esa combinación. No pensar el clarón como reemplazo del contrabajo sino como timbre y como voz. Me encanta como suena también con la guitarra eléctrica.
–¿Qué harás en el ciclo de Música contemporánea del San Martín?
–Tocaré con Pedro Chalko, guitarrista y compositor, y Facundo Negri, baterista y compositor. Hacemos un power trio. Bajo ese rótulo hay un programa expresivo. Abel Gilbert, Lucas Fagin, Teodoro Pedro Cromberg, Facundo Negri y Pedro Chalkho compusieron música para esta formación. Toco bajo eléctrico de seis cuerdas y contrabajo. Son obras desafiantes a nivel técnico, y muy diversas desde el punto de vista estético. Ya había participado el año pasado en este ciclo. Para mí es un desafío interesante.