Revista Ñ

ÚLTIMAS HORAS DE NERÓN

Osqui Guzmán lleva por primera vez al teatro público un texto de Alejandro Acobino. Enobarbo trabaja sobre la figura del emperador y el teatro de su época.

- POR MERCEDES MÉNDEZ

Nerón, que todavía es recordado como el emperador más salvaje y violento del Imperio Romano, podría haber sido apenas un niño incomprend­ido que quería dedicarse al teatro en vez de a gobernar. De ese malentendi­do, se escribió la historia: las persecucio­nes a los cristianos, las muertes en serie, el asesinato, incluso, de su propia madre y hasta el incendio de Roma, mientras él –inconmovib­le– tocaba la lira. Todo podría haber sido la consecuenc­ia de no escuchar la necesidad de un hombre de expresarse artísticam­ente. Apenas algunos datos de la historia le alcanzaron al escritor Alejandro Acobino para escribir en el 2000 Enobarbo, una pieza que recién este año logra estrenarse, de la mano de su amigo Osqui Guzmán y siete años después de la muerte de su autor. El espectácul­o que se presenta en el Teatro Cervantes es un despliegue de las capacidade­s del juego teatral para llegar a una lectura incisiva sobre el poder, la cultura y la política y todas sus posibles vinculacio­nes, en muchos casos parecidas y crueles. Acobino pone en escena a un Nerón aniñado que ni siquiera puede caminar con los trajes largos y recargados de la Roma imperial; a Agripina, su madre perversa que lo somete sexualment­e; a Séneca, el intelectua­l de la época que se las ingenia para estar siempre cerca del poder y busca argumentos para justificar la barbarie; a Petronio, el escritor de El Satiricón, amigo de Nerón y el verdadero artista de la época y, finalmente, al esclavo Atticus, un hombre que gracias a entender el poder de la retórica, es decir, el arte de la política, logra pasar de esclavo a Ministro de Cultura. “Aco (así se referían a Alejandro Acobino en el ambiente teatral) me hablaba de una obra que estaba escribiend­o, sobre un esclavo que había aprendido la retórica de Séneca y me decía que yo haría el esclavo perfecto, porque es el que narra la historia y el que logra escalar. La obra refleja una investigac­ión histórica, muestra un Nerón que entiende al teatro como una actividad noble y lo ve como un arte que se pone en guerra con los espectácul­os de ese imperio, donde lo que predominab­a era un circo violento, de apuestas y sangre. Frente a eso, Nerón busca la sensibilid­ad del arte del actor, la poesía, la música. Se muestran dos modos de entender la cultura: una popular de masas y otra de elite, en la que el teatro es un objeto y no un elemento de transforma­ción, que era lo que quería Nerón: transforma­r a un pueblo bruto e inculto”, dice Osqui Guzmán, director y uno de los actores de esta obra, junto a Pablo Fusco, Manuel Fanego, Leticia González de Lellis, Javier Lorenzo, Fernando Migueles y Pablo Seijo. En el universo de Enobarbo la irreverenc­ia es un código estético que parte de la actuación y se despliega en toda la puesta. Los personajes se manosean, se golpean, se atacan y se reconcilia­n brutalment­e, mientras discuten sobre el arte de la retórica y cómo gobernar Roma. Los actores se suman sin inhibicion­es a esa propuesta lúdica: bailan, cantan, se arrastran, se lanzan uvas por el aire y tratan de evocar hasta el extremo el bestial mundo romano. “Lo primero que nos planteamos es que estamos representa­ndo personajes que no existen en este tiempo, entonces nos los tenemos que inventar. No podemos movernos como personas de esta época, tenemos que crear un gesto nuevo. Hicimos hablar al texto desde el cuerpo y lo grotesco se impuso en su propuesta física, verbal, en los sonidos, en las miradas. La actuación funciona como un cachetazo, como si fuera la única forma de ingresar a ese mundo”, cuenta el director, para quien Acobino había escrito especialme­nte esta obra de teatro. Finalmente, cuando llegan las últimas horas de vida de Nerón y los cadáveres se acumulan por todo el reino, los representa­ntes del arte de la política y la lírica terminan siendo tan brutales como las costumbres salvajes del pueblo al que Nerón quería educar. Para Osqui Guzmán, el personaje del esclavo que se vuelve un engranaje de la historia funciona como una analogía al rol del obrero en la vida moderna: “Acobino logra instalar la pregunta como una semilla maldita. Nos dice: ‘Esto nos pasa y nos viene pasando, aprendamos aunque sea a leer cuál es la enfermedad’. Séneca era tan valorado en su momento porque era un estoico. Alguien que para mantener el eje del imperio planteaba ideas como disfrutar de la vida, pero sin tantos excesos, parecía un hombre con el ojo puesto en la justicia, con sus libros resolvía problemas cotidianos de la gente, conflictos entre vecinos, dilemas amorosos. Pero Acobino lo expone como alguien que vive del palacio, una persona a quien sacan del exilio y puede volver a comer faisán. Él quiere sostener esa vida, quiere estar cerca del poder, no quiere perder los privilegio­s y se busca argumentos, desde la política, para sostenerlo­s”. En la escena descarada de Enobarbo, hay algo que une al mundo antiguo con la sociedad contemporá­nea: la necesidad más primaria de, siempre, escapar del hambre.

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Este texto de Acobino nunca había sido llevado a escena, y Osqui Guzmán decidió dirigirlo.

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