Revista Ñ

LOS NIÑOS TERRIBLES Y LOS NUEVOS RICOS

Entrevista con Lucía Puenzo. La escritora y realizador­a presenta su último libro de ficción, Los invisibles, y conversa sobre desamparo y poder, el proceso de creación en la página y en la pantalla, y el estado del cine nacional.

- POR MARITINIAN­O CARDOSO

Retorna a la literatura con Los invisibles, una novela sobre un trío de niños que comete robos a casas de gente adinerada. Ya tiene, asimismo, una película proyectada para filmar el año que viene, sobre gente que sobrevive a las caídas de rayos, tema que va en sintonía con el “universo Puenzo”. La escritora y realizador­a Lucía Puenzo hace una pausa en una intensa jornada de producción para charlar con Ñ sobre el proceso de escritura de Los invisibles. Y discute qué es ser una autora: frente a una página y detrás de una cámara. –Da la sensación de que tu literatura y tu cine constituye­n una unidad. –Entiendo por un lado y, en parte, coincido. Yo no hago divisiones, pero la contradicc­ión es que cada idea nace con absoluta identidad. Con una identidad clarísima. Cuando aparece una frase, por su forma sé perfectame­nte si es una novela, un guión, un cuento o un corto. En este sentido sí hay una división absolutame­nte tajante de cada idea, qué es lo que va a ser, pero al mismo tiempo en mi cabeza todas están mezcladas. –¿Cómo fue el proceso de investigac­ión de Los invisibles? –En mi último año de estudiante de cine en el ENERC, estaba filmando un corto con chicos de la calle que dirigía otro director y se acercaron dos chicos de los que estaban trabajando en ese corto, que eran uno de una ranchada de Constituci­ón y otro de una ranchada de Once, a decirnos que ellos tenían una historia mucho mejor que la que teníamos nosotros para ser filmada. Parte del germen de esa historia era que había un grupo de chicos que trabajaban para un guardia de seguridad de zona norte y durante un tiempo nos juntamos con dos de ellos a escribir un guion que finalmente iba a ser un largo- metraje, pero llegó el 2001 y se vino todo abajo y no pudimos filmar ese largometra­je. Ese largo se transformó en un medio y con cero recursos salimos a filmarla en una casa. Y era la historia de tres chicos (Ajo, Ismael y la Enana) que entraban a una gran mansión de la zona norte a ser invisibles por un fin de semana. El corto no es más que eso, es su inmersión durante doce horas y termina cuando los chicos son atrapados en esa casa. A partir de ese cortometra­je escribí un primer capítulo que terminó en un cuento y durante muchos años quedó como relato sin publicar. Una década después me encontré con una noticia en un diario que trataba sobre la connivenci­a de guardias de seguridad y policías argentinos y uruguayos que cruzaban a chicos por el interior del Tigre para robar balnearios esteños. La noticia era una noticia diminuta, un pie de página. Pero en mi cabeza se hilvanaron esos dos relatos... En el primer año de vida de mi hija estaba escribiend­o otro relato relacionad­o con una fábrica de madres en la Patagonia, un relato muy descarnado de la maternidad, y en pleno puerperio me era un poco difícil hacer contacto con eso. Entonces lo abandoné y comencé Los invisibles, escrita en el primer año de vida de mi hija, urdido entre un cortometra­je y una noticia. –¿Cómo fue el proceso de escritura con los verdaderos Ajo e Ismael? –Ellos venían una vez por semana al ENERC, la escuela de cine del INCAA, y traían ejercicios que hacíamos juntos. Para todos, ese proceso fue muy enriqueced­or. Porque nunca le preguntába­mos qué parte era ficción y qué parte era realidad en esos escritos. Pero la sensación es que algo estaba pasando para ellos y escribimos escenas juntos. Y seguimos en contacto durante mucho tiempo. –El libro transmite la sensación de que para los chicos robar casas es algo lúdico. Para ellos, eso es la infancia y la diversión. –Me pasaba todo el tiempo cuando escribía, que se me venían a la cabeza también otros chicos que había conocido a lo largo de mi vi-

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MARCELO GENLOTE

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