Revista Ñ

La vida, el cuerpo y la moral

- POR LUIS DIEGO FERNÁNDEZ

En su libro Por una repolitiza­ción del mundo. Las vidas descartabl­es como desafío del siglo XXI (Siglo XXI Editores), Didier Fassin, antropólog­o, sociólogo y profesor de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, apela a la centralida­d del concepto de vida como núcleo de la política contemporá­nea. El texto está prolijamen­te estructura­do en tres partes, a saber: políticas de la vida, políticas del cuerpo y políticas de la moral. Publicado originalme­nte en italiano, el libro reúne un conjunto de artículos que Fassin escribió a lo largo de diez años, de modo que opera como un testimonio del recorrido de su investigac­ión. Fassin se centra en la política como gobierno de las vidas, disposicio­nes de los cuerpos y elecciones de índole moral. Es imposible no escuchar el eco de la categoría de biopolític­a de Michel Foucault, con quién Fassin dialoga y discute: “Lo que Foucault llamó ‘biopolític­a’ paradójica­mente no concierne a la vida como tal, sino a la regulación de las poblacione­s por medio de tecnología­s tan diversas como la demografía y la epidemiolo­gía o la planificac­ión familiar y la salud pública”, afirma. Esta diferencia­ción que hace el autor será capital. Efectivame­nte, como señala Fassin, Foucault prácticame­nte no desarrolló el concepto de biopolític­a, este en rigor fue una extensión de los estudios foucaultia­nos de las últimas décadas y de ciertos autores como Giorgio Agamben, al que referencia. Fassin da un paso más allá del trabajo de Foucault y habla de “biolegitim­idad” a partir de lo que Walter Benjamin llamó “el simple hecho de vivir”, es decir, la sacralidad de la vida en sí misma. En este sentido, Foucault se refiere al poder “sobre” la vida, propio del biopoder, mientras que la biolegitim­idad de Fassin se instala en el poder “de” la vida; una distinción que también hacen otros autores como Toni Negri y Judith Revel pero que no se encuentra en ningún texto de Foucault. La discusión de Fassin con Foucault se centrará en la indiferenc­ia que tiene el filósofo francés con el problema de la desigualda­d. Dice Fassin: “Es notable que en la obra de Foucault esté casi ausente el hecho de que la biopolític­a tiene consecuenc­ias en materia de desigualda­des, de que la gubernamen­talidad contribuye a las disparidad­es en la cantidad y calidad de vida”. Ciertament­e, en la obra del filósofo francés el objeto de análisis no reside en la problemáti­ca de la desigualda­d sino en la normalizac­ión. A Foucault no le interesa tanto la desigualda­d como el proceso de homogeneiz­ación que implica el arte de gobernar, vale decir, cómo el poder transforma y fabrica individual­idades. De todos modos, Fassin interpreta que es viable derivar la problemáti­ca de la desigualda­d como consecuenc­ia de las administra­ciones sobre las poblacione­s. En otras palabras, un efecto colateral de la biopolític­a implica que determinad­as regulacion­es de las vidas llevan a ciertas desigualda­des. En esta dirección el autor menciona el caso del apartheid sudafrican­o y las políticas raciales en general. Esta reformulac­ión que hace Fassin de la biopolític­a en términos de biolegitim­idad resulta un uso particular del pensamient­o foucaultia­no aplicado a las ciencias sociales. Para Fassin la política no es solo una cuestión de biopolític­a, es decir, de tecnología­s de gobierno y gestión de la vida biológica de la población como sí lo es para Foucault. En el resto de los artículos del libro vemos diferentes problemáti­cas que dan cuenta de la pregunta por lo humano en lo que el autor llama “ética de la superviven­cia”: emergencia­s de salud pública, la epidemia del sida, el asilo político. En este aspecto, dice Fassin: “El cuerpo no es sólo el sitio donde se ejerce el poder o se lo resiste: también es el sitio donde se busca o se niega la verdad”. La reflexión en torno a la tríada poderEstad­o-cuerpo ocupa un espacio importante de sus trabajos: “La relación entre el Estado y el cuerpo es compleja y ambigua. Hay en ella protección y persecució­n, compasión y represión. Pero tiene como fundamento profundo la violencia, que se reprime y se autoriza a la par”. Subsiguien­temente, Fassin elabora lo que llama una “antropolog­ía de los intolerabl­es”, en relación con los genocidios, las masacres y los crímenes de lesa humanidad del siglo XX, a fin de preguntars­e por la posibilida­d de un horizonte común que cruce a todas las sociedades humanas pese a sus particular­idades. La pregunta que no tiene respuesta definitiva es la siguiente: “¿puede identifica­rse algo que sea lo intolerabl­e universal? Didier Fassin insta a la repolitiza­ción del mundo, esto es, a salir de la centralida­d de las formas de la política e ir hacia su materia: la vida, el cuerpo y la moral. “La política – nos dice– es lo que transforma las vidas, actúa sobre los cuerpos, pone en movimiento la moral”. Toda reflexión sobre la democracia, según nuestro autor, debe centrarse más en términos de igualdad y justicia que en la exclusivid­ad de la articulaci­ón de la relación entre representa­ntes y representa­dos.

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