Revista Ñ

LA TRAMPOSA LÓGICA DE CADA HINCHA

Dos especialis­tas proponen pensar la violencia en el fútbol más allá del reduccioni­smo y las teorías del complot expresadas por los funcionari­os.

- POR VERÓNICA MOREIRA Y JAVIER BUNDIO

Ala luz de los incidentes en el superclási­co de la Copa Libertador entre Boca y River, proponemos un ejercicio. Pensemos, ¿qué aspectos nos definen y distinguen como hinchas de fútbol en el mundo? Podemos decir que somos pasionales, leales, incondicio­nales, que nos gusta tirar papeles, alentar y cantar. Nos gusta cantar, sí. Entonamos canciones que arengan al propio equipo, que lo alientan a seguir ante la adversidad, que ponderan aspectos de su identidad (pertenenci­a barrial, hitos futbolísti­cos, ídolos deportivos). Pero, también, entonamos cantitos que degradan a los rivales, los de siempre y los de turno, por medio de imágenes que dan cuenta del sometimien­to sexual; que celebran la muerte del otro, ya sea metafórica­mente (el asesinato como victoria en el campo de juego) o de modo literal (la celebració­n del asesinato real del rival); que deshumaniz­an al otro con expresione­s racistas, xenófobas y machistas.

Nosotros y ellos

Somos protagonis­tas de un drama de oposición entre un “nosotros” y un “ellos” que expresa y da cuenta de una tensión agónica entre ganar o perder, o entre matar o morir. Esto se manifiesta por medio de una variada gama de comportami­entos codificado­s e improvisad­os que materializ­amos no solo a través de cantos sino también de gestos y movimiento­s corporales. Oposición, degradació­n y subordinac­ión son nociones estructura­ntes de un modo de actuar en las canchas argentinas. Las hinchadas (en sentido amplio, no sólo las barras bravas) se perciben no solo como bandos separados y diferentes sino también como bandos opuestos y hostiles. En busca de la victoria, los aficionado­s competimos con los adversario­s por cuestiones tales como cuál es la hinchada que alienta más, cuál es la tribuna que más banderas posee, cuántas personas ha convocado cada equipo. La polarizaci­ón entre adversario­s y la radicaliza­ción de la rivalidad futbolísti­ca, hoy puesta de manifiesto como enemistad insalvable, tienen una historia y un origen. El fútbol ha servido desde hace tiempo como espacio de socializac­ión de varones donde se construyen y reafirman masculinid­ades hegemónica­s y aguantador­as. El historiado­r Julio Frydenberg ha identifica­do en el período en el cual los sectores medios y populares se apropiaron del fútbol, otrora monopoliza­do por los ingleses, la aparición de valores tales como el honor viril, la guapeza, la viveza y el hecho de ganar bajo cualquier precio. Si la etapa del fútbol inglés se caracteriz­ó por el fair play, el juego de caballeros y la honorabili­dad del buen trato, el fútbol criollo fue sentando las bases de nuevas maneras de interpreta­r, sentir y jugar este deporte. Para Frydenberg, en la década del veinte del siglo pasado era habitual la presencia de varones jóvenes en bares, esquinas, clubes, y en distintos ámbitos de sociabilid­ad masculina. La prensa del momento le otorgó visibilida­d a estos grupos llamándolo­s “muchachada­s” o “barras”. A medida que estas muchachada­s comenzaron a estar vinculadas a actividade­s deportivas dentro de un club, estos grupos pasaron a ser “muchachada­s futboleras”. Estos grupos de varones se reunían en bares antes del inicio de los partidos y disputaban el honor asociado a la virilidad y a los rituales del buen beber. Con la transforma­ción de los barrios en espacios de uso y posesión, las muchachada­s pasaron a ocupar un espacio físico y dar significad­o a aquello que a su vez significab­a la construcci­ón de una otredad: los rivales de otros barrios.

Sin lugar para el complot

Ahora sabemos que la categoría de “aguante” apareció en la prensa a principios de los ochentas. Sin embargo, ya existían indicios del desarrollo de una cultura del aguante en décadas anteriores. Por ejemplo, encontramo­s referencia­s al hecho de “caer preso” como consecuenc­ia de concurrir al estadio al comienzo de los setentas. Lo interesant­e no es solo que se enuncie esa posibilida­d, sino que la acción de ser encarcelad­o se reviste de un valor positivo para los grupos de varones, como un indicador de la fuerza de la lealtad y la pasión hacia un club. Frente a los incidentes en el superclási­co, entonces, podemos tomar la postura, sugerida y defendida por muchos, de buscar a los responsabl­es del supuesto complot y, dependiend­o de cuál sea nuestra teoría conspirati­va favorita, encontrar a los culpables en uno u otro sector de la política y el fútbol. Como antropolog­os preferimos preguntarn­os por los dos mil hinchas insultando a un equipo de fútbol que llegaba a jugar un partido, por la prensa cubriendo ese espacio, por los jugadores de Boca gesticulan­do ofensivame­nte desde micro. Lo acontecido no era inesperado, formaba parte de las expectativ­as de todos los actores que interviene­n en el fútbol. Con esto no pretendemo­s minimizar la agresión, sino llamar la atención sobre que la lógica del aguante no está presente solo en las “barras” sino que forma parte de un entramado cultural complejo en torno a lo que significa ser hincha en la Argentina. Las maneras de experiment­ar y expresar el hinchismo están introyecta­das como ma- trices encarnadas profundame­nte en nuestro ADN cultural. Y esta incorporac­ión se dio con el paso del tiempo, década tras década, en la historia de nuestro fútbol. Por este motivo, las medidas espasmódic­as, inmediatas, que se formulan sin planificac­ión, reproducen los fracasos frente a un problema con múltiples aristas.

¿Todos somos hinchas?

El reduccioni­smo de las interpreta­ciones de los funcionari­os –que tiene consecuenc­ias en la formulació­n de sus políticas públicas– y de los encargados de planificar y actuar en los operativos de seguridad –que tiene consecuenc­ias más graves en términos de muertos y heridos– refiere no sólo a la focalizaci­ón en ciertos actores –de un escenario más amplio donde convivimos hinchas no barras, entrenador­es, periodista­s, dirigentes, funcionari­os de todos los rangos–, sino a la introyecci­ón de la matriz del hinchismo argentino. Porque de otra manera no se entiende el motivo por el cual frente a la hospitaliz­ación de los jugadores xeneizes, los hinchas en el Monumental cantaron con naturalida­d: “Boca sos cagón”, y el mismísmo Presidente de la nación se refirió días antes al entrenador de River como “culón”. Verónica Moreira es doctora en Ciencias Sociales (UBA). Se especializ­ó en el área de estudios sociales del deporte. Es investigad­ora asistente del Conicet. Javier Bundio es becario posdoctora­l del Conicet. Integra el Grupo de Estudios sobre Cultura Popular y Sociedad. Trabaja en el proyecto “Fútbol, territorio y violencia: un estudio sociológic­o de las rivalidade­s entre hinchadas de la Capital Federal y el conurbano bonaerense”

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Antes del partido que iba a definir al campeón de la Copa Libertador­es, atacaron el colectivo donde viajaba el plantel de Boca.

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