Contra barcos negreros
José Eduardo Agualusa. Dos nuevas novelas del reconocido escritor, oriundo de Angola.
La profunda originalidad de la escritura de José Eduardo Agualusa (candidato al Nobel hace ya tiempo) suele girar alrededor de atmósferas poderosas, distintas para cada relato. Esa atmósfera tiene un uso especial de la primera persona que narra. ¿Quién es en El vendedor de pasados? Y sobre todo, ¿qué es? ¿Cuál es su relación con Félix Ventura, el protagonista? Ese enigma domina la primera parte del libro. El narrador de La reina Ginga cuenta la vida de esa reina como su contemporáneo. En 1620, ese hombre es sacerdote católico. Vive la primera etapa de la globalización y al final del libro, es otro. Así, de distinta forma, los dos narradores sufren varias metamorfosis. En El vendedor, cuenta la vida desde un lugar inusitado, sorprendente. En Ginga, esa extrañeza la pone el tiempo histórico: el narrador utiliza los recursos de un letrado del siglo XVII, incluyendo los títulos largos, explicativos, de cada capítulo. Pero la literatura de Agualusa pertenece al siglo XXI y, por lo tanto, hay un interés constante por la narración en sí misma. En El vendedor, el protagonista Félix Ventura (los nombres son simbólicos) crea pasados para otros. Y se explora la relación entre esos pasados falsos y la realidad, implacable, poderosa y al mismo tiempo mágica. Y en Ginga, donde ese tema es menos importante, aparecen cuentos africanos tradicionales que se doblan sobre la novela y la redefinen. En ambos libros, la postura sobre lenguaje y arte es antieuropea y política. Y en ambos, en el centro del remolino terrible en el que se mueven los personajes, está la esclavitud. En Ginga, la acción pasa de África a Brasil y de vuelta por el comercio de esclavos y la competencia europea por las tierras del Sur (en este caso, la rivalidad entre portugueses y flamencos). En El vendedor, los barcos negreros y el saqueo de África son heridas imposibles de curar. Tal vez por eso, tanto el extraño narrador de El vendedor como el sacerdote de Ginga se van alejando de Europa hacia otro tipo de pensamiento, capaz de criticar la crueldad y de ver el mundo desde otra perspectiva. Las dos novelas son cantos al África angoleña de Agualusa y también a la Latinoamérica de Brasil. La magia de esos dos continentes respira en un universo no europeo en el que hay comunicación y continuidad entre personas y animales, la metamorfosis es posible, las coincidencias no tanto, las vidas inventadas se vuelven realidad y las vidas borradas por el colonialismo reaparecen, reviven tarde o temprano. La belleza también está presente, sobre todo en los relatos breves que se insertan en las novelas, más semejantes a leyendas populares en Ginga y más parecidos a anécdotas en El vendedor. Son relatos poderosos en lo simbólico y para apoyarlos, hay metáforas poderosas, inolvidables. En la historia del vendedor de pasados, la casa en la que transcurre casi todo es un barco en movimiento; y también una especie de Angola en miniatura que sobrevive a masacres y alberga el co- razón del mal. En Ginga, la belleza anida en las historias tradicionales africanas y también en el debate que llevan a cabo los personajes sobre la fe, la vida y el colonialismo: por ejemplo, en un título interno de Ginga: “El final o quizás no. El escéptico cree que si el final es feliz, tal vez todavía no sea el final. El que tiene fe sabe que no existe el final: todos son comienzos”. Al mundo cerrado de El vendedor y al África cerrada del 1600 en Ginga, llega como una ráfaga terrible la expansión europea. Y ahí es donde Latinoamérica y África se hermanan: son continentes de culturas comunitarias y holísticas, que Agualusa siempre está comparando con las europeas, caracterizadas por el afán de ganancias, la crueldad y el individualismo. En ese sentido, la esclavitud también es una metáfora inescapable. La guerra cultural es profunda en ambos y Agualusa la predice con amargura en Ginga, donde recién está empezando: un mono “rescata” a un pez que ve retorcerse en el agua; lo saca al aire y se siente bien al hacerlo. “Lo que yo más temo –dice el brujo que cuenta la historia– es que los propios peces comiencen a creer en los monos”. La necesidad de discutir la conquista es el puente esencial entre estos libros increíblemente distintos que, en el fondo, giran alrededor de lo mismo: las heridas que dejó en África y en Latinoamérica la primera globalización, la de los barcos negreros.