UN PUÑADO DE FRÁGILES VIDAS ARGENTINAS
Biografía. Notables ensayos integran Un arte vulnerable, que discute un género con un linaje todavía en ciernes en la historia literaria nacional.
Todos tenemos una vida, o algo parecido, pero muy pocos saben –son contados, precisamente– que tendrán biografía. Lo que casi todos tenemos aseguradas son patografías, como llamaba Freud a sus casos de estudio. En el triángulo que reúne una vida escrita –un sujeto biografiado, un biógrafo, un lector– los tres gozaron durante años de al menos cinco cambios de humor por día, pero ni el segundo ni el tercero tendrán biografía, solo el escritor cuya vida se descontará del olvido. Quizá por eso el lector se embarca en modos modestos de autobiografía: notas, cartas, críticas y conversaciones sobre lo leído. Por eso el biógrafo se embarca en otra vida, tal vez para sorprender a la suya por la espalda. Un libro que reúne escritos sobre vidas –Un arte vulnerable. La biografía como forma– recolecta rastros, así sean ínfimos, del itinerario de algunos lectores. Tratándose de un libro sobre biografías, se podría pensar que Un arte vulnerable incluiría fotos. Las compiladoras –Nora Avaro, Judith Podlubne y Julia Musitano– practican, entre otras, la virtud de la discreción, al contrario que no pocos biógrafos, que compiten, desde una solapa, con el retrato de sus biografiados. Pero quizá gracias a esas dos fotos, la del biógrafo y el biografiado, se pueden trazar dos polos: la idealización biográfica y –o versus– la imparcialidad del biógrafo. Entre uno y otro se tensa el interlineado de una biografía: la calibración de distancia y el grado en que lo no averiguado o lo silenciado quedan entrelíneas. Es curioso que en los ensayos de Un arte vulnerable –en los que escriben las mencionadas y Osvaldo Baigorria, Marcela Zanin, Carlos Surghi, Analía Capdevila, Aldo Mazzucchelli, Julieta Yelin, Martín Prieto, Nieves Battistoni, entre otros– casi no aparezca el período más vulnerable: la infancia. Es difícil no simpatizar con la primera parte de cualquier biografía, la dedicada a los primeros años, pero ¿empezamos leyendo siempre por ahí? Cerrarle la puerta en la cara a una persona que acaba de morir, en la última página, no parece cordial. Parece amable leer una biografía al revés, de atrás para adelante. Rebobinar: ir devolviendo al sujeto, por decirlo así, a la vida. Por supuesto que hay ciertas vidas que no pueden leerse de otro modo que no sea cronológico, si se tiene la superstición de que solo así el lector podrá percibir cómo se forjó un nombre cuyas migas va recogiendo en ese bosque emborronado, para poder regresar (al autor retratado, a sí mismo). Una biografía no es para impacientes, en el caso de quien la escribe y de quien la lee. Exige entregarse a la duración, confiar en los trayectos. Si se la lee a los saltos es el propio lector el que ejerce de montajista aficionado para a la vez huir y resolver el problema de la impaciencia. Se podría pensar la biografía como la novela sobria, neutra (con su fotonovela paralela) de cómo alguien se convierte en quien ya es, o cómo se convierte en el espejismo que proyectaba: una línea que va de A a A, si entendemos trayectoria –para una vida– en el sentido en que Paul Klee dice, sobre un dibujo, que es como sacar a pasear una línea. Un reverso de esto lo plantea Osvaldo Bai- gorria, biógrafo parcial de Néstor Sánchez. Le interesaba averiguar “cómo se gestó la renuncia de Sánchez a la escritura”. Y este impulso es a su vez la contracara del de Ricardo Strafacce, biógrafo total de Osvaldo Lamborghini. A propósito, los ripiosos viajes de Sánchez y Lamborghini suenan a variaciones sobre el dictamen del poeta Yeats: elegir entre la perfección de la vida o la perfección de la obra. En sus casos, una vida imperfecta pudo dar como resultado una obra perfecta (que no es necesariamente su obra, sino justamente su biografía). Se tiende a creer, automáticamente, que no existe el suspenso en una biografía, pero esta puede ofrecerlo y no solo dentro del libro. Cuando es brillante, logra suspender la creencia de que el biografiado está muerto (no convendría posar tan alegremente de positivista ante el efecto espiritista de una biografía). Y, como se lo argumenta en Un arte vulnerable, el suspenso de una biografía se da por fuera, en la investigación, en la relación con los herederos, en la accesibilidad o inaccesibilidad de un archivo. Acerca del libro de Mariana Enriquez sobre Silvina Ocampo, Patricio Fontana comenta: “¿Cuánta totalidad es necesaria para que un texto deje de ser un ‘perfil biográfico’ y pase a ser una biografía?”. De antemano, ni la ficción ni la biografía tienen perímetro establecido, pero los alcances y límites de la ficción son más borrosos y suelen ir desplazándose (así funciona su máquina) y salvo en la novela histórica o social, no puede resguardarse en la mera información. Por eso es más difícil ser mal biógrafo (aunque no deja de ser fácil ser mal biógrafo, como es fácil ser mal escritor en general). No obstante, un biógrafo malo, al contrario que un mal novelista, se deja lemás