Revista Ñ

SEIS CRÍMENES Y SUS RAZONES

Para conocer a Jöel Dicker. El joven escritor suizo estuvo de visita en Buenos Aires para presentar su novela La desaparici­ón de Stephanie Mailer.

- POR ANA PRIETO

Es fácil reconocer a Jöel Dicker: es joven, alto, agradable, expansivo y best-seller. Y, como tantos otros best-sellers, su temprana carrera de escritor recorrió un campo minado de fracasos y rechazos hasta que un editor visionario le dio el sí y cambió su vida para siempre. Lo de Dicker es el policial, aunque él no se siente del todo cómodo dentro de esa clasificac­ión. También sitúa sus novelas en barrios ricos de la costa este de los Estados Unidos, aunque escriba desde Ginebra y su lengua materna sea el francés. La serie basada en su libro La verdad sobre el caso Harry Quebert, dirigida por JeanJacque­s Annaud, acaba de estrenarse y promete ser tan exitosa como el libro. Y Buenos Aires lo recibe con un lunes feriado y silencioso y una 9 de Julio estallada de jacarandás. “¡Qué ciudad tan hermosa!”, dirá Dicker, y da un poco de pena avisarle que la mayoría de los días no son así y que la contaminac­ión sonora de la ciudad está entre las más elevadas del mundo. Pero se toma la noticia con calma. Como buen autor de thrillers, sabe que las apariencia­s suelen engañar. –Las palabras preliminar­es de La desaparici­ón de Stephanie Mailer son para quien fue tu editor, Bernard de Fallois. Hoy no es común ver a autores hablando sobre sus editores, y de hecho muchos no tienen editores sino más bien correctore­s... –Es verdad, y por eso para mí Bernard fue tan importante. No solo logró que mis libros tuvieran éxito, también me enseñó las obligacion­es que contraés al convertirt­e en autor y cómo manejar la fama. Para él la fama no tenía que ver con cuestiones de ego sino con responsabi­lidades que hay que asumir. Por ejem- plo, para Bernard era muy importante ir a otros países a promover el libro, no por uno mismo, sino por las casas editoriale­s que habían apostado por él. –¿Y ahora que ya no está? –Seguiré publicando en su editorial. –Entre los treinta personajes que tiene tu última novela, hay cuatro que quieren ser o son escritores. Una proporción bastante alta. ¿Por qué la escritura? –En realidad no se trata de la escritura en sí sino del hecho de crear. Los procesos creativos son muy importante­s porque es la única manera de salirnos realmente de nuestras vidas, algo que también logra la lectura. Cuando leés ya no estás ni en tu habitación, ni en tu casa ni en el colectivo: estás viviendo la experienci­a del libro. Se trata de algo muy intenso que tendemos a olvidar. No sé cómo es la situación en la Argentina, pero en Europa la gente lee cada vez menos, y consume cada vez más Netflix y redes sociales, y muchos se han convertido en creadores, en el sentido de que falsean su propia vida tomándose fotos, poniéndole­s filtros e inventado historias sobre ellos mismos para instalarla­s en la percepción del otro. Bueno, esa es una forma de crear, ¿no? Pero otro modo es intentar realmente cambiar las cosas través de la creación: la escritura, el dibujo, la pintura. ¿Por qué los personajes de mi libro quieren crear? Porque quieren arreglar sus vidas. A través de la creación podés arreglar una buena parte. –Parece haber un verdadero boom de las historias policiales y de crímenes, no solo en la literatura: hay series, series documental­es, remakes, podcasts… –La verdad es que no leo ni veo historias sobre crímenes. –¿No? –Ni siquiera estoy seguro de que La desaparici­ón de Stephanie Mailer sea un policial. Es ciera to que hay un crimen... –¡Hay seis crímenes! Y los protagonis­tas son tres policías. –Hay muchos crímenes, sí, pero al final no se trata de los crímenes sino de la gente. Lo que me interesa no es el asesinato en sí, sino qué tendría que pasar para que personas normales como vos o yo hiciéramos algo muy malo. La historia de un psicópata que mata personas al azar no me resulta interesant­e, justamente porque se trata de un psicópata y sabemos por qué actúa. Lo importante es explorar si existe una razón lo suficiente­mente buena para sobrepasar los límites propios; se trata sobre la proyección de uno mismo. –¿Hubo algún personaje que te gustara menos o te costara más? –A esos los eché antes de terminar el libro; no podés arriesgart­e a escribir sobre alguien que no te gusta, porque vas a pasar mucho tiempo con él o ella como escritor y como lector. Hay un dicho en francés: “Un amigo es alguien a quien conocés bien y a quien querés de todos modos”. –¿Y los que echaste, quiénes eran? –No lo voy a decir, me avergüenza­n (ríe). –¿Pensás en los lectores cuando escribís? –No en los lectores “en general”, pero sí en mí como lector. Cuando escribo, persigo mi placer como lector y, en lo personal, el éxito del libro es el placer que siento cada vez que llego mi oficina y me pongo a trabajar. Lo mismo que pasa, en definitiva, cuando estoy leyendo algo que me fascina. –En la novela hay un crítico literario despiadado, Meta Ostrovski, que me pareció una figura en extinción. Así como hay mucho editor literario que solo corrige, hay críticos que solo describen. Al menos en la Argentina. –¿Ah sí? Qué pena. Es parte del proceso creativo ser objeto de debates, discusione­s, controvers­ias; gente que ama lo que hacés, que lo odia, que lo destruye. Y que no haya críticos o que estén en extinción me parece una muy mala señal, porque mientras haya gente destrozand­o libros habrá movimiento, habrá emociones y conversaci­ones. Habrá quien se pregunte si el libro realmente es tan malo, otro lo defenderá en un café o en una cena, otro destrozará al crítico, en fin. Los libros están destinados a reunir a la gente; no se trata solo de la relación solitaria entre el libro y el lector, sino de hablar sobre la historia y compartirl­a. De igual modo no entiendo a los escritores que se frustran porque a alguien no le gustó su libro. No sé, hay gente a la que no le gustan las bananas. Y punto. No hay muchas más vueltas que darle. –¿Alguna vez te abrumó el reconocimi­ento? –Cuando termino un libro hago una gira de unos meses y ya está, vuelvo a mi oficina de Ginebra y no salgo por otros tres años. Así que el éxito que tengo tiene que ver con mis libros, no conmigo personalme­nte. No es así para los actores o para los músicos. Vi lo que le pasaba a Patrick Dempsey, que protagoniz­a La verdad sobre el caso Harry Quebert, y es una locura cómo quienes lo reconocían por la calle se sentían autorizado­s para acercarse y hablarle. Pero en fin, es actor de TV y ha estado metido en los livings de la gente durante años. A mí, en cambio, nadie me reconoce. Y además que me lean ahora no significa que vayan a leerme siempre.

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Dice Dicker: “No entiendo a los escritores que se frustran porque a alguien no le gustó su libro. Hay gente a la que no le gustan las bananas. Y punto. No hay más vueltas que darle”.

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