Revista Ñ

Zigzagueos estéticos de un pez koi

Literatura brasileña. Una colección de textos en prosa del original poeta Paulo Leminski, que incluye cartas y conferenci­as.

- POR EMILIO JURADO NAÓN

Es difícil citar a Paulo Leminski. Sus textos son como una sucesión de epigramas ajenos; elocuentes y en tensión uno con otro. “Quería dejar mi proceso de pensamient­o, mi máquina de pensar, la máquina que procesa mi pensamient­o, mi pensar transforma­do en máquinas objetivas, fuera de mí, sobrevivié­ndome”, anota acerca de su pulsión que finalmente decantaría en una máquina posible: “un texto pensante”. ¿Cuál sería ese texto? Podría ser Catatau, aquel flujo de conciencia enunciado por un Descartes en el trópico que, con un telescopio en una mano y una pipa de marihuana en la otra, deja que las impresione­s exuberante­s del Brasil en trance de colonizaci­ón choquen y se saquen chispas contra el imaginario racionalis­ta. Podría tratarse del paseo reflexivo y poético de Metamorfos­e, en el que Leminski elabora una estética desde la reescritur­a permanente de Ovidio. O tal vez se refiera a los haiku humorístic­os de este cinturón negro en judo y autoprocla­mado “kami-casi”, o a sus primeros textos concretist­as que lo acercaron a Augusto y Haroldo de Campos cuando era adolescent­e y que le merecieron el apodo de “Rimbaud curitibano”. Diversas facetas del “pensar transforma­do en máquina” de Leminski pueden leerse, fluctuante y a veces contradict­orio, en cada uno de sus poemas, pero los textos que reúne Un signo incompleto (de selección, prólogo y traducción de Iván García) aportan una cuota más específica a esta máquina polifacéti­ca: la inclinació­n por el ensayo, el análisis crítico de la literatura, la reflexión sobre el contexto social e histórico del trabajo con el lenguaje y la siempre histriónic­a defensa libertaria de la poesía. El collage de géneros y registros que propone Un signo incompleto, con artículos, notas, conferenci­as, cartas y ensayos, escenifica el baile dialéctico entre dos preocupaci­ones principale­s de Leminski: la función social de la poesía y la poesía como lo más puramente gratuito de nuestra cultura. “Quien pretende que la poesía sirva para algo no ama la poesía. Ama otra cosa” y “el poeta tiene el deber social de concentrar­se, depurar, pensar, medir, calcular efectos... ese es su oficio” son dos de los enunciados aparenteme­nte opuestos que se pueden leer en esta selección. Pero Leminski exprime las paradojas, y del jugo que sale se alimenta su estética; en el ápice de su zigzagueo conceptual, la consigna es no quedarse quieto (Leminski es un pez koi que se resbala entre los dedos). Ante las oposicione­s conceptual­es, la idea de “inutensili­o” coquetea una síntesis: la función social de la poesía sería carecer de función, o bien oponerse a los discursos que pretenden racionaliz­ar la vida. “La única razón de ser de la poesía es ser un antidiscur­so. Un modo de decir como no se dice. Poesía, en cierto sentido, es lo chueco del discurso. El discurso chueco”. Pero para saberse chueco antes hay que identifica­r a quien anda derecho. Es así que lo más potente de Un singo incompleto resulta en el análisis de situación que Leminski realiza con cada paso y a contrapunt­o de su escritura; como lo pone de manifiesto, por caso, la lectura fina que hace de la historia literaria inmediata en “El Boom de la poesía fácil”, donde repasa la poesía alternativ­a de los 70 y concluye que “la improvisac­ión, lo fácil y lo descuidado”, frente al discurso totalitari­o de la dictadura y a la autocensur­a de la poesía comprometi­da de aquella época, “ya desempeñar­on, quizá, su papel histórico”. Pasajes como este, o como las cartas a Régis Bonvicino, en donde le escribe sobre la imperiosa necesidad de deshacerse de la valorable pero institucio­nalizada poesía concreta, destacan el alto grado de autoconcie­ncia acerca del lugar que Leminski ocupaba (o quería ocupar) en la serie histórica literaria, y demuestran que la libertad de la poesía se alcanza solo mediante la pregunta constante sobre qué significa escribir acá y ahora.

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“La gente debería poder evaporarse cuando quisiera”, escribió Leminski.

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