Revista Ñ

África late en el corazón de Europa

Narrativa alemana. Un profesor universita­rio desocupado visita un campo de refugiados en Berlín. Una crónica directa.

- POR LEONARDO SABBATELLA

El modo en que la escritura se aproxima a las cosas suele ser paradójico: se acerca produciend­o distancias. Pareciera que cuantas más capas, más lentes, más filtros logra interponer con su objeto de estudio consigue una mejor clase de acercamien­to (es decir, una mejor clase de opacidad). Como si el trabajo de la literatura fuera complejiza­r todo lo que toca. En el caso de Yo voy, tu vas, él va sucede lo contrario: la novela se acerca de forma directa, casi transparen­te, y juega al borde de la crónica periodísti­ca. Jenny Erpenbeck, en su último libro, acompaña el recorrido de Richard, un profesor universita­rio alemán, en el momento de su jubilación. El protagonis­ta no tiene nada que hacer, le ha quedado el tiempo entero libre y sin ocupacione­s. No tiene mejor idea que acercarse a un campo de refugiados en Berlín. Después de unas primeras treinta páginas en las que la novela pareciera coquetear con ribetes de la tradición Handke-Sebald (contemplac­ión de la naturaleza, soledad radical, preguntas por el senti- do de las cosas, historias disgregada­s), la novela se tuerce hacia una propuesta deliberada­mente social. Richard visita refugiados y el libro se convierte en una colección de retratos generalist­as, testimonio­s al límite del golpe bajo y presenta problemas contemporá­neos como si sus lectores fueran extraterre­stres que desconocen la desigualda­d y las penurias del mundo. La autora alemana ha visitado los campos de refugiados, tal como hace su protagonis­ta, y utilizó esa experienci­a como materia prima de la novela. Tal vez, si Erpenbeck hubiera optado por un trabajo de no ficción el resultado habría sido más cautivante. Yo voy, tu vas, él va da la impresión de encontrars­e a mitad de camino entre el artificio narrativo y la fuerza de la crónica; la hibridez es su virtud y su condena. Uno de los aciertos del libro es cuando el narrador se hace cargo de su propio eurocentri­smo y confiesa, por ejemplo, que no tiene idea donde queda Nigeria en el mapa, si tiene costas o el nombre de su capital. Erpenbeck, que tiene buena mano para la relación entre historia y procedimie­ntos, encuentra formas a través de las cuales se ha materializ­ado la violencia simbólica, por ejemplo, sobre África. Es inevitable el tono de denuncia social que adopta la novela. Y eso hace, quizá, que en ciertos pasajes la escritura sea instrument­al, casi una correa de transmisió­n de realidad. Y por momentos parece al borde de un informe encargado por Naciones Unidas. El fraseo seco y directo de Erpenbeck, su capacidad de precisión y las continuas preguntas que aparecen, sacan al libro de un lugar políticame­nte correcto y bienpensan­te. Cuando consigue que la mirada sea doble, que no sea solo compasiva y unidirecci­onal hacia los refugiados, sino que se vuelva en contra, que cuestione su propio punto de vista y le haga espacio a esas vidas fuera del mapa, Yo voy, tu vas, él va encuentra su mejor versión.

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Historias disgregada­s.

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