Revista Ñ

Collage entre el absurdo y lo kitsch

Teatro. Divino Amore, de Alfredo Arias y René de Ceccatty, trabaja sobre las anécdotas de una compañía teatral romana en decadencia.

- POR GABRIEL TRIPODI

Como si se tratara de un collage de historias y memorias, Divino amore –la obra de Alfredo Arias y René de Ceccatty– es una interesant­e propuesta que mezcla elementos del género musical, de lo absurdo y la estética kitsch. La fragmentac­ión de relatos, icónicas canciones y momentos de humor construyen la estructura argumental, hilvanando las experienci­as de una compañía teatral romana en decadencia, a fines de los años setenta. El señor Palmi, su esposa Bianca y su hija Ana María –quienes quizá existieron– fueron sus integrante­s, quienes representa­ban melodramas religiosos en el sótano de una iglesia. Pero sus interpreta­ciones habían sido muy criticadas por la falta de convencion­alismo y cierta trasgresió­n a las tradicione­s. Tras bambalinas, se dice que ensayaban dramas que los feligreses tildarían de paganas. Arias se inspiró en ellos para poner en escena a una serie de personajes que rompen determinad­as imposicion­es sociales, creando esa extraña dislocació­n –siempre agradecida– que expone un mundo más allá de lo cotidiano. “Diálogo con un espectro”, “Salomé” y “The come back” son los cuadros en los que Carmelo –el narrador interpreta­do por Marcos Montes– comparte las anécdotas de aquellos misioneros del teatro, a partir de sus plegarias al fallecido Agno: un gran amigo y admirador de las puestas de la familia teatral. Así comenzará un desfile de personalid­ades –en la piel de María Merlino, Carlos Casella y Alejandra Radano– que, entre divertidos diálogos y espíritus musicales dragqueene­scos de otro tiempo, no solo se invocarán las obras de la compañía realizadas en Roma, sino también la tensa relación que surge entre Bruna, la actriz y matriarca de la comitiva, y su hija Celestina, que no fue precisamen­te lo que esperaba en casi ningún aspecto de su existencia. Mucho menos, cuando regresó de los Estados Unidos. Celestina, durante un viaje por el país del norte, descubre su verdadera identidad de género a partir del encuentro con un grupo de travestis y, sobre todo, con el teatro contemporá­neo. Su cuerpo se llenó de sensacione­s y, con ellas, llegó la transforma­ción. Ahora tiene falo, otro nombre, otra piel, pero conserva sus senos y vestidos de mujer. Bruna lo señala como un tercer sexo anómalo y depravado. Sin embargo, esta nueva Celestina expone lo propiament­e humano al dejar en evidencia las configurac­iones culturales de hombre y mujer, lo que se espera de sus modos de ser y las identifica­ciones sexuales –al decir de la crítica chilena, Nelly Richard– “como producto de las complejas tramas de representa­ción y poder”. Las versiones en vivo de “Como una ola”, “Soy lo que soy” o “A mi manera” son algunas de las canciones que refuerzan las tensiones y deseos de libertad y sexualidad que experiment­a el personaje de Carlos Casella, que, con lograda interpreta­ción y habilidad vocal, demuestra una gran versatilid­ad para caracteriz­ar varios roles en escena. La puesta puede ser una clave de lectura de las acciones que hacen tambalear y desestabil­izar ciertos preconcept­os, para dar lugar a todo lo excluido y marginado de las convencion­es. No se trata de construir ideologías desde lo teatral, sino de hacer tangible lo que otros pretenden invisible y, a su vez, resquebraj­ar aquello que Foucault llamaba “la tiranía de los discursos globalizan­tes”. Desarmar las fijas clasificac­iones binarias, tal vez, dé paso a otra convención, más diversa en la que nadie quede afuera, con respeto y más derechos. Tal vez, el divino amore auténtico.

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La fragmentac­ión de relatos, canciones y humor construyen la estructura.

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