Revista Ñ

PORTUGAL, DONDE NACEN LOS CINEASTAS

Del 6 al 9 de diciembre, el MALBA programa una nueva Semana del Cine Portugués, con un foco especial puesto sobre el trabajo del director João Pedro Rodrigues.

- POR ROGER KOZA

Hay naciones que se destacan por sus dioses, reyes, músicos, escritores o futbolista­s, como también hay naciones que se destacan por sus cineastas. Los de Portugal suelen ser muy buenos, y en ocasiones inigualabl­es. Pocos países pueden albergar en su historia a un de Oliveira, un Rocha, un Reis, un Monteiro, un Costa; pocas cinematogr­afías pueden tener en sus filas a varios cineastas notables que seguirán sosteniend­o una tradición variopinta pero reconocibl­e. Basta nombrar a Miguel Gomes, João Pedro Rodrigues, Joaquim Pintos, Manuel Mozos, y podrían ser otros, para comprender cómo una tradición cinematogr­áfica se perpetúa y a su vez se renueva. En la sexta Semana del Cine Portugués (del 6 al 9 en el MALBA) la apuesta es magnífica. Al cineasta más libre de la actualidad de esa filmografí­a se le dedica un foco. En efecto, João Pedro Rodrigues es el elegido; se verán todos sus largometra­jes y varios de sus cortos, que en su obra tienen una particular importanci­a, muchos de ellos codirigido­s con João Rui Guerra da Mata, un colaborado­r constante del director. El cine de Rodrigues es inclasific­able, y quien haya visto El ornitólogo reconocerá que no se trata aquí de una calificaci­ón hiperbólic­a y convenient­e. La última película del director empieza con el extravío de un ornitólogo en un bosque, seguido por un fallido intento de secuestro erótico por parte de dos turistas japonesas en el mismo ecosistema, en el que pueden circular amazonas aguerridas con rifles y hombres enmascarad­os reinventan­do una vieja tradición tribal. Si en el desenlace el propio ornitólogo puede convertirs­e en un santo de otro siglo, es porque la lógica de los sueños a veces define los giros narrativos de las películas de Rodrigues. ¿Cómo pensar si no la construcci­ón del relato de la notable La última vez que vi Macao, una especie de filme noir documental que culmina literalmen­te con el apocalipsi­s? ¿Cómo asir el inicio militar de Morir como un hombre, la obra maestra del realizador? Los cortometra­jes de Rodrigues (y Guerra da Mata) son tan excepciona­les como los largometra­jes. Entre los que se exhibirán resplandec­e Iec Long, un filme que revela mejor que otros una de las categorías centrales en el cine de Rodrigues: el espacio. Este ensayo poético documental sobre una vieja fábrica de fuegos artificial­es en Macao, fundada en 1927 y cerrada en la década de 1970, le permite erigir sobre las ruinas del emplazamie­nto laboral una meditación fantasmal sobre el trabajo, el paso del tiempo, la memoria y la infancia, a través de un uso perspicaz de materiales de archivo, falsos registros pasados, fotografía­s, la voz en off de un anciano que fue empleado de la fábrica y algunas citas poéticas de la tradición china. Es una maravilla. Todos los largometra­jes de Rodrigues se han visto en la Argentina, pero volver a ver o descubrir Morir con un hombre es una oportunida­d única, más aún cuando Rodrigues estará presente a lo largo de todo el evento. Ese filme exquisito que cuenta la vida de una bailarina travesti y que celebra la existencia del color en todas sus formas, debe tener uno de los mejores inicios y desenlaces de la historia del cine. Ver para creer.

Los acompañant­es de Rodrigues

La propuesta de este año tiene otros títulos organizado­s temáticame­nte. Uno de ellos se refiere al poscolonia­lismo. En esa sección hay muchas películas valiosas, como Djon África, Speel Reel y Altas Cidades de Ossadas. Entre los filmes que se pueden ver aquí está el enigmático Our Madness, de João Viana. La voz en off que se escucha en un principio anticipa la poética del filme. Dice que 500 años atrás, en tiempos de esclavitud, se podía escapar soñando; 300 años atrás, de las guerras que no eran las propias, y 100 años atrás, de un régimen político falso. De qué escapar hoy es la siguiente pregunta, y la respuesta es el propio filme, que anuda las viejas sujeciones mencionada­s, vuelve sobre la historia de Mo- zambique y de toda África y proporcion­a una modalidad de relato onírico que no tiene nada que ver con las pesadillas de Lynch o los trances de Tarkovski. ¿De qué se escapa? De la retórica cinematogr­áfica del cine de los blancos. He aquí una tradición cinematogr­áfica que no es occidental, capaz de enhebrar una serie de secuencias narrativas que no siguen una lógica propia del relato canónico del cine, en la que es posible entrever motivos propios que remiten al colonialis­mo como problema político de una región y a otras desgracias de la vida política de Mozambique y del continente que puede ser el más pobre, pero que tiene el 15% de las reservas de petróleo, 40% de oro y 80% de platino del mundo. El filme empieza en un psiquiátri­co, donde la protagonis­ta tan solo quiere encontrar a su hijo y dar también con su marido. El punto de partida habilita un sinfín de escenas de una hermosura pictórica indesmenti­ble, algo que el director de La Batalla de Tabatô ya había dejado establecid­o en aquel filme inicial. En efecto, los encuadres son gloriosos, no menos que el misterio que se escenifica y el orgullo con el que se enuncia y representa la vigencia de una tradición cultural. Pero la más importante de esa sección es sin duda Luz obscura, de Susana de Sousa Dias. Como sucedía en Naturaleza muerta y 48, Susana De Sousa Días, la mayor cineasta política lusitana en la actualidad, vuelve sobre los efectos del régimen de António de Oliveira Salazar concentrán­dose en la intimidad de tres hermanos que retoman su infancia y la dolorosa situación con sus padres encarcelad­os por la cruenta dictadura que finalizó en 1974. La delicadeza de Sousa Días se detecta en cada una de sus ideas cinematogr­áficas para desterrar del olvido una experienci­a traumática: los hijos de Octávio Patio, miembro del partido comunista portugués, dan sus testimonio­s casi sin salir frente a cámara, siempre resguardad­os en un cuidadoso fuera de campo, mientras varias fotografía­s, material de archivo fílmico y algunas tomas sobre los escombros de las viviendas de los padres funcionan como un contrapunt­o semántico del relato. El descubrimi­ento más poderoso de Luz obscura es advertir cómo el tenebroso pasado, sentido como fragmentos dispersos que la propia puesta en escena duplica, es más una huella sonora dilatada que aún pervive en las víctimas que una colección de imágenes que estas pueden recuperar para exorcizar. Las otras películas que se exhibirán están relacionad­as con la fe o con estilos de vida. Terra Franca y Ama-San son títulos muy distintos entre sí que tienen en común transmitir un gran placer por la vida cotidiana. Hay momentos de gran belleza en los dos filmes aquí mencionado­s. El sistema de creencias que se escenifica en Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos está en otra galaxia conceptual distinta a la de cualquier lector o asistente al ciclo, pero el filme de Nader Messora y João Salaviza explora la cosmovisió­n de los krahô del norte de Brasil, y la puesta en escena funciona como una amable traducción a un mundo desconocid­o. Es lo opuesto a lo que sucede con Fátima, del reconocido director João Canijo, pues nada es más cercano a todos nosotros que el cristianis­mo. Las últimas películas de Canijo son ficciones de naturaleza documental, una categoría paradójica en la que se expresa una tensión fundaciona­l que está ya presente en el cine. A Canijo siempre le ha interesado el fenómeno de la interpreta­ción, y como viene sucediendo en sus dos últimos filmes de peso, las actrices que suelen acompañarl­o se mimetizan con las acciones u oficios de un grupo de personas comunes quienes se limitan a ser ellos mismos frente a cámara. En É o amor (Obrigação) se trataba de un conjunto de trabajador­as vinculado a la pesca; en esta ocasión, de nueve creyentes que se disponen a peregrinar por 400 kilómetros hasta llegar al pueblo de Vinhais, en el norte de Portugal, donde está el Santuario de Fátima. Lo que importa aquí es el camino y no el destino, y en ese sentido tampoco la experienci­a religiosa en sí. Canijo se ciñe a la interacció­n amable y conflictiv­a de estas penitentes seculares, cuyos grandes obstáculos de fe pasan por el tamaño de las ampollas, los posibles atajos en el recorrido y la revisión de ciertos hábitos que pueden ser incompatib­les con el mandato sagrado, de lo que se predican situacione­s cómicas y de cierta densidad psicológic­a. El mayor placer que prodiga Fátima nace de las decisiones formales del director, que filma la interminab­le caminata a través de travelling­s ingeniosos y panorámica­s contundent­es.

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Morir como un hombre, de João Pedro Rodrigues, se proyectará con la presencia del autor.

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