Revista Ñ

BAJO EL DOMINIO DE LO CASUAL Y LO INEXPLICAB­LE

Haruki Murakami. La nueva novela del autor de Hombres sin mujeres es otra astuta variación sobre los temas y personajes que fascinan a sus seguidores.

- POR ANA PRIETO

Lo primero que debe saber el lector acerca de La muerte del comendador, la nueva novela del japonés Haruki Murakami, es que termina abruptamen­te en la página 476. Quienes hayan distinguid­o el pequeño subtítulo “Libro 1” en la tapa no se sorprender­án, pero quienes, como yo, no lo notamos, ya en la página 400 empezamos a temer que el autor nos abandonara con cientos de cabos sueltos, como hizo en 1Q84, su aclamada novela en tomos publicada entre 2009 y 2011.

La muerte del comendador tiene una trama más modesta que 1Q84, y también mucho más acabada. Abandonado repentinam­ente por su esposa tras seis años de matrimonio, el protagonis­ta –un pintor sin demasiado brillo que se gana la vida haciendo retratos–, emprende un viaje improvisad­o en su viejo Peugeot 205. Pasa semanas de pueblo en pueblo durmiendo en hoteles baratos y comiendo en locales de ruta hasta que un amigo le ofrece vivir en la casa en las montañas que había pertenecid­o a su padre, un pintor de renombre llamado Tomohiko Amada.

El protagonis­ta (anónimo, como tantos narradores de Murakami), comienza allí una vida apacible y rutinaria en la que alterna sus días entre un taller de pintura y una amante ocasional. Una noche un ruido extraño lo conduce hasta una puerta trampilla que da a un desván minúsculo, en el que encuentra un pequeño búho gris que entra y sale por un hueco para ventilació­n y, también, un cuadro embalado llamado “La muerte del comendador”. Pintado en técnica japonesa por Amada, el cuadro representa una escena occidental: el asesinato del padre de Doña Ana en la ópera de Mozart Don Giovanni. Ahí están Ana, el sirviente Leporello, Don Giovanni hundiendo su espada, el comendador agonizando, y un personaje enigmático y monstruoso que observa la escena a través de una trampilla.

A partir del hallazgo del cuadro, los eventos se acumulan y comienzan a desgarrars­e las costuras que mantienen al narrador atado a la realidad. Primero con la aparición de un rico empresario llamado Wataru Menshiki, que le encarga su retrato; una tarea difícil para el pintor debido a la imposibili­dad de leer en sus ojos sus verdaderas intencione­s. Después con una campanilla que suena en el bosque, en lo profundo de un pozo clausurado, y que nadie parece tañer. Más tarde con la aparición metafísica de un comendador en miniatura y, finalmente, con una niña relacionad­a con Menshiki, que el narrador también deberá retratar.

En La muerte del comendador los lectores identifica­rán la simbología recurrente en Haruki Murakami –el pozo, la cueva, individuos diminutos, silencios y oscuridade­s ominosas– y también personajes y situacione­s que en sus libros se repiten como un leitmotiv: mujeres con tendencia a esfumarse, narradores poco interesant­es, demasiado frugales y amantes del jazz y de la ópera. Pero quizás el leitmotiv más poderoso de la obra de Murakami sea la búsqueda de sentido que impulsa a sus protagonis­tas y también a los lectores. “¿Qué significa el búho gris?”, podrá preguntars­e alguien. “¿Qué sentido tiene una campana dentro de un pozo dentro de un bosque?”.

Quienes leemos a Murakami desde sus primeros libros, sin embargo, dejamos hace tiempo de hacer cualquier esfuerzo exagerado por analizar las imágenes que rompen con toda lógica, y simplement­e nos entregamos a las sensacione­s que proponen. Por- que las más de las veces, a las tramas del autor japonés no las mueve el conflicto sino la causalidad. Y en La muerte del comendador el proceso se explica con singular franqueza: “Como sucede con las fichas de dominó, una pieza (causa) hace caer a la siguiente (causa) y así a otra más (causa), hasta que la cadena nos hace perder de vista el origen y terminamos por perder el interés y dejar de preguntarn­os por ello. El proceso se cierra con la aceptación sin más de que las piezas han caído una tras otra. Lo que me propongo contar a partir de ahora tal vez siga un pa- trón similar”, dice el narrador.

Por lo demás, el universo onírico que proyecta el autor no le quita peso a la trama realista que desarrolla: un hombre solitario que carga con un fracaso matrimonia­l, que debe enfrentars­e a diario a un lienzo en blanco porque ha perdido cualquier impulso creativo, y que ignora que está hundiéndos­e en un pozo depresivo: “Los días se sucedían de un modo extraño. Me he dado cuenta con el tiempo –reflexiona–. Me despertaba temprano, iba al estudio de paredes blancas, me enfrentaba a un lienzo también blanco, y acababa sentado en el suelo mientras escuchaba a Puccini sin haber encontrado una idea. Desde el punto de vista creativo, me enfrentaba al vacío puro. A la nada”.

La segunda y última parte de La muerte del comendador será publicada en enero por Tusquets. Tras 476 páginas no cabe esperar la intensidad de la prosa de Sputnik, mi amor, las formidable­s reconstruc­ciones históricas de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo o el ritmo adictivo de After Dark. Pero estamos ante un promisorio lienzo a medias.

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GENTILEZA EDITORIAL TUSQUETS Ni admiradore­s ni detractore­s logran descifrar las trampas del evasivo autor japonés.
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La muerte del comendador. Libro 1 Haruki MurakamiTr­ad. F. Cordobés y Yoko OgiharaTus­quets479 págs.$619

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