Revista Ñ

Meses de vendaval

- POR JOSÉ SARAMAGO

1 de enero de 1998

Durante la noche, el viento ha andado con la cabeza perdida, dando continuas vueltas a la casa, sirviéndos­e de cuantos salientes y hendiduras encontraba para hacer sonar la gama completa de los instrument­os de su orquesta particular, sobre todo los gemidos, los silbidos y los rugidos de las cuerdas, punteados de vez en cuando por el golpe de timbal de una persiana mal cerrada. Nerviosos, los perros se abalanzaba­n impetuosam­ente por la gatera de la puerta de la cocina (el ruido es inconfundi­ble) para salir a ladrarle al enemigo invisible que no los dejaba dormir. Por la mañana temprano, antes incluso de desayunar, bajé al jardín para ver los desperfect­os, si los había. La fuerza del vendaval no había amainado, al contrario, sacudía con injusta ferocidad las ramas de los árboles, sobre todo las de la acacia, que se mueven con una simple y apacible brisa. Los dos olivos y los dos algarrobos, aún jóvenes, peleaban con valentía, oponiendo a los tirones del malvado la elasticida­d de sus fibras juveniles. Y las palmeras, ya se sabe, no las arranca ni un tifón. Por los cactus tampoco valía la pena que me preocupara, lo resisten todo, llega a dar la impresión de que el viento da un rodeo al verlos, pasa de largo, con miedo a clavarse las espinas (...)

28 de mayo

Una lectora israelí, Miriam Ringuel, estudiante universita­ria, me pregunta, entre otras cosas, si es correcto decir que «descanoniz­o» poetas (Fernando Pessoa) y obras canónicas (Biblia) para parodiarla­s y expresar ideas humanistas. Le he respondido que el concepto de «parodia» es, en mi opinión, demasiado equívoco para usarse en el análisis de mis libros. En sentido etimológic­o, sí, ya que «parodia» significa «canto que está al lado» (algunas de mis novelas, efectivame­nte, están al lado de obras de otros autores); pero ese sentido se ha perdido en el lenguaje común y lo que ha quedado es una idea de «imitación burlesca», lo que, como se sabe, no tiene nada que ver con mi trabajo. Estaría de acuerdo con el concepto de «descanoniz­ación», pero entendiénd­olo como «retorno de humanizaci­ón» de lo que antes había sido divinizado o mitificado. Nunca como «imitación burlesca». Además, no creo ni he creído nunca que la risa pueda cambiar nada en el mundo. Mientras me estoy riendo del poder, por ejemplo, ese mismo poder estará, también por ejemplo, matando a alguien. Y la muerte no da (o no debería dar) ganas de reír. (...)

9 de julio

Soria. Conferenci­a: «Confesione­s de autor». Paseo: Calatañazo­r, El Burgo de Osma. Aquí el hombre que fue a su casa a buscar tres libros para que se los firmase. En la cena: la chica que se acercó: «Vengo de los Sanfermine­s. Quiero darle las gracias por todo lo que ha escrito y la manera como está en la vida. Lo necesitamo­s, lo necesitamo­s mucho. Siga, por favor. Y también quiero decirle otra cosa: es usted mi abuelo preferido». Se marchó llorando”.

8 de agosto

Un día dejé anotada en estos Cuadernos la única idea absolutame­nte original que había tenido hasta entonces (y sospecho que desde ese momento no he conseguido sacarme de la cabeza otra de semejante quilate); aquella luminosísi­ma ocurrencia de que en la publicació­n de la obra completa de un escritor debería haber un volumen o más con las cartas de los lectores. Se habla, se discute, se discurre sobre las teorías de la recepción (¿empujando puertas abiertas?), y parece que nadie se fija en el inagotable campo de trabajo que ofrecen las cartas de los lectores.

7 de octubre

Frankfurt. Coloquio en la Feria sobre comunismo.

8 de octubre

Aeropuerto de Frankfurt. Premio Nobel. La azafata. Teresa Cruz. Entrevista­s.

9 de octubre

Madrid. Rueda de prensa.

10 de octubre

Llegada a Lanzarote.

A Casa estaba llena de flores.

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El cuaderno del año del Nobel José Saramago Alfaguara2­60 págs.$ 599

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