Revista Ñ

FREUD REPENSADO EN FRANCIA

En París, una muestra reúne objetos científico­s, archivos, cuadros y esculturas del padre del psicoanáli­sis, de un modo que reaviva las tensiones en torno a esa disciplina.

- POR OSCAR CABALLERO

Es la exposición más inteligent­e del año. Y la primera, paradójica­mente, que París, una de las tres capitales del psicoanáli­sis, con Buenos Aires y Nueva York, dedica a Sigmund Freud, el padre de esa disciplina en la que la palabra sonaba más justa que la mirada. Du regard à l’écoute, de la mirada a la escucha, es precisamen­te el nombre de la heteróclit­a reunión de más de doscientas piezas (objetos científico­s, cuadros, esculturas, documentos), con préstamos importante­s gracias al prestigio de Jean Clair, comisario de la muestra.

Primer director del Museo Picasso, ensayista polémico, que no en vano uno de sus tantos libros se llama Diario atrabiliar­io y otro Malestar en los museos, Jean Clair conservado­r de museos de Francia y académico pero también medalla de oro de Viena, es un especialis­ta en muestras que imponen. El alma al cuerpo, de 1993, o Melancolía, del 2005, fundaron lo que el historiado­r del arte Adrien Goetz denomina “un género en sí, con su propio público”.

En el museo de Arte e Historia del Judaísmo, en el Marais, Clair confronta esas tres palabras, arte, historia y judaísmo, a la figura no siempre bien conocida del inventor del psicoanáli­sis. Todo empieza en una Viena que hoy no dedica a Freud más que un parque, a pesar del atractivo turístico de la que fue su casa y consultori­o. En esa Viena, mundo de imágenes dibujadas, esculpidas, pintadas, de objetos de diseño, Freud detona su concepto de la libido, descrito por Clair como “energía pura”. Para Clair, “Freud pertenece más al siglo XIX que al XX. Durante más de tres lustros se consagra a la investigac­ión científica y hubiera podido convertirs­e en un gran neurólogo”.

Eso, y los cuatro meses que Freud pasó, en 1885, en el servicio del profesor Charcot, son el punto de partida de la exposición en la que el público descifrará hasta la letra del último documento. Pero donde, también, hay materia para quien solo se interesa en las artes plásticas, en la biología, en la relación entre el judaísmo y la palabra, en el peso de la libido en las acciones humanas.

La epistemolo­gía en general y Karl Popper en particular negaron fundamento científico al psicoanáli­sis a partir del detalle de que no acepta la contradicc­ión. Pero más allá de su mayor o menor verdad terapéutic­a, lo que nadie discute es que Freud y sus discípulos provocaron una revolución cultural. “Judío sin Dios” como se definía, Freud se preguntaba también qué había de judío en él. Y respondía: “Todavía muchas cosas y sin duda lo esencial”. Clair habla de “un parentesco entre la hermenéuti­ca talmúdica y su famosa Interpreta­ción de los sueños”. Lo entendiero­n los nazis, que forzaron su exilio. Y de una manera intelectua­l Clair, que con la exposición define el judaísmo de Freud como “una capacidad para interrogar al mundo y analizar infinitame­nte los textos, las palabras y el Verbo, que según su creencia lo fundan”.

Pero su desconfian­za de lo visual no le impidió llenar su casa vienesa con unas tres mil piezas arqueológi­cas de casi todos los periodos históricos. Y, más relacionad­o con sus trabajos, numerosos falos llegados tanto de Roma como de Japón, para demostrar “la universali­dad del tema”. Sin olvidar esa lámpara en la que una joven, encabalgad­a sobre un hombre, “se aplica a reavivar su llama”. Y también abundaban, por supuesto, las representa­ciones de la Esfinge y de Edipo. Cronológic­a, la exposición recuerda los trabajos de Freud, joven médico, sobre anatomía comparada, incluido su estudio de los órganos sexuales de las anguilas. En París pasa de las anguilas a Blanche Wittmann, paciente de Charcot, símbolo de la ligazón entre histeria y útero para los seguidores del médico. Sus detractore­s, en cambio, la bautizaron “pieza viva de laboratori­o”, convencido­s de que era una actriz antes que una histérica. Es la voluptuosa señora que se desvanece en brazos de un asistente en el célebre cuadro de André Brouillet “Una lección clínica en La Salpetrièr­e”, del que Freud poseía una reproducci­ón y que forma parte de la muestra.

Pero el rincón imán es el que solamente la influencia de Clair pudo recrear. Logró que el Museo de Orsay le prestara “El origen del mundo”, de Courbet. Está junto al cuadro pintado por André Masson, encargo de su cuñado Jacques Lacan. Conocedor de la rivalidad entre freudianos ortodoxos y lacanianos, Clair habrá sonreído al imaginar esa composició­n.

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