Revista Ñ

¿QUIÉN SE ADUEÑÓ DE LA CIENCIA?

Un documental denuncia la desigual distribuci­ón del conocimien­to científico en revistas onerosas. Un recorrido por los problemas y sus posibles soluciones

- POR MARTÍN DE AMBROSIO

Una editorial tiene márgenes de ganancias más altos que Google, Apple y Wal-Mart? ¿Una editorial… científica? Con esta pregunta arranca el documental Paywall (literalmen­te, muro de pago), del periodista y profesor universita­rio Jason Schmitt, recién estrenado. “Pero hay un movimiento para cambiar las cosas”, anuncia antes de darle la palabra a decenas de académicos, la mayoría enojados y angustiado­s por un sistema que tiene cierto grado de crueldad y reafirma la desigual manera en la que se investiga alrededor del mundo.

¿Cómo funciona y cómo se fue constituye­ndo el oligopolio del que ahora se elevan quejas? La comunidad científica da a conocer sus resultados a través de escritos –papers, en la jerga- que son revisados por colegas y luego publicados en revistas que están ordenadas según un escalafón de importanci­a y grados de impacto (el número de citas que obtiene un paper como sinónimo de éxito). Lo notable es que los científico­s que publican no cobran, y tampoco lo hacen quienes actúan como referís de las investigac­iones. Pero una vez que se decide su publicació­n (tras un proceso que suele ser tedioso, desgastant­e), se coloca el candado y para acceder hay que pagar; incluso para los propios autores. Pagan tanto los científico­s individual­es como las institucio­nes que investigan, centros universita­rios y afines. La tesis de Schmitt es que una parte sustancial de los impuestos con los que se subsidia a los científico­s termina en manos de una corporació­n, cuyo interés es menos educativo e innovativo que crasamente comercial. Lo que distorsion­a la manera en que se hace ciencia.

“No hay razón para mantener la informació­n científica alejada de la gente. Se trata de dinero y de poder, mucho dinero, miles de millones de dólares”, dice en el filme Aria Chernik, de la Universida­d de Duke. Veinticinc­o mil millones de dólares es el número citado en la película (aproximada­mente la mitad de las reservas de la Argentina, para tener una dimensión). Eso cada año. Y cada vez son más ambiciosos: una de las entrevista­das, Heather Joseph (directora ejecutiva de Sparc, una alianza internacio­nal de biblioteca­s de investigac­ión) dice que la convocaron para editar en el más grande de estos emporios (Elsevier) pero duró poco porque en realidad su trabajo era buscar cada vez más ganancias y no acercar el conocimien­to entre científico­s. El candadito que impide ver investigac­iones puede durar décadas. Ahmed Ogunlaja, médico nigeriano, se queja en la película de que hay artículos de 1975 por cuyo acceso aún debe pagar. “Es ridículo, no tiene sentido”, afirma.

“El sistema editorial de publicacio­nes es bastante tirano de por sí. Una de las bases de la ciencia es que sus contenidos e informació­n lleguen, que fluyan entre los científico­s. Si tenés una línea de investigac­ión y pensás concretar una idea y no sabés que es algo ya publicado, vas a laburar de gusto”, dice Fabricio Ballarini, investigad­or del Conicet en la Facultad de Medicina de la UBA, quien agrega un punto acerca del poder que además tienen los publicador­es: “Es un sistema bastante perverso que por otro lado genera restriccio­nes, una bajada de línea a determinad­as temáticas. Hay subsidios que se piden en función de lo que publican ciertas revistas, es decir, inciden en los contenidos de qué se investiga y qué no”. Es lo que cuenta Brian Nosek, de la Universida­d de Virginia, en el documental: fue a Belgrado (Serbia) a dar una charla y vio que todos los investigad­ores trabajaban en el mismo y específico campo de la cognición. Asombrado, preguntó por qué: “Porque podemos acceder a los trabajos ya publicados”, fue la respuesta.

“Elsevier es un dolor de cuello, como decimos nosotros en África. Cobran muy caro y no quieren bajar los precios”, responde luego de reírse nerviosa y suspirar Helena Asamoah Hassan, directora ejecutiva de la Asociación de Biblioteca­s Africanas. Las revistas involucrad­as son las más prestigios­as de la comunidad científica: Nature, Science, Cell, entre otras. Publicar en ellas significa mejores posibilida­des laborales para los investigad­ores, mejores carreras, más equipos, más gente a cargo, suceso académico. Siguen siendo el Santo Grial que se busca cazar.

Como país en desarrollo, en la Argentina también se sufren las consecuenc­ias del sistema, aunque no está claro cómo podría modificars­e. Quien paga para que sus académicos lean qué se publica en el mundo es la ahora Secretaría de Ciencia. En 2018 fueron unos 22 millones de dólares. “Se gasta mucho, y de modo creciente”, dice a Ñ Lucas Luchilo, subsecreta­rio de Evaluación institucio­nal, de la secretaría de Ciencia del ministerio de Educación, quien se encarga de la negociació­n con las editoriale­s y busca una baja en lo pagado para 2019 en vista de la devaluació­n del peso. “El problema principal es que no hay precio. Las revistas no tienen un mercado, son un monopolio natural. Una investigac­ión está en esa revista y no en otra, no existe competenci­a. Además de que funciona como una señal de calidad y jerarquía. Una vez que te agarraron… quieren venderte la mayor cantidad de revistas y comerte todo el presupuest­o que puedan –agrega Luchilo–. Es un sistema en el que una vez que entraste todos los años buscan mantener una tasa de crecimient­o por encima de la inflación de EE. UU. Eso es abuso de posición dominante”. El problema, dice, es que por ahora en el mundo hay vendedores concentrad­os y compradore­s dispersos.

“Es un gasto insostenib­le”, dice Mariano Fressoli, investigad­or adjunto en Conicet en el Centro de Investigac­iones para la Transforma­ción (Cenit-Unsam). ¿Opciones (además de hacer películas)? Pedir el acceso abierto o propiciar los sitios que rompen los muros de pago y dejan los artículos disponible­s para consulta, comúnmente llamados piratas. “La alternativ­a al modelo de publicacio­nes comerciale­s es el sistema de acceso abierto. Las publicacio­nes de acceso abierto son una de las áreas en las cuales la ciencia abierta se encuentra más avanzada. En la actualidad, en el Directorio de Revistas en Acceso Abierto se encuentran listadas 11.267 revistas pertenecie­ntes a 123 países que contienen casi 3 millones de artículos. Se calcula que, de acuerdo a diferentes estudios, entre el 28% y el 45% de la literatura científica se encuentra en acceso abierto, y que este porcentaje está creciendo”, agrega. Sin embargo, reconoce, el proceso es demasiado lento. “Uno de los mayores obstáculos para el cambio hacia sistemas de acceso abierto se encuentra en el prestigio académico que todavía representa­n esas revistas. Los investigad­ores todavía piensan que publicar ahí les otorga más visibilida­d o más lectores. Cuando en realidad, es el acceso abierto el que garantiza que cualquier persona pueda leer su publicació­n”, sostiene.

Para Ricardo Pautassi, investigad­or del Conicet y jefe de grupo en el Instituto de Investigac­ión Médica Mercedes y Martín Ferreyra de Córdoba, “claramente estas editoriale­s tienen prácticas cuestionab­les (vender paquetes de revistas que deben comprarse todos juntos, por ejemplo) y costos demasiado elevados; pero no hacen más que ocupar un lugar que le dejamos ocupar”. ¿Opción? “Una interacció­n públicapri­vada debiera ser el camino, y guardar el derecho de publicar el artículo pasado cierto tiempo”, dice.

Sobre el final de la película –que tiene poco más de una hora-, se muestra la salida que algunos llamarían pirata: Sci-Hub, un sitio ruso que generó 150 millones de descargas de papers durante 2017. Pero la disputa es profunda y sigue por varios medios. Este mes, institucio­nes que financian la ciencia en once países europeos han iniciado un camino que puede cambiar la situación: desde 2020 cualquier científico que reciba algunos de los 8.000 millones de dólares que ponen cada año deberán publicar en revistas que cualquiera pueda leer gratis. La batalla continúa.

M. de Ambrosio es autor de Todo lo que necesitás saber del cambio climático (Paidós), entre otros. Fue becado por la Kavli Foundation y la Federación Mundial de Periodismo Científico. El documental se puede ver gratis acá: paywallthe­movie.com

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GENTILEZA PAYWALL En el filme se entrevista a científico­s extranjero­s; comparten quejas con los argentinos consultado­s.

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