Revista Ñ

Cuento de hadas alucinado

- POR LEONARDO SABBATELLA

A principios de la década de 1990, Tabucchi se sienta en un café del barrio parisino del Marais y anota en su libreta el recuerdo de un sueño que había tenido la noche anterior; sería el comienzo de una nueva novela. La anécdota pertenece al proceso de escritura de Réquiem pero bien podría ser el origen de El barquito chiquitito por su condición fronteriza con la estética onírica. Il piccolo naviglio (título tan preciso y musical que hace parecer un poco fútil la traducción por demás porfiada en diminutivo­s) es una novela alucinada, donde todo resulta apenas exagerado, al estilo de un fotógrafo que decidió saturar los colores. Esta segunda novela del autor italiano demuestra que la historia cuando no es pudorosa es deliberada­mente alborotada.

Tabucchi escribe en un mismo movimiento una novela por entregas (viejo eco del folletín y sus líneas sinuosas) y una novela de linaje familiar (la red de relatos que conforma hasta la más pobre de las dinastías). Cada capítulo parece empezar de cero, como si fuera un nuevo acercamien­to a esa historia familiar múltiple y esquiva, inverosími­l, como la de toda familia. La acumulació­n de historias y anécdotas con un grado relativo de autonomía restaura una historia mayor, mezcla de lazos sanguíneos y vínculos sociales. El árbol genealógic­o como estrategia narrativa. La progresión de esa vida en conjunto resulta menos interesant­e que el modo en que Tabucchi observa y caricaturi­za al elenco estable de su novela.

No sería difícil confundir El barquito chiquitito con una novela fragmentar­ia. Nada más lejos. Por el contrario, puede leerse en ella un ansia de totalidad, de dar cuenta de una experienci­a que sobrepasa a los propios personajes (la historia, tanto personal como política, los precede y los excede). En todo momento busca reconstrui­r una biografía colectiva. Acaso Tabucchi pertenece, aunque más no sea de forma crítica, al tiempo de las narracione­s y los grandes relatos.

Confeso admirador de Pessoa, tiene buen ojo para los detalles y la Italia rural donde ambienta los hechos no deja de ofrecer imágenes puntuales que se encadenan o hacen posible inflexione­s poéticas para la narración.

Hay algo en la historia de Tabucchi que recuerda a los cuentos de hadas (quizás por cierto tipo de imaginario), a esas alegorías infantiles que padre e hijo durante la lectura nocturna leían en dos claves distintas, igual de válidas y con la misma inocencia.

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El barquito chiquitito Antonio Tabucchi Trad. Carlos Gumpert Anagrama23­2 págs.$ 475

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