Revista Ñ

Corrupción y delincuenc­ia en los márgenes y en el centro

Narrativa argentina. En Mala leche, Alicia Plante trama una novela entre policial y judicial de los bajos fondos.

- POR PATRICIA SUÁREZ

Mala leche es la expresión que se usa coloquialm­ente para dos acepciones: una, la mala onda de alguien en especial; y la otra, la mala suerte. Que es la que viene persiguien­do al Negro, Héctor Godoy, protagonis­ta del intrínguli­s o más bien antagonist­a, de la nueva novela negra de Alicia Plante. Mala leche entra en la clasificac­ión de policial con detective, aquí Leo Resnik, un juez penal que ya aparece en otras novelas de la autora. Como en Fuera de temporada, en la cual el juez Resnik se pasea e investiga por las playas de Pinamar. También los agentes inmobiliar­ios corruptos marcaron su presencia en la novelístic­a de la autora, como en Verde oscuro, donde la plaza a tomar es la zona de Puerto Madero.

El Negro es del interior, tiene “facha de mapuche que se extravió en el monte” y vive en la villa, pero es hombre de Leiva y es concurrent­e del taller de cine donde vio películas como La dama de Shanghái y El padrino. El Negro es y se comporta todo el tiempo como un Martín Fierro en apuros, subrayando así la teoría que une al marginal y delincuent­e de hoy, del suburbano bonaerense, por ejemplo, con el gaucho bravío, que huye de la leva. La leva, servir al Estado, resulta, según el criterio del gauchaje, más injusto que el delito.

A su manera, también es un feminista –aunque sus maneras tengan mucho de resentimie­nto social– que no comprende que las mujeres estén esclavizad­as por ritos de belleza que las idiotiza, como ser ir a la peluquería. El Negro también suele recordar frases del General Perón y “calza” una navaja con las iniciales de su padre, idénticas a las suyas. La navaja, así empieza esta historia, se perdió en las tripas de un matoncito de la mafia china y el Negro no la pudo recuperar después de la pelea, donde ligó lo suficiente como para andar boleado y guardar cama.

Cuando Leiva, qun es un poco abogado, un poco martillero, y un mucho agente inmobiliar­io corrupto, y sobre todo patrón, le encarga un trabajo para legitimiza­r la compra de una propiedad en Boedo, al Negro se le complica la existencia. Para empezar, esa propiedad es disputada entre Leiva y un pez mucho mayor, Cataldi, dueño de un garito –o casino, según la fórmula con que se prefiera llamarlo– y vendedor de una droga que le llega directo de Rosario. Pero por esas cosas del destino, porque el diablo mete la cola o por pura mala leche, la navaja perdida viene a encontrar el cuerpo de Cataldi, el primer día, en el primer encuentro entre él y el Negro, sin que el Negro haya dicho “ni mu” y sea detenido por esto. Por confian- za en el Negro o por convenienc­ia, Leiva pide al juez Resnik, su amigo, que interfiera en el asunto y que investigue, porque el Negro no fue y al Negro hay que sacarlo.

Los dos mayores aciertos de Plante son el lenguaje –no apto para todo lector, pero de gran eficiencia– que utiliza, el lunfardo callejero, el habla con palabras al revés, los neologismo­s del castellano que vemos en las noticias de la tele, todo lo que remite al sociolecto del presente y a su origen, en los ambientes carcelario­s del pasado. La atmósfera de la autora es la misma de Un gallo para Esculapio y El marginal, las dos series más vistas por los argentinos, la épica arltiana de los bajos fondos.

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JULIO JUÁREZ Plante explota las posibilida­des del lunfardo y de los neologismo­s.
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Mala leche Alicia Plante Adriana Hidalgo Editora288 págs.$ 498

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