Revista Ñ

Zonas inestables, de pequeñas turbulenci­as

Poesía. Del espacio privilegia­do de la intimidad a los paisajes menos obvios, versos en los que domina lo libre y lo coloquial.

- POR LEONARDO SABBATELLA

Los poemas de Flor Defelippe pueden ser leídos como pequeños planos catastrale­s y domésticos. No es que haya una poética del espacio, sino, más bien, una delimitaci­ón territoria­l, un campo de maniobras (verbal y temático), en el que escribe como una topógrafa de lo menor. Así se arma una secuencia de paisajes: playa, terreno baldío, plaza, jardín. Pero también una serie de lugares privados, internos, donde las casas son un espacio privilegia­do de intimidad. El sentido tácito del desplazami­ento de una locación a otra es uno de los primeros efectos sensibles del libro.

Cada poema es una toma de posición para observar situacione­s cotidianas, tenues, a menudo entre lo misterioso y lo inespecífi­co, o quizás una de esas condicione­s sea el resultado de la otra.

En La falla en el fuego, Defelippe escribe en un estilo parejo y abierto que combina distintos registros. Por ejemplo, en el final del poema “Izumi” tiene un aire clásico: “Será capaz de recordar el tiempo, su vasta y misteriosa red / de infinito amor y complicida­d”. Y, a la vez, Defelippe maneja el registro coloquial de un modo que puede pasar desapercib­ido: “Ese día llovió / como nunca / en mucho tiempo”. En esos cambios de frecuencia, en esos choques entre estilos, pareciera haber encontrado la forma para sacarle chispas al lenguaje.

De todos modos, el punto de mayor disrupción es la arbitrarie­dad de la sintaxis. Al interior de un poema aparecen versos vaciados de puntuación, como si en ciertos momentos la sintaxis desapareci­era y dejara lugar a la frase pura del habla, al sonido de la lengua sin convencion­es ni señales para su traducción gráfica. Esas zonas inestables, de pequeñas turbulenci­as, en medio de poemas clásicos, son la máxima expresión del estilo de Defelippe, de su breve tesis en favor de la falla.

Y hay también un sistema de citas de mujeres: Muriel Rukeyser traducida por Daniela Camozzi, Marguerite Duras por Alejandra Pizarnik, y Laura Wittner (con un verso brillante: “Como en la infancia, fuimos felices por error”).

Las citas se comportan como estacas con las cuales marca una tradición, puntos que su propia escritura trata de unir. Quizás, al fin de cuentas, escribir no sea otra cosa que hacer encontrar dos puntos alejados, inconexos.

La primera parte del libro se llama “La vida tranquila”, otra referencia a Duras, que expone una idea recurrente: la tranquilid­ad es un lugar a conquistar. Además de calificar a la vida de tranquila, hace lo mismo con la pasión (en el poema “Perlas”) y más adelante anota: “Nos atamos a una forma tranquila del amor”.

Es la tranquilid­ad de lo vital: vida, amor y pasión. El adjetivo que sale al cruce para ponerle paños fríos a tres nociones que son el escándalo y el fervor de la vitalidad. En ese cruce de variables, en ese “movimiento blanco” (otro hallazgo de Defelippe), el libro despliega su fuego amigo.

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La autora de Las malas elecciones.
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La falla en el fuegoFlor Defelippe Añosluz 44 págs. $ 240

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