México de memoria
Cine. Roma, el nuevo film de Alfonso Cuarón, es uno de sus trabajos más personales, donde vuelve, en blanco y negro, al barrio de su infancia.
Roma es una conmovedora declaración de amor. Del cineasta Alfonso Cuarón a las mujeres de su vida, a su infancia, a la Colonia Roma donde vivió hasta la dolorosa separación de sus padres, a la Ciudad de México que se grabó en su memoria de niño y al cine con mayúsculas.
Pero es sobre todo una obra de arte visual y sensorial. El último filme del oscarizado director de cine mexicano tuvo este viernes su estreno mundial por la plataforma Netflix (en México y Estados Unidos ya se estrenó en salas de cine independientes) y ya calienta motores para la gran liga de las películas que aspiran a ser nominadas a los premios Oscar que se entregarán a fines de febrero del año próximo.
Ambientada en los años 70, cuando la Ciudad de México trataba todavía de asimilar la matanza de Tlatelolco de 1968, filmada en blanco y negro con una recreación de época deslumbrante, Roma es un filme autobiográfico en el que el director de la galardonada Gravity le concede la voz narradora a Cleo (Libo, en la vida real), la empleada doméstica indígena mixteca y niñera que lo crió junto a sus tres hermanos, en una familia de clase media con perro incluido, que vive en la Colonia Roma, semidestruida con el último terremoto el año pasado, que supo ser un símbolo de ascenso social.
Desde esa perspectiva, Alfonso Cuarón filma como quien hubiera pintado la cotidianeidad de esa época, los hechos en apariencia intrascendentes que tejen la vida familiar, la memoria –en suma– que construye la identidad de un individuo. Obsesivo a la hora de filmar, en ese blanco y negro pictórico en que filmó Roma (que no es el de las viejas fotos familiares de cualquier mortal), el director no reconstruye un pasado que ya no es asible, porque el tiempo se conjuga en presente. Construye de manera minuciosa una pieza única, donde Cleo es onmipresente. Es por su mirada que conocemos a cada uno de los integrantes de la familia con la que vive y trabaja, y nos abre una ventana a una cultura silenciada. Porque aunque está hablada en castellano, los diálogos de Cleo y Adela, la ayudante de cocina, son en mixteco y están subtitulados.
La actriz Yalitza Aparicio, maestra oaxaqueña oriunda de Tlaxiaco, que interpreta a Cleo (alter ego de la Libo real, a quien Cuarón le dedicó el León de Oro en Venecia, justo cuando ella cumplía años), cautiva desde que la película comienza, con esa imagen surreal que atrapa y no suelta al espectador hasta el final: está baldeando el patio-garage de la casa familiar y a medida que barre se forma un cuadro de luz en el piso, por el agua jabonosa, que deja ver, en la profundidad de campo, un avión que cruza el cielo.
Tanto Yalitza Aparicio como Marina de Tavira (la madre en la ficción), dos trabajos cinematográficos elogiados por la crítica, fueron construyendo casi a ciegas sus personajes, porque Cuarón nunca les dio el guión completo del film. Eso les permitió la composición de los personajes a partir de los sentidos.
Sostiene Cuarón –y así lo escribió en su cuenta de Instagram– que la memoria es el hilo que teje lo que somos. Cuando era un niño su padre le regaló una cámara y su primer cortometraje tuvo a Libo como protagonista.
Roma no es una película melancólica ni apegada al pasado. Es una obra que dice mucho del presente de México. De los problemas irresueltos, como la distancia de clases, la desigualdad social, la pobreza extrema, la política… que de una u otra forma tocan la vida de los personajes.
Alfonso Cuarón volvió a su raíces luego de ocho películas, dos de las cuales –Hijos del hombre y Gravity– fueron muy bien recibidas en Hollywood.
Como la santa de La grande belleza, de Paolo Sorrentino, que sacude al personaje Jep Gambardella un amanecer en Roma, rodeada de flamencos, con aquella frase memorable sobre las raíces, Alfonso Cuarón también podría decir que filmó el México de su infancia: “Porque las raíces son muy importantes”.