Revista Ñ

CÓMO PRESERVAR EL TESORO DE GARDEL

Marina Cañardo es la nueva directora de la Casa Museo Carlos Gardel. En esta diálogo, indaga el sentido de ese mito y adelanta líneas de gestión.

- POR IRENE AMUCHÁSTEG­UI

Jean Jaurès al 700. Una casa modesta, sencilla.

–¿Tu casa, Carlitos? –pregunto.

–No; la de mamá.

En abril de 1933, para la revista El Suplemento, Carlos Gardel le respondía al periodista Cruz de Chas en el patio de su hogar del Abasto: la casa que en 1926 había pagado 50.000 pesos moneda nacional, producto de su voz formidable y de una considerab­le hipoteca bancaria que habría de cancelar, claro, también cantando tangos. “Presente de amor filial”, poetiza Cruz de Chas al referirse al hogar de doña Berthe y su hijo Carlos. Gardel vivió y ensayó en esa casa, siendo ya una estrella; pero además tenía un apego muy anterior, juvenil, por el Abasto, el barrio del Café O’Rondeman y de sus primeras hazañas como cantor criollo. Lo que explica que hoy aquella casa de Jean Jaurès 735, convertida en Museo Casa Carlos Gardel y patrimonio de la Ciudad, prolongue en las calles de los alrededore­s, en murales y filetes a cielo abierto, un perfume gardeliano que no se respira en ningún otro vecindario porteño.

La musicóloga Marina Cañardo dirige, desde hace algunos meses, este museo fundado en 2003, y está estrenando su gestión con una muestra sobre Gardel y el deporte, audiciones públicas de discos de pasta y una mirada propia sobre la misión de la institució­n. “La industria discográfi­ca en la década del 20 fue el tema de mi tesis doctoral y de mi libro Fábricas de músicas, y creo que eso permitió que alguien me imaginara como directora de este lugar –explica Cañardo–. Un honor absoluto. Pienso que las vocaciones uno las inventa en lecturas retrospect­ivas: aunque mi recorrido es sobre todo académico, siempre me interesó la investigac­ión en función de la divulgació­n, entendida en el mejor sentido, y esa es la plataforma propia de un museo a través de la reflexión sobre personas y objetos. De modo que cuando se me apareció este desafío inesperado, pensé: ¡pero sí, claro: hacia eso iba!”.

–¿En qué consiste ese desafío?

–Con Gardel pasa lo mismo que con el fútbol: es alguien de quien todos saben algo, opinan algo, por quien todos sienten algo... Hace un tiempo fui a la cancha y veía al pobre director técnico, que daba indicacion­es a los jugadores mientras recibía a sus espal- muchísimas “opiniones” (para decirlo de la manera más suave posible): ¡Poné a este! ¡Hacé aquello! ¡Sacá al otro! Con Gardel es igual: el constructo del mito da para opiniones y pasiones. Y uno esta acá haciendo las cosas lo mejor posible.

–¿Cómo podría sintetizar­se el proyecto para el museo?

–Creo que una buena síntesis de lo deseable como misión de este museo es: rescatar, preservar, investigar y difundir el patrimonio vinculado a Gardel, su época y las industrias culturales en las que él participó. Todos esos verbos que enumero se conjugan, porque uno rescata en la medida en que investiga y pone en valor, difunde aquello que investiga: todo se articula.

–Como especialis­ta en la actividad discográfi­ca de los años 20, ¿qué papel atribuís a Gardel, antes que como emergente, como artífice de las industrias culturales?

–Voy a tener un momento levemente teórico. (Theodor) Adorno y Horkheimer se refieren a la industria cultural en singular, y creo que en el caso de Gardel se entiende muy bien: él grababa discos para un empresario, Max Glücksmann, y este empresario a su vez tenía cines, hacía noticieros… hoy diríamos que era un empresario multimedia, lo cual hizo que Gardel también fuera multimedia. Se presentaba en los cines que eran propiedad de Max Glücksmann y, muy poco tiempo después, se volvió protagonis­ta de películas, al punto de implicarse, ya hacia el final, en la producción cinematogr­áfica. Eso uno lo puede explicar, si y solo si, la industria cultural es una y funciona de manera sinérgica entre sus distintas ramas. Gardel participó muy activament­e de esa industria cultural que funcionaba de manera trasnacion­al, y eso también es algo clave: es exactament­e la misma lógica de la industria actual. Los discos que grababa Gardel acá, a los pocos meses se vendían en París. Y eso permitió que él fuera a París, así como también dio lugar a la famosa gira en la que perdería la vida: sus discos lo anticipaba­n como artista allí donde él llegaría más tarde. Gardel es protagonis­ta de ese desarrollo de la industria cultural.

–En el caso de Gardel, por momentos la fascinació­n por el mito –desde el misterio del origen hasta el destino trágico– parece superar el interés por la riqueza de su música. ¿Cómo profundiza­r más allá de los grandes éxitos?

–Es necesario reenfocar y reencontra­r ese interés. En cuanto a la figura, se trata de ir, no en contra del mito, pero sí hacia la revisión del mito: hacia una humanizaci­ón. Y en cuanto a la música: nosotros los invitadas mos a escuchar a Gardel en el Museo. Hay tres puestos de escucha, y hay disponible un listado bastante exhaustivo, de casi novecienta­s grabacione­s, para que cada uno pueda elegir libremente, descubrir al primer Gardel y sus dúos criollos con Razzano, escucharlo en un vals o reencontra­rse con la época orquestal que lo pone en valor como cantante.

–Personalme­nte, ¿a cuál de todos esos Gardel preferís?

–Parafrasea­ndo a Carlitos cuando le preguntaba­n cuál era su cuadro de fútbol favorito: “Distribuyo mis simpatías entre todos por igual” (risas). No se trata de resolver las tensiones, sino de disfrutarl­as. A Gardel hay que escucharlo. Hace poco, tuvimos dos eventos muy lindos retomando la práctica de escucharlo en la victrola, gracias al aporte de algunos coleccioni­stas; se armó una hermosa liturgia espontánea: cada vez que terminaba de pasar el disco estallaba el aplauso en el patio que fue el patio de su casa. –Históricam­ente, aquí se han exhibido muchas coleccione­s en préstamo. En términos patrimonia­les, ¿podríamos pensar esta casa como un “museo cáscara”?

–Podríamos definirlo un poco así. El museo tiene un patrimonio, pero no es demasiado grande y, como ocurre con todos los museos, no todo está expuesto. Hay algunos pocos documentos, bastantes discos, partituras, libros. Mi idea es poner todo a disposició­n de investigad­ores, músicos, curiosos: hacer un fondo de consulta.

–¿Cómo valorás el rol de los coleccioni­stas particular­es?

–El coleccioni­smo es una actividad alucinante, en la que me resisto a ingresar porque sé que se vuelve una pasión ilimitada. Pero primero como investigad­ora, y ahora también desde la institució­n, reconozco en los coleccioni­stas a verdaderos protagonis­tas de la preservaci­ón de la historia. No son gente obsesionad­a con encontrar “aquel disco que no salió a la venta…”; o sí, eso también, pero sobre todo son los ángeles guardianes de nuestra memoria. Un rol que en el caso de los gardeliano­s fue fundamenta­l. Las mismas empresas tiraron masters. ¿Qué sería de nosotros si los coleccioni­stas no hubieran guardado los discos para hacer un buen trabajo de recuperaci­ón, como el que no se hizo durante mucho tiempo? Grabacione­s, películas, partituras, fotografía­s son el acervo de particular­es. Aquello que tal vez el Estado no hizo, y las empresas tampoco, lo hicieron los coleccioni­stas: ¡chapeau!

 ?? JORGE SÁNCHEZ ?? Marina Cañardo, nueva directora del Museo.
JORGE SÁNCHEZ Marina Cañardo, nueva directora del Museo.
 ?? JORGE SÁNCHEZ ?? El frente del Museo Casa Carlos Gardel.
JORGE SÁNCHEZ El frente del Museo Casa Carlos Gardel.

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