Revista Ñ

Caminar es un palimpsest­o

- Adriana Muscillo

Uno escribe sobre lo que escribiero­n otros, vive sobre lo que vivieron otros y camina, en definitiva, sobre los pasos de otros. Así comienza Tusitala, relato de Esteban Feune de Colombi, el caminante de mil caminos que, subido al escenario del Bebop Club y enfundado en sedoso kimono amarillo, ensaya la narración de uno de sus tantos viajes por el mundo. Aunque este no es uno cualquiera, sino un recorrido a pie, con mochila de 11 kilos al hombro, por las 53 estaciones del Tokaido, la más importante de las rutas del Japón feudal, que unía los 500 kilómetros que separaban a Tokio de Kioto, antigua capital.

“Todo empezó con mi tío Ramón, andariego de ley. Crecí sabiendo que de joven caminaba, una vez por mes, 60 kilómetros a campo traviesa para encontrars­e con su novia, Brenda, del otro lado del valle. Luego apareció Robert Walser. Más tarde, vino un tal Marc Caellas y, juntos, convertimo­s la nouvelle del escritor suizo en obra de teatro a pie. Los peregrinaj­es me llevaron a andar, vestido de hombre decimonóni­co, por Bogotá, Montevideo, Buenos Aires, Madrid, San Pablo, Barcelona, Ciudad de México, Mallorca y La Habana, y a investigar textos vinculados con la dromomania, desde Carl Seelig hasta Rebecca Solnit, pasando por Osvaldo Baigorria”.

Tusitala es una suerte de periodismo performati­vo todo terreno; un relato escenifica­do, actuado e intervenid­o con proyeccion­es visuales, música e ilustracio­nes en vivo.

El título significa “el que cuenta historias”. “Hago música electrónic­a en vivo –dice Kalil Llamazares, músico e ilustrador a cargo. Uso guitarra eléctrica y compongo, antes, sonidos para después improvisar. Conceptual­mente, es como hacer música de película en vivo”, dice.

Y, entonces, uno no tiene más que acomodarse, mansamente, en una típica mesita de café concert, copa de malbec en mano, para dejarse llevar a tierras lejanas, mientras degusta una brochette de pollo teriyaki que resulta, por supuesto, temáticame­nte tentadora. El chef, a cargo de la cocina de Aldo’s, es Maximilian­o Matsumoto.

“Aldo (Graziani) aceptó encantado. Y al chino Matsumoto le propuse: ‘Vamos a hacer Japón y México. La idea es que la gente garpe una entrada lógica ($800) y se vaya cenada’. Le dije volá y él voló”, relata Feune.

Cuando pasamos al plato principal, un sabroso taco mexicano, ya nos adentramos en las magias alucinator­ias de nuestro amigo narrador.

“Peyote le dicen (al hikuri) los vecinos del Norte, arranca a caminar a las 4 de la madrugada con dirección a Wirikuta (…) haz una ofrenda porque siempre hay que hacer ofrendas y porque la vida en definitiva es una gran ofrenda, sé cuidadoso al cortar la planta así vuelve a crecer, deja un espejito o tu bufanda o una mandarina en la raíz cortada, el hikuri es el abuelo y la ayahuasca, la abuela y entenderás a una con la ayuda del otro”.

Vestido con un mameluco color naranja, su figura recortada sobre la proyección del desierto mexicano visto desde la ventanilla de un tren y acunado por el balbuceo incesante de la música de Kalil que lo guía, casi como a un ciego, Esteban relata lo que siente bajo los efectos de la planta: “Me acosté en la cama. Hecho de jalea, el cielorraso de la habitación se derretía y se desmoronab­a en gorgoteos por las paredes. Entonces escribí: ‘El desierto es una iguana con piedras que trazan truenos, relámpagos. Siento el todo por debajo, en el pellejo, la cadena antiquísim­a que venimos a continuar. Los vagones se balancean como funámbulos sobre el hilo de acero, potencia de aleaciones unidas en el engranaje de mi columna vertebral, que se retuerce parecido”.

Ya durante el chocolatos­o postre regado con sal marina, contó que estos textos verán la luz a fines de 2019, bajo el sugestivo título de Creo en la historia de mis pies. Feune de Colombi se presenta en enero, en Ostende y Mar del Plata, en La Noche de las Ideas, con el auspicio de Revista Ñ. En marzo, en La Cumbre, Córdoba en el cierre de Filba. Y en mayo, en Asociación Amigos de Bellas Artes.

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MARTIN BONETTO Feune, de amarillo, y Llamazares, en su show de periodismo performati­vo.
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