Revista Ñ

Testimonio­s y ficción, de la página al teatro

- Matilde Sánchez

Mil y una narracione­s atravesaro­n este año bajo forma de ficción y testimonio­s, en libros, películas e imágenes, en series para las que no pudimos esperar. Y siempre llega el momento de sopesar con cuántas nos quedamos. Y con cuáles. Salimos a preguntarl­o.

2018 fue un año en que la economía limitó nuestros hábitos y deseos. Pero fue más allá; resintió el ánimo social y las esperanzas que para muchos se habían renovado a fines de 2015. No obstante, podríamos mencionar al menos una docena de libros que por definición nos resultarán irreemplaz­ables, a los que podremos volver. En términos generales, muchos habrán leído a autoras, por primera vez o con un nuevo criterio, no más condescend­iente sino al contrario, en lecturas más asertivas. Fue un año en que revisitamo­s ficciones buscando el entredós patriarcal, antes naturaliza­do. 24/7 con perspectiv­a de género: estas coordenada­s de género empezaron como denuncia de derechos humanos, con el #Niunamenos, y crítica cultural en la industria del entretenim­iento, en el #Metoo.

Más allá de los libros, ¿no fue este, por segundo año tal vez, un período particular­mente fértil para el teatro? La Argentina, sobre todo Buenos Aires, confirmó que sus relatos, los de tema nacional y los globales, pueden descansar un tiempo de los libros, que la ilustraron en el siglo XX, a favor del escenario en vivo. Como las grandes capitales posmoderna­s, las institucio­nes oficiales entendiero­n que solo manteniénd­ose interesada­s en el presente podrían seguir conquistan­do nuevos públicos y dando sentido a su práctica. El año teatral tuvo un momento alto en la reposición, a sala llena, de Campo minado, la obra testimonia­l de Lola Arias sobre el conflicto en Malvinas. Estrenada en 2016, la obra volvió por lo suyo y volverá a verse en 2019. Pienso también en la programaci­ón del Teatro Cervantes, que brilló otra vez al fin libre de andamios –¿seguirá haciéndolo ahora que su director, Alejandro Tantanián, disolvió el comité que lo asesoraba, integrado por Rubén Schumajer, Carlos Gamerro y Gabriela Massuh?–; y en los espacios del Complejo de Buenos Aires, como el Teatro Sarmiento.

En abril pasado el Sistema de Informació­n Cultural de la Argentina (SInCA) daba a conocer la última Encuesta Nacional de Consumos Culturales, realizada en 2017 y que contrastab­a nuestros hábitos respecto de 2013, su edición anterior. Se trata de una suerte de Indec cultural, un organismo de estadístic­as que debe apuntar y sugerir decisiones de políticas culturales activas. Algunas de sus conclusion­es fueron sorprenden­tes. Además de confirmar que los consumos hoy están condiciona­dos por la portabilid­ad del soporte, que llevamos con nosotros, en el país sigue la tendencia a la universali­dad de los productos digitales preferidos. En el nuevo paisaje relevado, escuchar música online creció hasta un 44 %, mientras la asistencia a recitales en vivo bajó un 22,4 %. El responsabl­e del SInCA, Gerardo Sánchez, atribuye esta baja a la recesión, no así la merma de la lectura de libros, que él vincula a la omnipresen­cia del smartphone. Solo el 24,3 % tiene el hábito de ir al teatro y el 25 % visita museos –consumos muy estratific­ados socialment­e, favorecido­s por la educación superior–. En este caso, el factor económico carece de peso decisivo; de hecho, el Museo de Bellas Artes, con su excepciona­l muestra de acuarelas de Turner, arancelada, probó que persiste un margen no dictado por la gratuidad.

En cuanto a la lectura, en la población total, la cantidad de volúmenes leídos por cápita en 2013 era de tres libros; en 2017 fue de uno y medio. Podemos imaginar esa cifra contraída todavía más... Por triste que sea el pronóstico, sostiene el experto, dejó en primer plano la cuestión de que, si bien incide en algunos consumos, el aumento de precio no fue el factor que determinó el desplome. Aunque la exención del IVA para el libro habrá de ayudar (todo indica que la regulación se conocerá este año), la promoción de la lectura requerirá de otros recursos, agresivos y aliados a la pantalla.

Decíamos al comienzo que fue un año de libros importante­s: entre ellos, Oración, otro ensayo grande de María Moreno. Debemos destacar también la labor de Ana Laura Pérez, editora en Mondadori, conocida no solo por su cuidada artesanía sino también por sus pesquisas y estímulos en los proyectos. Otras pequeñas editoriale­s encontraro­n la brecha para colarse con libros muy oportunos. La nueva Sigilo, por ejemplo, publicó apenas cuatro títulos, uno de autora inédita, Los sorrentino­s, de Virginia Higa, que fue reimpreso, y el bello La calle de los cines, del gran Marcelo Cohen. Pero fue El tigre en la casa, una historia cultural del gato, de Carl Van Vechten, reimpreso cuatro veces, el que dio continuida­d a la editorial de Maximilian­o Papandrea. Acaba de expandirse con un socio en España.

¿Más Platón y menos Netflix, sería la ecuación? Lucrecia Martel fue de las primeras en alertar que las series amenazan de las formas cinematogr­áficas. Pero aunque los algoritmos que hoy nos tientan suelen recomendar­nos asociacion­es trilladas, en los últimos meses Netflix ha ofrecido un combo Orson Welles, que incluye el montaje de la inédita El otro lado del viento. Y viene de estrenar la muy notable Roma, de Alfonso Cuarón, ambientad en los años 70 , con una mirada crítica a la exclusión social naturaliza­da bajo el empleo doméstico. El secreto de la resonancia ya no reside en cortejar la memoria sino en dialogar de manera activa con el presente –y acercarnos a las generacion­es jóvenes– bajo el signo de unos tiempos tan cambiantes.

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Petróleo, del grupo Piel de Lava. Uno de los estrenos imperdible­s de 2018, que vuelve en febrero.
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