Una hermandad sin igual
Infernales tiene la laboriosidad y el denuedo hacendoso de los mejores bordados. La inmersión del lector no puede ser comparable ni análoga a esta artesanía, a menos que el lector ofreciera “un insomnio ideal”, como el pedido con inclemencia por Joyce para el Finnegans Wake. Si bien la autora se abstiene con elegancia de informarnos, invirtió años en armarlo y separarlo con glacial cuidado, como una fortaleza de la soledad amparada por la falta de curiosidad del resto del mundo. (...) Antes de avanzar, mejor dicho, de llegar casi involuntariamente, con una “como graciosa torpeza” sobre el tema preponderante, Infernales se propone como ensayo preliminar sobre la neblina sutil de la infancia y los pactos, secreteos y enigmas. Efectivamente, y tal como anuncia la solapa, es un mundo de afinadísimos acordes, poblado de acuerdos y desacuerdos. Y en él, las tres hermanas con seudónimos masculinos firman una paz apresurada con el hermano varón afuera. (...) Laura Ramos nada supone, como se ha dicho, y cuenta la historia familiar como nadie. Esto quiere decir, desplegando escenas, situaciones y circunstancias. Con todos los detalles y ninguna de las reservas que el tema, a menudo por obvio para los exégetas ingleses, contrae, como si fuera la peste de un relato sobre una enfermedad contagiosa. Retaceos, cambios bruscos de la moral de acuerdo con el punto de vista, elipsis sabias, pero más a menudo misteriosas. La tradición de novela inglesa anterior, de Ophra Behn a Mary Schimmelpenninck, es todo un prodigio, aunque a menudo secreto: ni el espionaje ni la impiedad religiosa les había sido negada. Es el siglo XIX en pleno, su desarrollo a la vez discreto y vehemente, su orgullosa pereza y su reticencia conceptual convertida en elocuencia, el que define, retrata y defiende este libro único, infalible, tal vez por amor y lealtad a las criaturas no del todo indefensas que lo habitaron.