La atención, ese discreto tesoro
La intemporalidad de los poemas, la ausencia de marcas de época, remite asimismo al orden natural, a la sucesión de ciclos que procesan una y otra vez la misma materia. Ese movimiento estructura su obra: reeditó el primer libro, Poemas (1960), corregido
y aumentado en Apuntamientos del ashram y otros poemas 1944-1959 (1991); entre 1980 y 1983, antes de mudarse a Buenos Aires, escribió Guirnaldas para un luto, que incluyó en La atención (1999), corrigió para su edición individual (2015) y siguió reescribiendo; en 1992 escribió Canción de viejo, lo retomó y podó seis años después, volvió a guardarlo y tres años más tarde lo reescribió para publicarlo finalmente en 2003.
Padeletti encontraba en la naturaleza no un objeto para copiar sino un repertorio de formas, y la función del arte, alejada de las modas y de los cambios, consistía en explorar el sustrato propio de experiencias sensibles y espirituales, “para seguir diciendo lo mismo”. En este sentido resuena el fragmento del Tao te ching que inscribió como “conocer lo permanente es iluminación”. (...)
No encontraba diferencia entre lo que lo llevaba a pintar o escribir un poema, podía hacer indistintamente una cosa u otra. Así como la poesía, en su concepción, no era mimética, la plástica rehuía la ilustración, la propaganda ideológica, la publicidad. (...)
En “Tiritando en la noche lisa”, su último poema, Padeletti contrapone “el flavo respandor/ que fertiliza, ahonda y eterniza/ el ojo inquisidor” al “cotilleo sin luz/ de las tenaces moscas/ de la mente”. Un retorno sobre el núcleo de su obra, allí donde la atención se convierte “en el ojo del gato,/ en el ojo del hombre que comprende/ la situación”, y un nuevo punto de partida.