La fuga como modo de vida
Un soñador: así calificó Patrick Modiano a más de un personaje suyo. El mote no deja de insinuar un reborde irónico; casi todos esos protagonistas son sus alter ego. Y es una de las manías habituales del soñador obsesionarse por épocas que no vivió, o por períodos que atravesó como en estado de hipnosis. El autor de La ronda nocturna cultivó las dos zonas. En Modiano, el pasado no se termina nunca; un libro no conoce clausura. En otras palabras, con tal de no abandonar su oficio de investigador privado –íntimo–, Modiano escribió los libros que escribió gracias a que de joven se montó a una deriva, se entregó a una indecisión, incluso a una clara desprotección, que luego le resultaría literariamente fructífera. Para componer una treintena de novelas parejamente sugerentes, similares y siempre distintas dentro de una geografía acotada, la interioridad de un escritor debe poseer una amplitud sin línea de horizonte.
Igual que con Emmanuel Bove y Georges Simenon, estamos ante un encantamiento. Modiano tiene un modo de envolver al lector que tal vez a éste lo vuelve ciego a sus debilidades (es el efecto de la novela de clima más que de estilo virtuoso). Son gestos leves, cortos, los de su prosa, y el lector cree estar más distraído que con otros novelistas, tal es el clima brumoso y flotante, la sensación de no estar leyendo con toda la atención posible. Se lo relee porque nada puede quedar fijado (ese sí es su truco, y el del tiempo) y porque es de los escritores que le confían secretos al lector. El vértigo de releer a Modiano, de reencontrarse con escenas reescritas, es el que debe padecer él cada vez que redacta su próxima novela.