En nombre de una vocal amada
La singularidad de El libro de Tamar es tal que podría encontrar sitio en las obras completas de dos escritores: la de su autora, Tamara Kamenszain, y la de su ex marido Héctor Libertella (1945-2006). El libro es – tomemos un primer atajo– un ensayo, pero no estaría fuera de lugar en la poesía reunida de Kamenszain, que a la vez escribe aquí su primera narración –por qué no llamarla también así, si ofrece sus suspensos– con una excusa mínima: el desciframiento de un poema. Kamenszain somete un poema a una operación de exégesis típica de su propia poética –en la que ha venido tejiendo y destejiendo las voces de su padre, su madre, sus analistas, sus autores admirados– y de la poética de ese lector magistral que fue Libertella.
A lo largo de casi ochenta páginas, Kamenszain interpreta amorosamente la hoja con cinco versos brevísimos –cada palabra limitada a jugar alrededor del nombre Tamara– que Libertella le dejó por abajo de la puerta tiempo después de su separación. Ahora, la poeta vuelve a hacer girar la rueda, quizá para lo que había anunciado en Solos y solas: “vamos a salir de desconocernos”. No es la primera vez que Kamenszain insinúa que las palabras de otro sólo se comprenden en su ausencia.
Como suele ocurrir, una lectura justa vuelve a poner los relojes en cero (y rehace una historia). Ella no lo explicita pero si se invierte la palabra Tamar –esos trucos sólo puede susurrarlos una criatura adorada– la persona se convierte en verbo: amar-te. Lo que parecían floreos anagramáticos de parte de Libertella eran en verdad maneras de estudiar las facetas de una piedra preciosa.
Al modo de un ejercicio de talmudismo amoroso, a El libro de Tamar se lo relee y a cada vuelta se descubren, como Kamenszain con el poema de Libertella, destellos desconcertantes.