Bandadas de niños anarquistas
Andrés Barba agrega al mapa de la literatura fantástica española su oscura República luminosa. Su trama es tan sencilla como perturbadora: un funcionario de un imaginario país sudamericano rememora, años después de los hechos, la invasión de su ciudad por parte de un grupo de 32 niños salvajes. Al principio son apenas una molestia. Se confunden entre los indígenas que venden orquídeas silvestres y limones en los semáforos. Pero luego se produce un sangriento ataque en un supermercado. No se sabe de dónde han salido estos niños, cuya aparente anarquía esconde algún tipo de misteriosa organización. Se los compara con las termitas (por su capacidad de camuflarse) y con los estorninos en bandada: todos a la vez deciden lo mismo, sin necesidad de una orden y un acatamiento. Barba no hace trampa y desde el comienzo de la novela conocemos el final de la historia: todos los invasores murieron. Esa tragedia anunciada echa su sombra sobre el texto, pero a la vez atrae al lector con su promesa apocalíptica. La ética manifiesta del lector, sabemos, está siempre amenazada por esa tentación que es el verdadero fundamento de la lectura: la curiosidad. En la vida puede ser pecado, pero en el arte siempre es virtud. El autor levanta su San Cristóbal sin asomo alguno de realismo mágico o color local: es como la gris Santa María de Onetti trasladada al trópico. El tono deliberadamente opaco, el tratamiento realista de las obligaciones del funcionario (que debe llevar tranquilidad a una población que tiene, como siempre que se pide calma, una buena razón para la alarma) hacen más convincentes los momentos fantásticos de la novela. Comenzamos a leer pensando que el título “luminoso” del libro es una metáfora cincelada por la ironía, pero cuando nos adentramos en la lectura descubrimos que hay de verdad una fuente de luz.