El libro de la imagen de Jean-Luc Godard
A los 88 años, Jean-Luc Godard sigue haciendo películas, y un solo plano basta para reconocer que se trata de una película suya, porque como nadie ha pensando qué significa la relación entre dos planos y asimismo la relación de una imagen y un sonido en la unidad de un plano. A diferencia del característico tono sombrío de sus películas de este siglo, El libro de imagen adquiere un tono casi utópico, sobre todo en los últimos 25 minutos, cuando Godard siente necesidad de pensar el mundo árabe, esa otredad polifónica que Occidente brutalmente reduce a turbantes y ayatolás. En este ensayo cinematográfico, Godard propone distintas series conceptuales (la relación de la mano con el pensamiento; los trenes, la Historia y el cine; las leyes y el Estado, y así sucesivamente) que se van entrecruzando hasta ordenarse en el último tramo conceptual recién mencionado. Pero la absoluta actualidad del filme pasa por la extraordinaria apropiación de la naturaleza digital de la imagen en movimiento, evolución de la imagen que, más que ser una calamidad en la que se pierde la relación de lo real con lo que se filma, reclama deliberadamente un camino inexplorado para el cine. En efecto, en esta elegía personal llamada El libro de imagen hay planos jamás vistos en el cine, como aquel en que el mar y el cielo ya no están definidos por el azul. El placer cromático que prodiga este filme de Godard es inolvidable.