El catálogo irracional de Aira
Ahora que no habrá Premio Nobel de Literatura por unos años, a Aira se lo puede volver a leer en paz. Y el volumen César Aira. Un catálogo que montó Ricardo Strafacce es el sustituto ideal de ese galardón un tanto degenerado. Es la celebración de una obra desde la propia obra, no desde una autoridad presunta y presuntuosa. Un catálogo incluye las tapas de todos los libros publicablasón: dos hasta la fecha, y fragmentos de cada uno. En cierta manera, funciona como un catálogo razonado, algo que mima su voluntad de ser artista (su fidelidad a pequeñas editoriales acaso sea parte de esa fantasía de una difusión más artesanal, de galerías).
Se podrían hacer tantos catálogos de Aira como lectores fanáticos tenga, pero ningún golpe de dados abolirá su obra. Dividir sus libros por categorías induce a equívoco, pero si a Aira el equívoco lo hizo escribir –es el que teje y desteje sus narraciones– quizá Strafacce se propuso que hiciera hablar. Naturalmente, muchos de los extractos seleccionados no son asombrosos en sí, y no porque corten el porfiado continuo que reivindica Aira, sino porque su talento es más esquivo que unas líneas brillantes, recortables. Sin embargo, el planteo de Strafacce impulsa diversos redescubrimientos: el error como vía regia de una historia, el protagonismo de los colores, su obsesión con la idea de secreto, su intento por narrar –en Haikus, La fuente, El mensajero, El volante– desde la locura, tan distinta del delirio. Como sea, es un gusto contemplar de este modo el trabajo de una vida, pasar las páginas de días y años consagrados a una manía a la que le bastaron pluma y papel.