Cuando el Gran Gatsby era joven
Todas las literaturas tienen monumentos a los que se admira sin amar. Pero libros como El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, El gran Gatsby de Scott Fitzgerald o Música para camaleones de Truman Capote siguen vivos por el diálogo continuo que mantienen con sus lectores. Si son monumentos, lo son de un modo íntimo: monumentos para la mesita de luz.
El gran Gatsby conserva vastas reservas de energía en sus frases perfectas, en sus personajes inolvidables, en su discreta compasión. Las situaciones y los conflictos se abren ante nosotros como esos libros troquelados que invaden el espacio con castillos o palacios y luego vuelven a plegarse sin ruido. Uno sabe que la novela esconde un mecanismo, un diseño complejo, pero juega a no descubrir los indicios de su estructura. El lector olvida que los personajes están hechos de palabras. Pero el libro que tenemos ante nuestros ojos, aunque protagonizado por Nick Carraway, Jay Gatsby y el matrimonio de Tom y Daisy Buchanan, tiene un título diferente: Trimalción. A fines del siglo pasado, un profesor de la Universidad de Pensilvania, James L. W. West III, encontró y publicó unas galeradas de El gran Gatsby que tenían una serie de variaciones con respecto a la versión final. Las publicó primero en una editorial universitaria, con el aparato crítico habitual, luego en una edición para el público general.
Juan Forn, devoto de Fitzgerald, tradujo este Trimalción con precisión y elegancia. Defiende en su prólogo el derecho de esta galerada a ser considerada como algo autónomo. Y es cierto que hay diferencias entre Trimalción y El gran Gatsby, sobre todo en la segunda mitad de la novela.