Revista Ñ

Cuando el Gran Gatsby era joven

- Pablo De Santis

Todas las literatura­s tienen monumentos a los que se admira sin amar. Pero libros como El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, El gran Gatsby de Scott Fitzgerald o Música para camaleones de Truman Capote siguen vivos por el diálogo continuo que mantienen con sus lectores. Si son monumentos, lo son de un modo íntimo: monumentos para la mesita de luz.

El gran Gatsby conserva vastas reservas de energía en sus frases perfectas, en sus personajes inolvidabl­es, en su discreta compasión. Las situacione­s y los conflictos se abren ante nosotros como esos libros troquelado­s que invaden el espacio con castillos o palacios y luego vuelven a plegarse sin ruido. Uno sabe que la novela esconde un mecanismo, un diseño complejo, pero juega a no descubrir los indicios de su estructura. El lector olvida que los personajes están hechos de palabras. Pero el libro que tenemos ante nuestros ojos, aunque protagoniz­ado por Nick Carraway, Jay Gatsby y el matrimonio de Tom y Daisy Buchanan, tiene un título diferente: Trimalción. A fines del siglo pasado, un profesor de la Universida­d de Pensilvani­a, James L. W. West III, encontró y publicó unas galeradas de El gran Gatsby que tenían una serie de variacione­s con respecto a la versión final. Las publicó primero en una editorial universita­ria, con el aparato crítico habitual, luego en una edición para el público general.

Juan Forn, devoto de Fitzgerald, tradujo este Trimalción con precisión y elegancia. Defiende en su prólogo el derecho de esta galerada a ser considerad­a como algo autónomo. Y es cierto que hay diferencia­s entre Trimalción y El gran Gatsby, sobre todo en la segunda mitad de la novela.

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Trimalción­Francis Scott Fitzgerald­Trad. y prólogo Juan FornTusque­ts224 págs.

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