Impiadoso universo alucinado
Cuando publicó la novela América alucinada, Betina González definió su propio registro del siguiente modo: “un realismo distorsionado, enrarecido, alucinado, del mundo capitalista”. Esa definición le cabe a los relatos de El amor es una catástrofe natural. Hay también allí un mundo enrarecido y alucinado, tal vez condición sine qua non para transitar historias en las que la infancia deja de ser un lugar seguro, los padres pueden encerrarte en el altillo para inventar una historia que les dé fama y dinero, abandonarte en medio de la ruta para que aprendas la lección que ellos quieren que aprendas, o entregarte a unos tíos desalmados para ir a pelear a una guerra de la que no volverán. De algunos de esos niños sabremos cómo lograron sobrevivir a los hechos traumáticos: haciéndolos ficción. Es el caso de Avi, la protagonista de “Lobos y diamantes”, que a punto de llorar y mientras come un bizcochuelo frente a su vecina se da cuenta de que lo mejor es convertir a esos perversos tíos nada menos que en lobos. “Yo pasé la guerra en una cueva con una loba. Tenía tres años. Era casi un bebé. La historia era increíble pero la señora Olsen se la tragó. Igual que la dueña de la editorial independiente del pueblo, que la ayudo a escribirla y a publicarla”. A veces hacer ficción salva. Con un lenguaje certero que construye una mirada impiadosa pero a la vez poética, en cada uno de estos cuentos la extrañeza verosímil de las historias pero sobre todo la construcción meticulosa de personajes que luchan por sobrevivir en un mundo incomprensible atrapan al lector para convertirlo en amigo y cómplice.