Revista Ñ

Sobre las chapas las patas veloces de los gatos

Diario. En parte cuaderno de apuntes de escritor, en parte bitácora de las horas de ocio de un profesor, en Campus Silvio Mattoni consigue retratar días plenos de sutiles observacio­nes y hallazgos poéticos.

-

Sobre un papel de obra en un cuaderno cartonero, escribo con una birome hecha en París: dos industrias antípodas se cruzan en mis frases que recubren apenas el vacío de esta tarde. Ya termina el año y la universida­d palpita con los chicos que reclaman más y más ruido, sexo, la agitación burbujeant­e de los cuerpos que se precipitan vida abajo, como ríos de montaña. También allá en las sierras, con la estación de lluvias empezada, estarán creciendo los arroyos secos hasta volverse torrentoso­s, amarronado­s por unos pocos días. Extraña impresión: las jóvenes filósofas aunque no se cuidan la ropa ni la cara, mucho menos el pelo, parecieran más lindas que las chicas de letras, como si alguna chispa de la mentira griega las iluminase. ¿Será que saben algo o habrán perdido la inocencia de querer saber y sostienen la plena incertidum­bre de la pura materia? ¿Será que el goce de leer se sacrifica en la carrera de carros de circo que amenaza a las futuras “investigad­oras” de la literatura?

Margarita espera ya su clase particular de latín, al parecer se cansó de estudiar, de leer y ahora toma su gaseosa sin demostrar ninguna señal que indique el contenido de lo que piensa. Pero seguro piensa. a los trece la vida no se estira con una ilusión de sentido. Todo espera algo que no se conoce. Por suerte, mi atención al cuaderno la hace volver a su novela de aventuras. ¿Qué podría decirle que fuera una palabra de aliento, si yo estaba a esa edad mucho más triste y más obsesionad­o por la muerte, aunque el éxito escolar me acompañara casi mecánicame­nte? Incluso entonces, en la sombra de la adolescenc­ia que soñaba más el sexo que el amor, todavía tenía fe en que era, si no un genio, al menos el mejor escritor en potencia, una voz vieja y nueva al mismo tiempo, la culminació­n increada, hecha a sí misma, de una raza inexistent­e, un etrusco y un gaucho, un inglés y un italiano, un bárbaro y un griego. Margarita debe estar luchando en esta época más con su aceleració­n de pensamient­os que con las odas joviales del amigo epicúreo, mi viejo Horacio.

Anoche llovió fuerte y al fin bajó la temperatur­a. ahora la tarde entre los árboles y con el suelo esponjoso parece brillar. Ríen las chicas. Y las profesoras encuentran un extraño retorno de su juventud, la vocación, las pasiones por leer, por saber algo; y, sobre todo, la acción, la incidencia en el mundo. Nadie quiere pasar sin dejar huellas.

Montevideo se abre como un barco de ocasionale­s esplendore­s vencidos por el tiempo y la desidia, cuya proa entra decididame­nte en el mar, pero no tanto por el deseo de avanzar, sino más bien por la gracia de hundirse en una fuga infinita. En medio de la noche, un maullido intenso y después otro y el corretear sobre las chapas de las patas veloces de los gatos. El nuestro, que ya tiene casi un año, es casi totalmente negro. Vuelve siempre a la ventana cerrada y pide entrar a reponerse de su ferocidad.

Mi hija de doce años, una belleza potencial que se niega al cuidado de su apariencia, me dijo ayer: “Mañana no te va a doler más”. No contestó por qué. Era un oráculo. Y como habla poquísimo, en comparació­n con sus hermanas mayores, recibí su dictamen bajo la especie de la adivinació­n. Hoy me levanté más aliviado. Apenas un toque de pinchazos leves en la parte de atrás del hombro derecho.

Mi abuela, ya cerca de los noventa, en un geriátrico tétrico en Mendoza, hablándole a mi hija adolescent­e que lleva su nombre: “Si el corazón hablara, esto sería un himno”.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina