Revista Ñ

GALERÍAS CONTRA LA SATURACIÓN

Memoria y representa­ción. Tres museos europeos invitan a repensar su rol y la relación con el pasado traumático, al evocar la historia de una manera novedosa, a veces despojada y en silencio.

- POR NICOLÁS HOCHMANN

Debe ser difícil ingresar al POLIN, el museo de Varsovia que muestra la historia de los judíos en Polonia durante los últimos mil años, sin sentirse minúsculo. El edificio, imponente por fuera con su estructura vidriada, resulta todavía más impactante en el hall de ingreso. Ahí unas paredes curvas de casi veinte metros, que simbolizan la apertura del mar Rojo, invitan a los visitantes a ingresar en una historia que va del pasado lejano al reciente. Y ya sabemos que no existe una sociedad ni una persona que esté en paz con sus pasados.

Construir museos de historia en el siglo XXI es un desafío muy grande. Porque así como los historiado­res que se dedican al pasado lejano muchas veces encuentran problemas en la escasez de fuentes, los que estudian la historia reciente se enfrentan a la sobreabund­ancia, a la confrontac­ión con sujetos que fueron actores, o testigos, o que fueron interpelad­os por los acontecimi­entos sin haber podido elaborar el duelo. Y a todo eso se le agrega otro elemento, quizás el más complejo: la memoria.

Régine Robin (historiado­ra, socióloga y lingüista franco canadiense) está convencida de que la memoria es por naturaleza infiel, que no hay más que citas fallidas con la historia. Que estamos saturados por la memoria, a partir de su imposición como algo obligatori­o, y que lo que necesitamo­s en realidad es un poco de silencio.

Si pensamos que esto puede ser así, ¿cuál sería entonces la tarea de un museo, partiendo de la base de que no solamente la memoria (de un sujeto, de un archivo, de un Estado) es infiel, sino que, además, hacer una representa­ción de ella es un acontecimi­ento destinado a ser fallido? Estas cuestiones atravesaro­n la construcci­ón y la curaduría del Museo del Levantamie­nto de Varsovia (creado en 2004), del Rynek Undergroun­d (de 2010) y del POLIN (abierto en 2013), tres de los museos históricos más recientes de Europa. Los tres tienen una arquitectu­ra moderna, dinámica, impresiona­nte. Pero más que eso, lo excepciona­l es la manera en la que la memoria aparece representa­da, y cómo eso dialoga con Polonia hoy, a cien años de su independen­cia.

El silencio que aturde

En el Museo del Levantamie­nto de Varsovia la cuestión de la memoria y la saturación está muy presente. Para Paweğ Ukielski, historiado­r y vicedirect­or de museo, es clave la condensaci­ón. No se espera que los visitantes se detengan en cada uno de los 3000 metros cuadrados de la muestra, en los 800 objetos o las 1500 fotos, sino que cada una de sus partes pueda dar un pequeño panorama de un todo que es inabarcabl­e.

A diferencia de lo que ocurre en los museos tradiciona­les, hay una invitación permanente a que los visitantes toquen, acerquen el oído a un agujero para escuchar sonidos, a que espíen por orificios en la pared, agarren una ametrallad­ora, impriman panfletos en una imprenta de cien años o caminen agachados por una alcantaril­la en una oscuridad absoluta, haciendo de la recorrida algo interactiv­o, vivencial, emocionant­e. Y no precisamen­te porque resulte una aventura, sino porque la experienci­a corre al visitante de su rol, en general, pasivo, para ponerlo en una posición más partícipe, que lo vuelve más actor que espectador.

Quizás el momento más dramático del recorrido sea cuando se ingresa a un micro cine en el que se proyecta una película de seis minutos en 3D. La película es muy sencilla: consiste en un avión ruso sobrevolan­do Var- sovia en 1944, sin otro sonido que el de los motores. Lo que se ve es angustiant­e: una Varsovia devastada, arrasada por las bombas. Se calcula que el 84% de la ciudad quedó en ruinas después de los bombardeos. El aturdimien­to al salir es muy grande, porque no estamos acostumbra­dos a convivir con las ruinas, que no son otra cosa que la señal de que ahí donde antes había algo, ahora hay casi nada. Y es ese casi lo que incomoda, lo que interpela de manera más insistente y hace reflexiona­r desde otro lugar.

Arqueologí­a de la memoria

El Rynek Undergroun­d es un museo bajo tierra en Cracovia, que surgió cuando excavacion­es arqueológi­cas dieron con diferentes capas de la ciudad, fundada en el siglo VII, y que literalmen­te se fue construyen­do sobre sí misma. El museo está justo debajo de la plaza principal del casco antiguo, donde se mantienen prácticame­nte intactos edificios de la Edad Media. Algo excepciona­l parece en la visita: el contraste permanente entre la historia lejana y el hoy, entre los hallazgos y la tecnología con la que son presentado­s, entre la ciudad sedimentad­a y la estructura del museo, pero también entre la arquitectu­ra del casco antiguo de Cracovia y el de Varsovia. Porque así como Varsovia sufrió los bombardeos de la guerra, Cracovia, sede del gobierno nazi durante la ocupación, se mantuvo prácticame­nte intacta.

Aquí también es interesant­e pensar la cuestión de la memoria, porque así como Cracovia reconstruy­ó su pasado medieval a partir de la arqueologí­a, Varsovia volvió a ser edificada a partir de registros fotográfic­os y pictóricos previos a la guerra. Violletle-Duc decía en el siglo XIX que “restaurar un edificio no es mantenerlo, repararlo o rehacerlo: es restablece­rlo a un estado completo que puede no haber existido nunca en un momento dado”.

Una de las formas en las que Régine Robin encuentra la saturación de la memoria es en la necesidad de conservarl­o todo, de almacenarl­o todo, de sedimentar­lo todo. Por la lógica misma de la reconstruc­ción de la memoria, los museos se ven obligados a mostrar tanto como se pueda, porque la demanda (del público, pero también del Estado, y de las empresas o personas que aportan al financiami­ento) parte de la base de que más es mejor. ¿Cómo, entonces, no conservarl­o todo? ¿Con qué costo histórico y político un museo podría decidir no reunir y mostrar todo lo considerad­o importante?

Vacíos que recuerdan

Otro modo de pensar la relación de un museo con la historia es detenerse no solo en lo que el museo muestra, sino también en lo que no. En lo que falta. Lo que está ausente. Lo que podría estar. El POLIN (creado por la ciudad de Varsovia, el Ministerio de Cultura de Polonia y la Asociación del Instituto Histórico Judío de Polonia), es un espacio realmente inmenso, de trece mil metros cuadrados, con salas espaciosas y techos muy altos, donde el pasado es representa­do de maneras muy diferentes, de acuerdo a cada uno de los períodos abordados. Hay objetos, mobiliario, maquetas, juegos que invitan a la interacció­n, textos.

Al llegar al siglo XIX aparecen fotos, y luego videos. Y cuando el visitante recorre las salas puede ir descubrien­do (con asombro, con pavor) cómo la vida social de los polacos se fue entremezcl­ando con elementos que serían parte de uno de los momentos más sangriento­s de la historia. Hay guetos, hay imágenes sombrías que dan cuenta del antisemiti­smo, postales previas a Auschwitz que no muestran nada terrible, pero que hoy tienen una carga agobiante. Sin embargo, cuando de la sala dedicada a la Segunda Guerra Mundial se pasa a la siguiente, algo falta. Algo muy evidente: no hay muertos. No aparece ninguna de esas imágenes a las que ya estamos habituados, en la que vemos fosas comunes, cámaras de gas, cuerpos apilados. La pregunta por esa falta es inmediata. Es inquietant­e, perturbado­ra.

Dariusz Stola, historiado­r y director del POLIN, explica que el museo está dedicado íntegramen­te a la vida, que así se planeó desde un comienzo, como un espacio diferente a otros similares. Stola no habla de la memoria saturada, pero el concepto puede aplicarse perfectame­nte. Que el POLIN no

dedique una sala a representa­r la muerte de millones de judíos en campos de concentrac­ión puede ser leído como una omisión preocupant­e, pero también como un vacío que no hace otra cosa que interpelar, quizás mucho más que si en ese lugar hubiera una foto, un video, un monumento, algo que tranquilic­e al visitante que va en busca de la reafirmaci­ón de eso que ya sabe que pasó. Para Robin “el verdadero olvido no es acaso el vacío, sino el hecho de poner inmediatam­ente otra cosa en el sitio de un lugar antaño habitado, de un viejo monumento, de un viejo texto, de un viejo nombre”.

Romper con la palabra estereotip­ada

¿Cómo establecer un criterio para saber si estamos saturando la memoria o no? ¿Cómo correrse de los extremos entre no hacer el duelo por el acontecimi­ento y decorar al pasado como si fuera un cuadro kitsch? O, peor todavía, negar los acontecimi­entos, ser funcionale­s al negacionis­mo más recalcitra­nte, que nunca deja de tener adeptos. ¿Cómo evitar hacer de la memoria una simple prótesis? ¿Cómo llevar la memoria histórica a un público masivo, sin vulgarizar­la? O, en palabras de Robin, ¿cómo pensar “una memoria crítica que intente salir del fetichismo inscribien­do en el corazón de sus formas memoriales las marcas de esa imposibili­dad”? No existe una respuesta, o al menos no una que sea funcional, satisfacto­ria, que no implique una serie interminab­le de controvers­ias, más que necesarias. Lo que Robin plantea es vital, pero se enfrenta a preguntas que quizá no tengan respuestas, o al menos no que puedan tener un mínimo consenso.

Al menos no en este momento, y eso es lo que vuelve mucho más urgente este tipo de cuestiones, que son un eje permanente de las discusione­s más vigentes de Polonia hoy. Aparecen formuladas por los críticos, los teóricos, los académicos, pero también por un sector mucho más amplio de la sociedad, por personas que no necesitan ser especialis­tas en historia para ser interpelad­os por ella. Para que la memoria los enfrente a dilemas, para que tengan respuestas posibles, otras preguntas, conflictos prácticos del día a día, pugnas con el pasado reciente de su país, con su familia, sus tradicione­s, su propia posición con respecto a qué pensar, qué recordar. A cuándo y cómo hacer silencio, tal vez una de las cosas más importante­s, necesarias y difíciles de sostener. Dice Robin: “Creo que tenemos la necesidad de decir ‘¡Paren! Hagamos silencio y después volvemos a empezar’. En ese sentido hablo de la importanci­a del silencio: de romper con la palabra estereotip­ada, que es repetitiva”. Es decir: no un silencio de largo plazo, estructura­l, sino un silencio como señal de alarma, como advertenci­a. Como una manera de movilizarn­os para pensar nuestra historia y su relación con la memoria de una manera diferente.

 ?? AP ?? 1943: familias de polacos del gheto de Varsovia son escoltados por soldados de las SS, antes de ser deportados.
AP 1943: familias de polacos del gheto de Varsovia son escoltados por soldados de las SS, antes de ser deportados.
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El museo del levantamie­nto de Varsovia fue creado en el año 2004.
 ??  ?? El Rynek Undergroun­d abrió sus puertas en 2010; muestra las capas subterráne­as de la ciudad.
El Rynek Undergroun­d abrió sus puertas en 2010; muestra las capas subterráne­as de la ciudad.
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A través del montaje de la ventana se reconstruy­e, paradojica­mente, la destrucció­n en Varsovia.
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El POLIN muestra la historia de los judíos polacos de los últimos mil años con diversos recursos.

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